El 27 de julio de 1996, durante un show musical en el marco de los Juegos Olímpicos de Verano de Atlanta, Estados Unidos, explotó una bomba casera, que dejó un muerto y 111 heridos. Las víctimas podrían haber sido muchas más si no hubiera intervenido un guardia de seguridad privada llamado Richard Jewell, que fue quien descubrió la mochila que contenía la bomba y el primero en despejar el área. Que apenas tres días después ese hombre fuera acusado de ser el principal sospechoso del atentado es la paradoja que movió a Clint Eastwood a hacerse cargo de un proyecto que originalmente estaba destinado por los estudios de Hollywood a otro director (Paul Greengrass) y a otros actores (Jonah Hill y Leonardo Di Caprio, que aquí figuran en los créditos como productores asociados).
Con El caso de Richard Jewell, Eastwood vuelve –después del paréntesis feliz que significó La mula (2018)— a un tema que lo ha obsesionado durante buena parte de su obra como director y que reapareció con particular fuerza cuando decidió en los últimos años tratarlo a partir de casos reales, extraídos de la crónica periodística. El problema de la naturaleza del héroe fue el núcleo de Francotirador (2014), Sully (2016), 15:17 Tren a París (2018) y vuelve a ser el centro de El caso Richard Jewell.
Así como Sully parecía dialogar con La conquista del honor (2006), en tanto los soldados que habían posado para la célebre foto de la bandera estadounidense en Iwo Jima se convirtieron en “héroes accidentales”, de la misma manera que le sucedió al piloto del Airbus 320 que salvó la vida de 155 pasajeros, El caso de Richard Jewell vendría a ser el espejo invertido de esas dos películas. Si en aquellos antecedentes era el poder de los medios el que ungía a sus héroes, aún faltando a la verdad (como era el caso de la icónica foto), aquí en cambio es el periodismo el primero en señalar y demonizar a Richard Jewell, a quien Eastwood presenta como un ser simple e ingenuo, sobre quien recae de pronto todo el peso del aparato de la ley y de la manipulada opinión pública.
La gloria perdida, el honor mancillado se abaten sobre un personaje a quien Eastwood muestra como particularmente frágil, algo infrecuente en su cine. Excedido de peso como un niño goloso, básico y pueril en sus razonamientos, Jewell (excelente protagónico a cargo del eterno secundario Paul Walter Hauser) quiere lucir un uniforme y cree estar llamado a combatir el mal en nombre del bien, una idea elemental que también le fomenta su madre (Kathy Bates), con quien sigue conviviendo ya de adulto. Contra este personaje, a su modo puro e incluso sexualmente virginal, cargan de pronto el FBI y la prensa, apurados por conseguir un culpable. Que ese contubernio -agigantado como una bola de nieve- haya nacido del encuentro nocturno de un miembro de la agencia de seguridad estatal (John Hamm) con una cronista promiscua e inescrupulosa (Olivia Wilde), que habría intercambiado sexo por una supuesta primicia, no hace sino reforzar la candidez inmaculada del protagonista.
Es en ese contraste donde aparece en El caso de Richard Jewell el espíritu del cine de Frank Capra. Cineasta clásico como ya no quedan en Hollywood, Eastwood (89 años) tuvo en su obra primero como modelo a Don Siegel, luego en su etapa crepuscular pareció mirarse en el espejo de John Ford y en los últimos años hay giros de su cine que recuerdan a las llamadas “tragedias optimistas” de Capra. Es el caso de esta nueva película, donde aparece un abogado pobre, valiente y quijotesco (Sam Rockwell), un estadounidense común a la manera de los personajes de James Stewart para Capra, que no dudará en salir en defensa de un acusado condenado de antemano. Casi sin planteárselo, este hombre está defendiendo así también los ideales de un sistema falible pero por el cual vale la pena dar batalla, dice la moraleja de El caso de Richard Jewell.
En el final del cuento “Tema del traidor y del héroe”, Jorge Luis Borges escribe: “En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan… Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto”. Tal vez Jewell –fallecido de un ataque al corazón en 2007— también previó que alguien, Eastwood por caso, iba a considerarlo un héroe y dedicarle una película a su gloria.
Luciano Monteagudo/Página 12