El cielo de la ciudad de Salta tiene una intensidad celeste que alegra el alma. “¿Ves ese árbol?/ es de los últimos sobrevivientes/ hermosos árboles había acá/ el hombre hizo mucho daño/”, dice Caístulo, cacique wichí de una comunidad de Tartagal en una instalación sonora que integra La escucha y los vientos. Relatos e inscripciones del Gran Chaco, la exposición integrada por textiles artesanales, cerámicas, paisajes sonoros, escritos y ensayos audiovisuales de artesanas y activistas de pueblos originarios, que inaugura en el Museo Provincial de Bellas Artes Lola Mora la tercera edición de la Bienalsur. Esta propuesta indisciplinada que llegó para resquebrajar los paradigmas en el arte contemporáneo al trabajar en red y con una cartografía expandida, organizada por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), se realizará en 23 países y el Vaticano, 50 ciudades, 124 sedes, con la participación de unos 400 artistas, y continuará recorriendo los cinco continentes hasta el mes de diciembre.
Andrea Fernández, una de las curadoras de La escucha y los vientos junto a la alemana Inka Gressel, invita a recorrer esta exposición que incluye el trabajo del colectivo Thañí (que significa “viene del monte”) y del grupo T’sinay tha’ chuma’as (que se traduce como “mujeres trabajadoras”) de las comunidades wichís de La Puntana (Salta). “Como artesanas, ellas no han tenido la oportunidad de llamarse artistas. Ellas eligen nombrarse artesanas y nosotros respetamos esa elección”, aclara la curadora, autora de un poema que condensa el profundo impacto que significó para ella el trabajo en territorio con esas mujeres artesanas que hacen manualmente tejidos donde, desde las formas y los colores, despliegan la resistencia contra el extractivismo neoliberal y su voracidad destructiva. “Cuentan que los vientos sembraron canciones/ y así creció el monte./ Que la vida eterna como agua/ estaba en la panza de un árbol y que se derramó/ convirtiéndose en ríos./ Cuando las aves ya no eran de tierra/ y se habían fundido los cielos/ fue que comenzó la vida humana./ Se sabe que algo espantoso ha pasado,/ que el monte está gritando./ Buscamos tener fuerza sin comprender la fragilidad/. Hay tierra sin árboles. Hay gente sin agua. / Hay miedo a enfermar./ ¿La tierra se ha quemado? ¿Qué puede crecer aquí?/ ¿Hay donde esconderse? ¿Hay lugar?”.
En el Museo Provincial de Bellas Artes Lola Mora, que cumple 91 años, hay que escuchar con los ojos y mirar con los oídos. Escuchar y mirar, en las manos de las artesanas, expande los sentidos. Claudia Alarcón y Anabel Luna están emocionadas ante las obras que construyeron colectivamente, en la comunidad de La Puntana, junto a Rumualda Amaya, Jorgelina Amaya, Edelmira Duarte, Ana López, Anabel Luna, Miriam Pérez, Mariela Pérez, Victoria Pérez y Estela Saavedra. Alarcón cuenta a Página/12 que trabajan con el plástico de las bolsas de arpillera, lo tejen con agujas manualmente y utilizan el punto yica. Son manos con identidad que encuentran los colores en el horizonte del monte. Son dedos que transforman y resisten la destrucción. “En estos últimos años estamos perdiendo la materia prima con la que trabajamos, el chaguar. Esta obra es un mensaje que transmitimos a toda la gente para que nos ayudan porque es muy preocupante la materia prima que perdemos por la tala de los montes. Tejemos para reinventarnos, para seguir trabajando y no perderlo todo”, confiesa Alarcón con un hilo de voz que se quiebra despacito.
Diana Wechsler, historiadora de arte y directora artística de Bienalsur, observa que a simple vista los textiles parecen hechos con materiales tradicionales, pero es “material contemporáneo, reciclado de plástico”, lo que implica un desafío. “Las mujeres lidiamos con poder hacer de la falta algo posible. Esto marca muchos de los proyectos de Bienalsur, porque siempre hay más artistas mujeres y eso también nos gusta. Esas miradas que construyen de otra manera lo real son miradas de mujeres”, subraya Wechsler. “Desde el principio, Bienalsur se planteó como un proyecto indisciplinado que no está en contra de nada, sino pensando con lo que hay y tratando de construir alternativas. A diferencia de las lógicas del sistema capitalista, que siempre está buscando la novedad, identificamos situaciones con las que nos interesa trabajar y no las abandonamos, si son proyectos que merecen tener continuidad. La primera clase de historia del arte que tuve en la facultad un profesor dijo: ‘lo nuevo por lo nuevo mismo es la bandera del decadentismo’… A la distancia, una se da cuenta de que hay cosas que pueden presentar novedad en la variedad”.
En La escucha y los vientos se puede ver una especie de trailer de Husek, largometraje de ficción de la cineasta salteña Daniela Seggiaro. El primer aspecto maravilloso es que la palabra husek del wichí no tiene traducción. “Husek podría ser el fuego que tiene cada persona –explica Andrea Fernández-. Pero también se la entiende como la buena voluntad wichí”. Entre las imágenes de la película hay un hombre que posa su mano en un palo borracho. Seggiaro desovilla la historia que hay detrás de ese gesto. “El árbol es el origen del río. Cuando se rompió el árbol, se derramó toda el agua que había adentro. Hay un personaje, Tokuaj, creador wichí que tenía prohibido pescar un gran pez dorado dentro del tronco. Pero lo pescó para hacerse una corona y él salió corriendo y el agua lo seguía; por eso el río Pilcomayo tiene tantas vueltas”, resume la directora.
El embajador alemán Ulrich Sante comenta por qué Alemania apoya la Bienalsur. “Para nosotros es importante mostrar que los diplomáticos no se ocupan solamente de la economía y de la política sino también de las relaciones culturales en tiempos donde la gente no quiere aislarse; quiere construir puentes entre los pueblos”, plantea Sante, artista plástico que trabaja con madera, hierro y piedra. “El hierro simboliza el ser humano y la madera la naturaleza, y yo los pongo en relación para mostrar que uno es muy sensible y el otro es muy duro, y hay que encontrar un balance. No hay culturas flojas o culturas fuertes; cada cultura tiene su derecho a vivir, que es la idea profunda de esta experiencia”, agrega Sante en su doble condición de embajador y artista. “Bienalsur es un acto de resistencia. La tercera edición tenía que existir, costara lo que costara”, subraya Aníbal Jozami, rector de la Untref y director general de la Bienalsur.
Las artesanas hablan en wichí durante la apertura. ¿Hay gesto más político que hablar en la propia lengua? Andrea Fernández, la curadora, sugiere que hay que pensar en un nuevo “nosotres” para incluir. “Al oír la voz en su idioma ellas hacen una reafirmación de su presencia; están acá, son parte de este país, de esta provincia, y tienen muchas cosas para decir, para mostrar, para imaginar. Ellas están sosteniendo la memoria de sus pueblos, están creando desde la alegría y el goce”, reflexiona la curadora. “Hay imágenes y piezas que son nuevas y están pensadas para algo que no existía, que es exhibir en un museo de bellas artes cuando nunca habían tenido la posibilidad de pensarse como artistas. Estamos buscando un lugar para esos saberes y para personas que estén dispuestas a escuchar las memorias de estos pueblos. Espero que este sea el principio de una transformación. Estamos creando algo nuevo”. La buena voluntad wichí abraza en voz alta.
Silvina Friera/Página 12