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Arranca BAphoto 2020 Live Edition, gratuito y en modo online

Ediciones anteriores, en modo presencial, de la clásica muestra fotográfica en Buenos Aires.

Es una calavera, verdosa, casi paródica, con una especie de sonrisa forzada de dientes amarillentos. Atrás de las cuencas se vislumbran unos ojos de mirada triste. Sobresale el pelo blanco alborotado. El cuerpo es el de un hombre vivo, en postura relajada, manos en los bolsillos de los pantalones de traje, y sin camisa. Sobre la panza blanda, la frase en letras de molde: “ME CAGO EN LA TAPA DEL ORGANO”. Es una Impresión digital sobre papel, pequeña, de 74,3 x 60 cm. Sale 10 mil dólares.

La feria porteña BAphoto tuvo distintas sedes a lo largo de su devenir. El Palais de Glace, el Centro Cultural Recoleta, La Rural y ahora, adaptada a la pandemia, hace su 16ª edición online. Live Edition, se llama. Es una versión especial, anuncian. Transformaron la adversidad en posibilidad y, además de recorrerla de punta a punta a puro clic de mouse, se puede visitar desde todo el planeta.

Hay 80 galerías, internacionales y argentinas, en este espacio virtual que se declara “una plataforma dedicada a la promoción, difusión y comercialización de fotografías”. Trilogía en la que ninguna punta es menor que la otra. Hay contenidos curatoriales gratuitos para pasear y ver, cine club, charlas en vivo y muchas propuestas para solo disfrutar sin vaciar las arcas. Y a la par, otra novedad: todas las obras -salvo escasísimas excepcionestienen el precio visible, algo que muy rara vez pasa en el circuito de ferias argentino.

Entonces se encuentra otra forma, tal vez morbosa, de recorrerla. A través de los precios. Y los valores, recordando que se puede llegar desde cualquier punto del planeta, están en dólares. Hay que vender, por qué ocultarlo como si fuera vergonzoso. Así que también es fácil, gracias al diseño de la plataforma, ponerse en contacto con la galería. Los precios son variados. Pero nada es barato.

Hay obras carísimas, que se ven a vuelo de pájaro y la cara del navegante web comienza a convertirse en la del protagonista del cuadro El Grito, de Edvard Munch. De asombro, en muchos casos por su genialidad o belleza, pero también de aullido, quién tuviera esa plata. Public Interventions (de la serie Studies on Happiness: 197981), del chileno Alfredo Jaar, muy valorado en el mercado internacional, sale 36.000 dólares. Es una ruta vacía, con un cartel que pregunta “¿Es usted feliz?” y simula ser una diapositiva. Es hermosa. Pero sí, manos a la cara, maxilar al piso, alarido.

La obra más cara de todas es After The Deluge: Cathedral. Y acá podría aplicarse “cara” tanto para “onerosa” como para “querida”. Es del fotógrafo y director estadounidense David LaChapelle, que transita él, no solo su obra, la delgada línea que separa la genialidad de lo hypster; el mito de lo sobrevalorado. Y en BAphoto, su galería neoyorkina, Babel, lo hace valer. El print cromogénico de gran tamaño, colorido, bello, inquietante, sale 55 mil dólares. Coro de bramidos.

En el rango económico -por decirle de algún modo- hay obras como un retrato que el ruso Anatole Saderman hizo del artista visual Lino Enea Spilimbergo en 1954. Es gelatina de plata sobre papel, está firmada por el autor en la parte de atrás y la galería cordobesa Sasha D la vende a solo 5.000 dólares. Una joyita que por el momento pasó desapercibida. No como otro vintage print de 1960, La Oruga, de Annemarie Heinrich, que salía 12 mil billetes verdes más IVA, pero Varasi ya colgó el cartel de “sold out”.

En el rango medio están las obras de 10 mil dólares, entre las que se encuentra la del hombre en cueros con máscara de calavera. ¿Qué tiene, además de lo impactante que salta a la vista, para que su galería, 1/1 CAJA DE ARTE, le ponga ese precio? Es de Juan Carlos Romero que, entre otras cosas que hizo, en la edición anterior de la feria fue la estrella en ausencia. Estaba a la venta su serie Doble residencia, de las últimas fotos que se tomó antes de morir en 2017. Es un ensayo visual en el que usa máscaras -antiguas y contemporáneas, intrincadas o sencillas- que producen el extrañamiento ideal para dejar una reflexión sobre las formas en las que el ser humano se oculta para vivir con otros. Y él toma su postura, porque abre y cierra a cara limpia.

