Destino Praga, estación París es una propuesta muy interesante. Se trata de una obra basada en una novela homónima de Sergio Faraudo, dirigida por Osvaldo Peluffo. Se presenta como un espectáculo “biodramático”, porque la historia parte de una vivencia real del autor, aunque luego se vuelve ficticia.
El resultado: un buen cuento y un interesante relato. El plus: el contexto real, que nos sitúa en tiempo y espacio, y recrea una importante página de la historia: remite a la Revolución de Terciopelo -acontecida en la entonces Checoslovaquia, poco después de la caída del Muro de Berlín-, un movimiento de protesta pacífico que provocó la caída del comunismo; con las recurrentes menciones de las figuras de Václav Havel y Milan Kundera, referentes de esa época.
Durante 70 minutos, esta obra de la Compañía Faro capta la atención de los espectadores y entrelaza la realidad y la ficción con mucha delicadeza. En un pequeño escenario despojado, unas sillas y un baúl son suficientes para recrear espacios convincentes. En el fondo, las imágenes que se proyectan en una pantalla completan la puesta.
Un argentino, un inglés, un checo, un italiano y una francesa se reencuentran 30 años después de la Revolución de Terciopelo -en la que participaron-, para rememorarla y evocar a Eva, una rancesa que fue parte del grupo pero desapareció. Un giro resignifica todo y deja al espectador pensando cuán difícil es conocer la verdad.
Verónika Ayanz Peluffo, Gonzalo Martínez Castro, Germán Tirini, Gabriel Dopchiz, Fernando González y Alexia Martinovich son los protagonistas que encarnan a sus criaturas y les aportan los matices necesarios para volverlas creíbles.
La dinámica del espectáculo, en el que la música y la iluminación también son parte de la puesta, es ágil. Y aunque las referencias no son directas, la lectura de la pieza permite encontrar analogías con la historia argentina.
Son varios los desafíos a los que se enfrentó -y pudo resolver- esta puesta. El primero, adaptar una novela al teatro. Luego, lograr una nueva versión después de la que hace cinco años propuso el desdoblamiento de los personajes (se estrenó en el teatro La Mueca y eran once actores). Por último, darle verosimilitud sin caer en la caricatura, poniendo en escena a personajes de distintas nacionalidades que conservan el acento de su idioma. La historia que cuenta Destino
Praga, estación París sucede en 2019, cuando aquel grupo de jóvenes decide reunirse tras años sin verse. El encuentro es para recordar y, tal vez, para tratar de entender lo ocurrido tanto tiempo atrás, aunados nuevamente en Praga.
En la versión anterior de esta obra, cada uno de los personajes era representado por dos actores: uno más joven y el otro, mayor. En esta versión, el mismo personaje que recuerda aparece recreando la situación del pasado. Por eso y porque se agregó que para celebrar el reencuentro los personajes beban absenta, en esta puesta tiene mayor peso lo onírico.
Destino Praga, estación París va y viene en el tiempo: el péndulo oscila entre noviembre de1989 -cuando estudiantes de distintos países viajan desde París para unirse a la lucha-, y 2019, cuando viajan a Praga para el reencuentro.
Algunos son los mismos; otros cambiaron, o se quitaron la máscara. ¿Quién es cada uno realmente? ¿Cuáles eran los ideales de entonces? ¿Qué quedó de todo aquello? ¿Qué secretos guardan? ¿Es necesario volver sobre el pasado?
Destino Praga, estación París abre todos esos interrogantes. A pesar del tono pesado que exige la temática y de que se plantea como un thriller político -en el que se cuela también el amor-, el director le dio una impronta de comedia que aligera la carga.
Destino Praga, estación París sube a escena los sábados a las 21 en el teatro El ojo (Perón 2115, CABA). Entrada general: $ 10.000 ( jubilados y estudiantes, $ 8.000).
María Ana Rago/Especial para Clarín