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Se viene el gran clásico: Argentina-Brasil en Belo Horizonte

Imagen del encuentro disputado en octubre en Arabia Saudita, con muchos protagonistas del partido de  mañana.

El martes 16 de octubre del año pasado, bajo el calor sofocante de la ciudad de Jeda en Arabia Saudita, Brasil y Argentina jugaron un amistoso exótico. Fue el cuarto partido del ciclo de Lionel Scaloni y lo ganó Brasil por 1-0 con un gol de cabeza del zaguero Miranda en tiempo de descuento. De aquel equipo de Tite a este que afronta la Copa América, subsisten casi las mismas caras: siguen el arquero Allison, los defensores Marquinhos y Filipe Luis, los volantes Casemiro y Arthur y los delanteros Gabriel Jesus, Firmino y Coutinho. En Argentina, de los once jugadores que estuvieron desde el comienzo, sólo Sergio Romero, Rodrigo Battaglia, Angel Correa y Mauro Icardi no participan de esta Copa. El resto son los mismos.

Por eso vale el antecedente. Muchos de ellos volverán a decir presente este martes sobre el piso poceado y desparejo del estadio Mineirao de Belo Horizonte. Pero también es cierto que las circunstancias son diferentes y que jugarán mucho más las emociones. Aquel fue un amistoso y ahora estará en disputa un sitio en la gran final del próximo domingo en el estadio Maracaná de Río de Janeiro. Aquella vez, ninguno de los dos tenía mucho que ganar ni que perder, más allá de un nuevo episodio de una rivalidad ancestral. Ahora, el que gane dará un paso al frente y el que pierda, se quedará lamiendo las heridas de una nueva decepción. Brasil porque es el local y organizó la Copa América para poder levantarla. Argentina porque sumaría 26 años sin éxitos en el torneo continental y no llegaría a la definición luego de haberlo conseguido en las dos ediciones anteriores.

El mayor compromiso es de Brasil. Es el candidato por su localía y porque, más allá de que alcanzó la semifinal a través de los tiros desde el punto penal, llega jugando mejor. Y a partir de eso, ¿qué decidirá hacer Scaloni? ¿Saldrá a cambiar pelota por pelota? ¿O repetirá el 4-5-1 precavido de Arabia Saudita con tres volantes (De Paul, Paredes y Acuña) cerrando la media cancha y dos extremos (en aquella ocasión Paulo Dybala y Angel Correa) más preocupados en tapar la subida de los laterales que en asistir al único delantero? Da toda la sensación de que sería un suicidio jugarle golpe por golpe a Brasil cuando la Selección Argentina no tiene la solidez defensiva ni la potencia ofensiva para hacerlo. Pero también que resultaría exagerado resetear el equipo y jugar sólo a no perder. Scaloni parece inclinado a repetir la misma formación que eliminó a los venezolanos, más allá de que podría variar algunos puntos de partida.

Argentina viene mejorando de a poco. Pero fueron tan pobres sus prestaciones contra Colombia y Paraguay, que hay que manejarse con mucha prudencia a la hora de sopesar los progresos comprobados ante Qatar y Venezuela. Porque acaso no alcancen para hacerles frente a los brasileños. Rodrigo De Paul y Marcos Acuña estabilizaron el mediocampo y le posibilitaron a Leandro Paredes afirmarse como volante central, con más distribución de juego que quite. El Kun Agüero comprendió que no puede desentenderse de la recuperación de la pelota y, ahora, baja hasta su propio campo a dar una mano. Y se advirtió, sobretodo en el primer tiempo con los venezolanos, una mayor predisposición para acortar líneas y presionar y no estirarlas como sucedía antes.

El gran problema es que lo bueno dura demasiado poco y que apenas empieza a soplar el viento en contra, el equipo retrocede y cede la posesión de la pelota. Esos momentos ante Venezuela sirvieron para consolidar la levantada moral de Franco Armani y ratificar que Germán Pezzella y Nicolás Otamendi rinden mucho más a la hora de defender y mucho menos al momento de conducir la salida desde el fondo. También pusieron en evidencia la lentitud de Juan Foyth para marcar la banda derecha. El martes, el inquieto Everton andará por allí y si encara y pasa, puede hacerle pasar una mala noche al defensor del Tottenham.

Habrá que ver de qué manera la media cancha controla y restringe la calidad de Arthur, el gran armador del juego brasileño y cómo se detienen las subidas características de los laterales Dani Alves y Filipe Luis (también podría jugar Alex Sandro). Pero el mayor problema lo tiene Brasil. Porque enfrente estará Lionel Messi. Y aunque el supercrack rosarino admite no estar entregando su mejor versión en esta Copa por las canchas en mal estado, el mayor roce físico y la fatiga acumulada, siempre está la posibilidad de que se encienda y en un par de apariciones claves, cree una nueva realidad. Su presencia enciende una luz de alerta en el tablero del técnico Tite. Lo obliga a pensar un partido necesariamente diferente.

Seguramente no le hará una marca personal. Lo encimará Casemiro cuando baje hasta la mitad de la cancha, lo rodeará cada vez que pretenda encarar y le cortará las vinculaciones con Agüero y Lautaro Martínez. Bien abastecido por Messi, el binomio del ataque argentino puede provocar daños, más allá de que al bajar tanto, Agüero consume muy pronto sus energías y se queda sin resto para finalizar las jugadas.

Pero todo pasa por Messi. Hasta ahora ha sido un actor de reparto en la trama de la Copa América. Este martes, sí o sí, será protagonista. Le pondrá la cara a un gran golpe de escena, si se deja fuera de la final al equipo local y principal candidato al título. O será la imagen de una nueva y pesada frustración, si Brasil le cancela el camino a la final a una Selección Argentina que viene a los tumbos, que no le garantiza nada a nadie. Pero que, porque el fútbol es fútbol, todavía cree que es posible alzar esta Copa tan esquiva y tan deseada a la vez.

Daniel Guiñazú/Página 12

 

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