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Cinco horas de música inoxidable en Héroes del Rock Nacional

Cinco horas de música inoxidable en Héroes del Rock Nacional

Héctor Starc, guitarrista y decidor, a veces la pica bravo cuando habla. Pero otras veces dice verdades. Por ejemplo ayer. Promediaba su set durante la tercera edición del Festival “Héroes del Rock Nacional”. Venía de hacer con Emilio del Guercio una descomunal versión de “Jugador, Campos para luchar”, aquella gema del disco debut de Aquelarre, y metió el dedo en la llaga. Dijo una verdad. Gritó, ante un Teatro Opera casi lleno, que a los músicos que habían tocado ya, y a los que habrían de tocar tras él, no los invitaban al Quilmes Rock, ni al Cosquín Rock, “ni al poronga rock”, porque no vendían tickets. Y agradeció a Jorge “Monitor” Rodríguez (aquel plomo de Sui Generis devenido productor) por ser factótum del encuentro. Alerta, pues, porque la queja de Starc tiene sentido. Mucho, porque algo hizo la mayoría de los músicos que ocuparon cinco horas entre la noche del sábado y la madrugada del domingo para que el rock argentino vendiera las entradas que vende hoy. Lo hicieron cuando todo era nada, y se bancaron las peores en los peores tiempos.

Tributo eterno merecen por eso, obvio y claro. Sin discusión. Pero también por lo que muchos pomposamente llamados héroes tocan hoy, pese al paso de los años. De ello dio cuenta la larguísima jornada, fácticamente imposible de abarcar en una simple crónica periodística. A una ajustada síntesis, entonces. La valía, por música y emoción –cada quien ubique como quiera- empieza por quien cerró pasadas las 2 de la mañana. Ricardo Soulé y su banda actual (La Bestia Emplumada) brindó un set sencillamente extraordinario. En apenas seis temas, uno de los fundadores de Vox Dei no solo demostró su vigencia, sino refrendó una vez más –por si hiciera falta- lo que es: uno de los mejores compositores y violinistas y –fundamentalmente- guitarristas de la historia del rock argentino. Las sutiles y conmovedoras versiones del “Génesis” y “Las guerras”, por caso, extasiaron a quienes tuvieron el aguante de quedarse en sus butacas, tras la quinta hora de música.

Segundo punto fuerte: el retorno de Litto Nebbia, tras el accidente que lo mantuvo quieto –con todo lo que ello implica en él- durante casi dos años. El padre de todos conmovió con seis piezas a guitarra y voz peladas. Sentidas hasta piantar lagrimones, sonaron entre ellas tres perlas de Los Gatos (“La Balsa”, “El rey lloró”, “Sueña y corre”) y una del disco Melopea: “Memento Mori”. Tercera estocada: dos reapariciones que sonaron a lujo. Crucis a través de una de sus partes (Gustavo Montesano) y la ejecución junto al grupo Nexus de un tema que pocos pensaban volver a escuchar en vivo: “Todo tiempo posible”. Y la del mítico trío Alas, que abrió el set con su formación original (Zuker + Moretto + Riganti) para deleite de viejos seguidores. Cuarto lapso. El de Del Guercio acompañado por el tecladista “Pitu” Marquesano estrenando “La chica de Hiroshima”, de su flamante disco Un día antes del futuro, y evocando dos perlas de Almendra en plan casi trovador: “Fermín” y “Dónde estás ahora”.

La noche redundó además en gratas sorpresas. Entre ellas la de Rodolfo Mederos adaptándose a la impronta del encuentro amparado en su banda Pulso, y el saxo de Bernardo Baraj. La de Carlos Mellino, aún impecable en su voz. La de Miguel Zavaleta, solo ante el piano volviendo sobre “Amanece en la ruta”, y los inefables Pelvis de Ronan Bar, apelando a un clásico que jamás nadie olvidó, cuyo estribillo describe –casi- lo ocurrido en el Opera: “Toda la noche hasta que salga el sol / tocando en una banda de rock and roll, sin parar”.

Cristian Vitale/Página 12-Espectáculos

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