Lorena Astudillo fue a buscar en la Crisálida, ese bichito que ya no es larva pero tampoco mariposa, para titular su séptimo disco. No está mal pensarlo así, como gestado en un momento de transición, de metamorfosis. “Es el estado de la naturaleza que mejor expresa lo que me sucedió durante la creación de esta obra”, sintoniza ella, recostada en un trabajo en que el jazz se besa en la boca con la baguala, el flamenco, el candombe, la cumbia o la rumba, y en el que priman como rasgos saliente dos instancias: todos los temas son suyos, y llevan su producción. “Pensé en la crisálida porque todo el proceso que conllevó hacerlo fue como un replegarse como un paso de transformación radical y profundo para emerger con algo nuevo”, insiste sobre la analogía.
-“Que germine en el alma, un nuevo brote de amor”. La frase de la canción epónima podría ser una buena llave para abrir las puertas de Crisálida ¿Acordás?
–Sí, porque luego de toda aridez, sequía y adversidad, todo vuelve a empezar. Tanto en la naturaleza como en la humanidad sucede lo mismo: todo retorna, renace y vuelve a brotar, sea cual fuere la circunstancia. En las personas, puntualmente, es la fuerza de la esperanza… el incesante impulso de la vida que para mí es la fuerza del amor.
Crisálida fue postulado para los Gardel 2021 en seis categorías. No llegó a la nominación, como sí le ocurrió a la cantora con otros trabajos, pero para la ella es generalmente una cuestión de suerte. “No quedar nominada a un premio es una circunstancia que realmente no depende de mi, porque ganarlo o no en muchos casos es producto del azar” afirma, aunque también deja entrever cierta molestia. “Obviamente tiene cierta frustración que algo que se anhela no se obtenga, pero lo vivo como un pequeño escollo, un rasponcito, digamos, una pequeña espina que rápidamente sana y se olvida. Lo que hago no tiene porqué gustarle a todo el mundo”.
-¿Qué importancia le das a los premios en general, más allá de esta coyuntura?
-Si pienso y siento correctamente, es decir, racionalmente, la importancia de los premios está en la difusión el material, sobre todo para quienes producimos de forma independiente, y no contamos con enormes cantidades de recursos para difundir. Pero todos los premios tienen un lado B, que es el que propone la competencia, la cosa oscura y engañosa de creer que nuestro trabajo es “mejor que” o “más que” y tiene que ser “elegido”. Aquí entro en la más profunda contradicción y me lleno de sentimientos penosos, porque las y los artistas no estamos hechxs para competir. Pero bueno, navego la contradicción.
-¿Para qué están hechos entonces?
-Para abrir, compartir, crear colectivamente, darnos fuerza en la unión para poder llegar más lejos y transformar en algo el mundo.
-¿Cómo interactuaron, por otra parte, todo este lío de la pandemia con la grabación de Crisálida?
-La pandemia me sorprendió antes de poder hacer la última sesión de grabación, donde tenía que terminar unos coros. En plena fase 1 tuve que escaparme de mi casa, caminar sesenta cuadras ida y vuelta para llegar al único estudio que me abrió las puertas con todo el protocolo que se pueda imaginar (Estudio 0618). Así pude grabar los últimos detalles que me habían quedado pendientes, porque tenía al disco detenido por tiempo indeterminado. Luego, toda la mezcla, el master, la post producción, y el lanzamiento fueron en plena pandemia.
–Un tema clave es “Resiliente” ¿Cuál es su historia?
-Que parte de una sesión de terapia. Mi analista, la sabia Elena, en una oportunidad me dijo: “cuando el dolor aparece en nuestras vidas se huye, se sale con lo puesto y como se puede” y ahí empecé a tararear una secuencia, una frase que rezaba “cuando el dolor estalla hay que irse lejos”. Y me fui lejos, nomás.
-¿Tan lejos?, ¿dónde?
-Me fui a girar por Europa, a cantar, a reencontrarme con mi hermana para sanar dolores inmensos y muy lejanos. Me fui andando lento y volví modificada, con la convicción que este material tenía que ser grabado y llevado a buen puerto. Hay una frase de esta canción que cada vez que la canto me reconforta: “Buscar quien necesite, dárselo todo, cuanto más nos quitaron, más el tesoro”
-“La tiburona” va por otro lado. Por empezar, más que a las europas remite al Caribe y su cumbia…
-Siiii (risas), y está inspirada en una particularidad de los tiburones blancos. Me entero en una noche desvelada, mirando programas de animales marinos, que los tiburones blancos una vez que nacen no pueden parar de nadar porque si lo hacen se ahogan por falta de oxígeno… ¡No pueden parar hasta que mueren!, increíble. Y tampoco se los puede llevar al cautiverio, por más que se les preparen lugares hermosos y enormes, al poco tiempo mueren de estrés. Bueno, estas dos características son muy parecidas a las mías y a las de varias amigas workalcoholics con quienes estamos en profundo contacto, y sabemos que no podemos parar ni un segundo, a menos que queramos sentir de cerca el aliento de la angustia. Así que no fue más que conectar una cosa con la otra, y nació el tema, en un modo cumbia que le va como anillo al dedo. Sueño algún día cantarla con mi admiradísima Lila Downs.
-Llevás siete discos, desde aquel recordado homenaje al Cuchi que publicaste a fines del milenio pasado ¿Se parece Crisálida a alguno de sus antecesores? ¿Puede que Un mar de flores sea uno?
-Sí, porque ambos son diversos y son todo de propia autoría. En lo que Crisálida no se parece en nada a ningún otro es que, si bien siempre produje mis discos, esta vez asumí la producción general al cien por cien. Otra singularidad es el proceso… Todo transcurrió en calma, en un clima de hermandad, colaboración y solidaridad.
Cristian Vitale/Página 12