
En contraste con lo que pasa últimamente con los festivales que se organizan en la capital argentina, donde ganó terreno la ostentación por sobre la curaduría, el Music Wins demostró el domingo pasado que todavía es posible hacer las cosas bien, con buen gusto y a medida. De hecho, por más que su periodicidad no apela por la anualidad (al punto de que en 11 años tan sólo celebró cuatro ediciones), fue el primer encuentro musical local que apostó de manera consciente por la idea del “festival boutique”. O sea, es un evento organizado para una minoría de masas, por más que la imagen parezca excluyente. Además, tras probarse en Tecnópolis y el Club Ciudad de Buenos Aires, regresó a un predio ajeno al circuito: Mandarine Park, donde se estrenó en 2014, con Tame Impala en el rol de cabeza de cartel.
El espacio influyó de tal manera que Massive Attack llevó adelante la mejor performance que se le haya visto en el país (anteriormente estuvieron en 2010 y en 2004, siempre en contextos festivaleros), más allá de que en esta ocasión finalmente vinieron con su cantante invitada estrella: Elizabeth Fraser. Hasta vale la pena jugársela al afirmar que el laboratorio electrónico inglés jamás olvidará este desembarco porteño. Comenzando por el hecho de que su equipo de trabajo no sabía que el predio se encuentra próximo a Aeroparque. No sólo eso: linda a pocos metros del lugar de despegue de los aviones. Luego de pensárselo un rato e investigar los horarios de los vuelos que coincidían con la actuación, primero decidieron retrasar algunos minutos su irrupción por el tablado. Así daban chance a que bajara la frecuencia de las partidas.
Sin embargo, hubo dos pasajes más en los que no podían permitir que les pasara por encima alguna aeronave: a los 20 minutos de recital, en la primera aparición de Fraser, y durante el final, también con la ex cantante de Cocteau Twins en plan estelar. Entonces enviaron a alguien de la producción del festival al aeropuerto para que estuviera atento a los movimientos de los aviones, de forma que, luego de avisar al tour manager en tiempo real, diera un changüí a la banda para demorar el inicio de los temas. Lo más insólito es que llegaron a practicarlo a la tarde, lo que les permitió sacar la conclusión de que desde que el informante avisaba sobre los movimientos de la nave, hasta que se escuchaba el ruido, transcurren 23 segundos. Eso dio pie a ajustar la puesta en escena.
A propósito de esto último, si bien en las visitas previas de la banda el relato político era el sustento estético del recital, lo que hicieron esta vez fue lo más similar a una intifada artística. Arrancaron tipiando en las pantallas los principales titulares de las noticias argentinas del día, algo que hicieron en su incursión de 2010. La continuidad tiene lógica si se toma en cuenta que desde 2003 los de Bristol trabajan el concepto de sus shows con el estudio artístico United Visual Artists (UVA). No obstante, a lo largo de la hora y media de actuación, visualmente se abarcaron tópicos como la neutralidad de la red, la censura y la privacidad de datos hasta la avaricia corporativa, la violación de los derechos humanos y la política de la guerra. Resaltando el genocidio palestino y el conflicto en Ucrania.
Más allá de que saltaron cuestionamientos como “¿Esto es un sueño?”, “¿Soy real?”, “Bienvenidos al enfado”, uno de los pasajes más contundentes sucedió en “Angel”, cuando la técnica del reconocimiento facial registró a buena parte del público que estaba frente al escenario. Aunque la Inteligencia Artificial fue funcional a esta propuesta, con Elon Musk y Donald Trump haciendo de Palestina su república bananera, posiblemente el momento más incómodo tuvo que ver con estampas reales. Al principio de “Black Milk”, un dron captó desde cielo, hace algunos años, a una Gaza de pie, para luego contrastarla con una ciudad aniquilada. Nadie salió ileso de este show de Massive Attack, quienes lograron sincronizar música e imagen, como nunca, para que el mensaje llegara.
Antes de que el público reaccionara cantando contra Javier Milei, el repertorio del proyecto comandado por los vocalistas, compositores y músicos Robert Del Naja (“3D”) y Grant Marshall (“Daddy G”), apoyados por una banda fabulosa, despegó con una apropiación ralentizada y oscura del italodance “In My Mind”. No fue la única instancia en la que el tándem revisitó la música dance: sobre el final hicieron un cover de “Levels”, de Avicci. No quedó claro si fue con tono de ironía o desapropiándolo de la vanidad que gira en torno a ese himno EDM, para darle un soporte consciente en el diálogo con la frivolidad que emanaba de las imágenes. De todas formas, el arrebato más radical consistió en su loa al post punk “Rockwrok”, de los míticos Ultravox. Nunca se vio a Massive Attack rockéandola así.
