La tradición del charango en Jujuy forma parte del sentir de su gente, como en el caso de Pachi Herrera, quien a los pocos meses de estudiar guitarra sintió que su destino estaba atado a ese instrumento de tamaño tan pequeño como enorme es su sonoridad.
“Mi último disco, CharangueAndo, se lo dediqué al instrumento por el que estoy acá, con el que transmito mi música y con el que me gano la vida”, dice el músico, que camina por la huella de charanguistas de enorme talla como, el gran Jaime Torres. “Siento que con este disco saldé una deuda con mi instrumento, hay música y silencio”.
“En Jujuy los instrumentos están muy presentes en las familias. Es bastante común ir a la casa de algún amigo y que haya música. Mis hermanos empezaron a aprender guitarra en la peluquería de los hermanos Chañi. Eran Juan, Luis, Foro y Amaranto, que fue mi maestro. Y ahí, a los nueve años, fui con la guitarra”, recuerda Pachi.
Y sigue buscando en su memoria. “Antes que fuera yo, estudiaba un chango que tocaba charango, y se mandaba unas polkas que me dejaban muy impresionado. La clave estaba en la mano derecha. Hacía unos trémolos que hacía que su mano pareciera un colibrí, y yo decía que quería tocar así. Entonces, después de la clases de guitarra tocaba un rato el charango, hasta que, con un charango viejito en la mano, Amaranto me dijo que fuéramos a hablar con mi padre, que trabajaba a la vuelta de la peluquería”.
-¿Y qué pasó?
-Llegamos, y le dijo a mi papá: “A su hijo no le gusta la guitarra, le gusta el charango. Yo traje éste, y si usted no se lo compra se lo regalo”. Mi padre se lo compró por 30 pesos. Era en 1991. Hoy lo tiene mi hijo.
Nacido en San Salvador de Jujuy, en diciembre de 1979, a los 13 años participó de la delegación oficial de su provincia al Festival de Cosquín y a los 14, como miembro de la orquesta del Ballet Huayra Muyoj viajó tres meses a Europa donde aprendió, además, toda la variedad rítmica de los estilos tradicionales. Pero el salto cualitativo lo dio a los 16 años, cuando entró a formar parte del grupo del guitarrista y compositor Ricardo Vilca (1953-2007).
“Un día llamó a mi casa y le pidió a mi mamá permiso para que pudiera ser parte de su nuevo grupo, porque tenía una actuación en el Teatro Mitre, de San Salvador. ¡Imaginate mi emoción! Mi madre me dejó con la condición de que, pasase lo que pasase, no podía abandonar la escuela. Ensayábamos tres días seguidos por semana en su casa de Humahuaca, y a tocar. Vilca me cambió la vida. A nivel musical, fue lo máximo que me pasó. Me hubiese gustado estar tocando hoy con Ricardo”.
-¿Qué te transmitió durante el tiempo que tocaron juntos?
-Todo era música en Ricardo. Era una persona mágica que me hacía viajar profundo. A la vida, él la hacía música, y sus composiciones eran un desafío. Me puse a estudiar mucho. No eran canciones veloces sino muy complejas. Con una nota pifiada en un carnavalito no pasa nada, pero en un tema de Vilca, lo arruinaste. Su música era muy especial.
-¿Lo conociste a Jaime Torres?
-Tenía 12 años, y Jaime iba a tocar en el norte. En esa época yo estudiaba con Rolando Martínez, que había sido músico suyo. Finalmente, lo conocí en Purmamarca, en el Tantanakuy. De los nervios, lo saludé y le dije: “Maestro, quiero tocar mejor que usted”. La carcajada que lanzó fue histórica. Ese día me hizo tocar con Raúl Shaw Moreno y Gustavo Patiño, y luego lo seguí a Jaime a Tilcará, donde toqué con Carlos Carabajal, el padre de Peteco.
Pachi Herrera, con Jorge Peralta en guitarra, Alvaro Murúa en bajo, Emanuel Paredes en percusión y Maxo Jara Mamani y Focu Tolaba en vientos, se presentará hoy a las 21, en el Torquato Tasso, Defensa 1575.
César Pradines/Clarín Espectáculos