La foto que grita “ME CAGO EN LA TAPA DEL ORGANO” es parte de otra serie, del año 2000, que podría funcionar como la génesis o inicio de Doble residencia. La obra en cuestión se llama Quechua. En su versión original es una infografía sobre papel fotográfico de la que hay 50 copias. La número 2, donada por el artista, está desde 2003 en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino. La que se vende en BAphoto es una impresión digital sobre papel, de 74,3 x 60, y la primera copia de nueve totales.

Romero fue un artista decisivo en el desarrollo del conceptualismo en la Argentina y su producción atraviesa múltiples medios y lenguajes. Comenzó con el grabado, la serigrafía, el dibujo y el collage, siguió con la poesía visual, la fotografía y después fue a por todo. Experimentó con diversos procesos de impresión y apropiación sobre papel, en donde hacía copyleft analógico. Era una postura tan política como estética en la que jugaba con el esténcil, la fotocopia, diversos etcéteras baratos y de fácil acceso para correrse de los desarrollos institucionalizados. Para plantarse contra todo canon, quebrando limites en una apuesta por extender la circulación de la obra impresa fuera de los márgenes de la institución.

¿Qué le parecería a Romero ser estrella de la feria 2019, tener varias obras a la venta en dólares en la edición 2020? También fue un artista de la perfo, así que tal vez la paradoja le habría hecho cierta gracia. Quizá se haría retratar con el precio colgando del cuello, sin máscara, con su habitual gesto entre tierno y severo, la sonrisa generosa, la mirada hosca, el pelo blanquísimo. Su vida y obra estuvieron desde el inicio atravesadas por un sentido claro de compromiso artístico, social y político que llevó adelante sin bohemia, si no con una inteligencia reflexiva, tan crítica como ética y estratégica.

Fue docente y formador, participó de diversos proyectos editoriales, era un apasionado coleccionista, metódico archivista y curioso constante que siempre estaba investigando algo nuevo. Aunque gran parte de su trabajo es individual, creía en lo colectivo. Generó cruces de lenguajes y pensamientos, como la foto y la poesía, pero también participó de varios grupos de creación artística. Un botón de muestra de su estilo: sus jornadas gráficas en las que organizaba pegatinas colectivas de afiches.

La serie en la que está Quechua es un conjunto de cinco obras que pensó y produjo Romero, pero como posó, puso el cuerpo, le pidió que hiciera clic al fotógrafo Guillermo Pérez Curtó. “¿Tendré tiempo de hacerme una máscara para cuando emerja de la sombra”, pregunta cubierto por una careta espeluznante desde su torso desnudo en la primera (Alejandra), en homenaje a Pizarnik. En la segunda muestra que no, porque deja ver su cara y no escribe nada, solo dibuja en su panza una serie de calaveras.

En la tercera se cubre la cara con un gorro coya y la frase de su cuerpo dice “Este mundo, república de viento, que tiene por monarca un accidente”. La frase es de Gabriel Bocángel y Unzueta, poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro. La quinta y última se llama Selknam 1. No hay cita, pero dice algo. El cuerpo recortado en blanco y negro sostiene la careta blanca que se hace rostro. Es su poesía visual, política, sobre los selk’nam, el pueblo ona, que hasta principios del siglo XX, cuando fue aniquilado en un genocidio y un proceso de transculturación, habitaba el norte y centro de la isla Grande de Tierra del Fuego.

Las máscaras siempre fueron para él una materia prima, parte de un lenguaje y un modo de mostrar la dimensión inquietante que hay entre las personas y mundo. Militante, litógrafo y artista de la performance, en esta cuarta obra de la serie, Quechua, hace la transición a ese final trágico. “Me cago en la tapa del piano”, dice la expresión popular que se refiere a que no importa lo elegante o el deber ser. Acá Romero juega y cambia a “órgano”, que puede ser un instrumento musical, pero también tiene otros significados. La cara la cubre con la calavera más terrible.

Daniela Pasik/para Clarín

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