“Un monstruo sagrado de la historieta”, “un dibujante tan talentoso como modesto” y otros elogios a esa altura destilan por estas horas los portales de noticias franceses. Despiden a una de las figuras fundamentales de su cultura popular: Albert Uderzo falleció en la mañana de este martes por una falla cardíaca masiva. Su muerte no tiene “ninguna relación con el coronavirus”, aclaró la familia del co-creador de Astérix junto a René Goscinny, mientras en Francia aumentan las víctimas por la pandemia y se prolonga el confinamiento que, seguramente, hará más modestas las exequias del artista.
Alberto Aleandro Uderzo nació en 1927 en Neuilly-sur-Seine, en las afueras de París. Como hijo de inmigrantes italianos, durante su infancia sufrió el desprecio de algunos de sus vecinos, cosa que lo llevó a adoptar luego un pseudónimo artístico más francófono, que finalmente lo hizo conocido: Albert Uderzo. Además, casi como una señal de que tendría mano de sobra para trabajar, nació con dos dedos extra, que le fueron extirpados quirúrgicamente durante su niñez. Extrañamente, Uderzo era daltónico, aunque su visión había “mejorado con el tiempo”. Su familia pronto se mudó a la Bretaña francesa siguiendo el trabajo de su padre, algo que resultaría clave para su carrera artística. Cuando Goscinny dejó en sus manos la ubicación de la aldea de “irreductibles galos”, el dibujante eligió la región que más conocía: Bretaña.
Justamente el encuentro artístico con René Goscinny fue fundamental para su carrera. Cuando se conocieron, Uderzo ya pagaba las cuentas (“haciendo una cantidad excesiva de páginas”, recordaría luego) como dibujante de historietas. Incluso en 1950 había llegado a dibujar el muy británico Capitán Marvel Jr. para la revista Bravo! Pero en el ’51 conoció a Goscinny mientras trabajaba para International Press, la agencia de noticias belga: aunque hoy se lo conoce por su estilo caricaturesco de línea clara, Uderzo dominaba muy bien el estilo realista, que desplegó en otras obras. Pero el flechazo entre Uderzo y Goscinny fue instantáneo y una bisagra para la cultura francófona.
Ambos contaban que hablaron durante horas sobre Disney, los humoristas Laurel y Hardy (los famosos “El gordo y el flaco”) y, claro, de historieta. De inmediato decidieron trabajar juntos. Su primera creación fueron las aventuras de Oumpah-pah, un personaje con fuertes reminiscencias a Patoruzú (Goscinny vivió varios años de su infancia en la Argentina), y algunos de sus rasgos luego se trasladarían al siguiente trabajo de la dupla cuando ambos ya estaban al comando de la revista Pilote. Fue justamente en esa publicación que lanzaron Astérix, que se convirtió en un éxito inmediato que al día de hoy se sigue vendiendo y registra literalmente cientos de millones de ejemplares, además de múltiples adaptaciones al cine, videojuegos y hasta un parque de diversiones, entre otros formatos.
En retrospectiva, Astérix era un éxito inevitable: tenía aventura, humor inteligente, reflejaba lo mejor (y no tanto) de la idiosincracia francesa, se permitía sutiles comentarios sobre la actualidad social y política de su país, y estaba dibujado de manera magistral. Aún hoy, sesenta años después de su aparición, sus páginas son una clase perfecta de narrativa gráfica y una síntesis impecable de lo que se conoce como el estilo “de línea clara francobelga”. Curiosamente, la ley en Francia no reconoció a Uderzo como co-autor de Astérix, al menos no de los primeros libros. La Hacienda francesa (su AFIP, digamos) ordenó a Uderzo devolver 200.000 euros en regalías por los 24 álbumes en los que “sólo” firma como dibujante, una decisión más vinculada al gélido universo de lo administrativo que al trabajo real que realizaba la dupla.
Ya fallecido Goscinny, Uderzo se hizo cargo de los guiones de la serie, lo cual ralentizó mucho su producción, que pasó de dos álbumes anuales a uno cada cuatro años. En 2013, ya veterano y cansado, el dibujante ungió como sucesores a Jean-Yves Ferri y Didier Conrad. La nueva dupla se hizo cargo de los siguientes cuatro álbumes, siempre bajo la supervisión de su creador original.
Aunque Uderzo se consideraba “plenamente francés” y renegaba de los orígenes familiares italianos, consideraba que su estilo no provenía de la tradición gala ni de la escuela gráfica europea, sino de su amor por las historietas de Disney que había leído durante su infancia y por el film Blancanieves y los siete enanitos (1937), que consideraba una referencia ineludible. Punto para Walt Disney y su cadena de producción autoral sin firma: el mangaka Osamu Tezuka, creador de Astroboy y considerado en Japón como “el dios del manga”, también se consideraba heredero de esa tradición.
Quienes lo conocieron aseguran que era un hombre tranquilo que prefería hablar más de su trabajo que de sí mismo, aunque interés en su personalidad no faltaba. Por algo él se identificaba más con Obélix, cargando siempre un menhir de piedra enorme y a la sombra del otro pequeño gran hombre. Frédéric Potet, periodista de Le Monde, recuerda una discusión con él por la cuenta del desayuno, cuando el diario lo entrevistó para hablar del litigio que había tenido con su hija. Finalmente pagó el dibujante: se había vuelto increíblemente rico con sus dibujos, una rareza para su oficio, que desde hace años atraviesa en Francia momentos críticos para el sustento de los historietistas. Tan rico como para haber poseído 20 Ferraris a lo largo de su vida y un pequeño hotel personal. Algo que jamás imaginó cuando “tenía que hacer una cantidad astronómica de páginas para llegar a fin de mes”. Tampoco imaginó entonces que alguna de sus páginas se vendería en más de 300 mil euros en una subasta, como sucedió en Sotheby en 2017.
Sólo una instancia molestó públicamente a Uderzo: que durante algunos años se hablara más de Tintín que de sus galos. Pese a su queja pública en 2017, la historia lo dejará mejor parado, no sólo en términos de ventas (ya superó las 375 millones en 111 idiomas), sino en la revisión de su contenido. Muchos álbumes del joven periodista aventurero hoy serían impublicables por su contenido racista y eurocéntrico. Las aventuras de los galos, en cambio, parecen incombustibles y mantienen la vigencia de la mejor poción mágica. Cuando se lo relegó públicamente a la posición de mero ejecutor de las ideas de Goscinny –quien ya había muerto y no podía defenderlo-, Uderzo sufrió en silencio, aunque tuvo el gozo de recibir en vida la reivindicación de su figura. Soportó también una leucemia, de la que salió airoso. En las últimas semanas, reveló su yerno, ya estaba cansado. Falleció en la cama cuando el corazón le dijo “basta”. Y aunque hoy haya caído su menhir, dan ganas de seguir exclamando con sus dibujos: «¡Están majaretas estos romanos!».
Andrés Valenzuela/Página 12