Por más que hayan inventado el trip hop, la banda trascendió el género. Quizá la literalidad estuvo en “Unfinished Sympathy”, de Blue Lines (1991). Pese a que ese tema lo grabó Shara Nelson, ahora lo interpretó Deborah Miller, luego de hacer otro de ese álbum debut: el angustioso “Safe From Harm”. Ella apareció después de que lo hiciera el cantante jamaiquino Horace Andy, con el que suelen girar y cantar “Angel” y “Girl I Love You”. Aunque el clímax del recital se posó en Fraser (estuvo por última vez en Argentina en 1991), cuya voz, tan sublime como angelical, sorprendió en “Black Milk”, porque nadie la esperaba. Puso los pelos de punta en el cierre con “Teardrop”, pero su gracia divina brilló en la recreación de “Song to the Siren”: temazo de Tim Buckley en el que sólo precisó a ese violero gallardo para sacarle brillo.
Pero no sólo Massive Attack experimentó una vuelta inspirada y reivindicadora de Palestina. En la antesala de su performance en el Escenario Music, Bobby Gillespie estuvo hecho un dandi endiablado en el Escenario Wins, liderando a Primal Scream. Esta vez contó con Simone Butler, cuya enfermedad en 2018 obligó a que el grupo se presentara acá sin bajista. Lo que decantó en un show caótico salvado por el aguante del público. La hora y quince minutos que le dieron fue suficiente para rockearla y groovearla. Sonaban al mejor Roxy Music remojado en pura furia Rolling Stones: con Andrew Innes pelando esa guitarra con ganas de salvajismo y sin perder la compostura, y el saxofonista Alex White inyectando glamour y sacándole chispas a su instrumento.
A pesar de que actuó respaldado por dos coristas, el frontman escocés arrancó cantando su clásico dance “Don’t Fight It, Feel It” (originalmente lo interpreta una voz femenina), para después mecharla con el disco psicodélico “Love Insurrection”, del último álbum, Come Ahead (2024). Mientras que “Jilbird”, de su trabajo Give Out But Don’t Give Up (1994), les dio el tono sureño. Si bien invocó asimismo el cancionero de XTRMNTR (1999), el foco estuvo puesto en su obra maestra: Screamadelica (1991). También hubo recuerdos para Mani: su viejo amigo y bajista, y el cantante invitó a sus fans a que repitieran el lunes en C Art Media, donde protagonizarían un sideshow.
Yo La Tengo desenvainó una suite sónica, sólo como los dioses del Olimpo indie saben hacerlo. Aunque repasaron clásicos como “Stockholm Syndrome” y “Autumn Sweater”, el trío estadounidense, que este año abrazó su 40º aniversario, puso especial énfasis en su presente musical. Tocaron en el Escenario Music, justo antes de los locales Winona Riders (junto con los igualmente argentinos Camioneros, se lleva el trofeo al sonido más fuerte), y luego de The Whitest Boy Alive, banda comandada por el músico noruego Erlend Øye, que en el Escenario Wins prendió la fiesta. Y lo hizo porque le sale fácil, a razón de su condición de nigromantes del indie dance. O quizá para calentar los motores de la celebración de los 20 años de su disco debut, Dreams, en 2026.
A siete años de su estreno en los escenarios porteños, Tash Sultana también volvió con ganas de groovearla en el Escenario Music. Si hasta se metió con el reggae. Es por eso que en esta cuarta edición, la más convocante hasta ahora, el título de “artista debutante” se lo llevó la banda francesa de funk, pop y música dance L’Impératirce. Más allá de que cumplieron con los deberes, cautivaron a la muchedumbre, bajo ese sol con ganas de verano, con un cover bien rockero de “Aerodynamic”, hitazo de sus paisanos de Daft Punk. Eso sucedía al mismo tiempo que Isla Mujeres y Ok Pirámides la rompían en los escenarios restantes del evento: el Folks y el Indie, que albergaron a los demás artistas nacionales del mejor festival boutique de la ciudad.
Página 12/Espectáculos
MG Radio 24 Villa Pueyrredón