A pura emoción, García Satur hizo una función del unipersonal “El Rolo y yo”.
“Hasta pronto”. Así se despidió del escenario Claudio García Satur, quien a los 87 años, y después de mucho tiempo de no estar frente al público, ofreció una única función de El Rolo y yo el martes en el Multiteatro.
El saludo final fue para atesorar; tanto para él como para el público. Subieron al escenario Soledad Silveyra y Nora Cárpena, sus dos amores en la recordada telenovela Rolando Rivas, taxista, y sostuvieron a un actor atravesado por un llanto genuino, capaz de expresar lo que no pueden decir las palabras. Abrazos, besos, apretones de manos. Un saludo que ninguno de los tres quería terminar.
Pero ese fue el final, el broche de oro de una noche angelada. García Satur recorrió su vida, desde sus orígenes, en el barrio de Boedo, en el seno de una familia humilde y sencilla, hasta un presente rodeado de afectos, con algunos problemas de salud, un poco de nostalgia y mucho agradecimiento.
Apoyado en su bastón, con andar lento pero seguro, salió a escena y el público lo ovacionó de pie. El aplauso sostenido pareció sorprenderlo. Y hasta incomodarlo. Lo primero que dijo fue: “Vinieron con ganas de joder, parece”. Entonces habló del axioma según el cual el actor siente nervios antes de salir a escena y llega la calma cuando se encuentra frente al público; pero que en este caso esa fórmula no se cumplió.
Con elegante smoking y ya sin bastón, suelta su verborragia. Hace dos años pasó por una operación muy severa, adelgazó mucho y anduvo en silla de ruedas unos meses. “Lo pasé mal”, asegura. Se señala una pierna y explica que allí tiene una neuropatía. Se señala los ojos y dice que ahí sufre maculopatía. “No veo un carajo”, sale de los lamentos con humor.
Más adelante dirá que viene de veinte días muy difíciles, con problemas respiratorios. Pero le pone el cuerpo al escenario, persevera en llevar un relato ordenado -aunque a veces se sale y pide ayuda a la platea para retomar- responde a las intervenciones del público y se alegra al descubrir artistas en la platea.
“Nací en el barrio de Boedo, hace 87 años, en Colombres 949, la misma dirección que tenía el Rolo en el programa”, cuenta, nombrando al personaje que interpretó en Rolando Rivas, taxista, la excusa de este espectáculo. Será la primera mención a esa telenovela a la que volverá una y otra vez durante la función. El tiempo se detiene ahí cuando repasa esos dos años (1972 y 1973) en los que “se paralizaba medio país” para verla.
Durante una hora y media, el actor le rindió homenaje a aquel que fue y a lo que llegó a ser. Su infancia y adolescencia transcurrieron entre la pelota, las novias y la poesía. Ahora soltero -confesó haber tenido una novia hasta hace ocho años-, tiene ganas de “tener una compañía”, añora la juventud, sigue amando las palabras, recitando poemas, disfrutando de los recuerdos y agradeciendo por tanto: al público, a la familia, a los amigos.
Boedo, barrio arrabalero. El fútbol, los carnavales, los bailes, la joda. Hizo sólo un año de la escuela secundaria. Es que, entre otras cosas, después de algunas discusiones con el profesor de religión, dejó el colegio para trabajar. A los 14 años, en la DGI. Y luego, por trece años en una compañía de seguros. Habló de sus comienzos en el teatro independiente y ahí hizo un alto para justificar ese repaso preciso por los primeros años de su biografía. “Tengo que aburrirlos primero, para después decir algo gracioso”.
Un amor lo trasladó a Nueva York: una novia norteamericana con la que vivió siete meses . Entró a la TV en el ‘68 y, tras unos cuantos bolos, llegaron los personajes importantes. Ya en el ‘69, Alberto Migré le había dicho: “Usted va a ser protagonista”. Y en el ‘72 llegó Rolando Rivas, primero con Soledad Silveyra; luego, Nora Cárpena.
La televisión le permitió comprarles un departamento a sus padres, a quienes nombra más de una vez. Ese largo recorrido comenzó a sus 9 años, cuando subió al escenario de un club de barrio, en una obrita corta que había escrito su papá, Enrique García Satur, de quien tomó el apellido artístico. Un momento de una belleza peculiar fue cuando recitó un poema de él, que murió -recuerda- trece días antes del estreno de Rolando Rivas.
Sus dos hijas, sus tres nietos y algunos primos estuvieron sentados en la platea y Satur los mencionó varias veces. “¿Al final vino toda mi familia acá?”, preguntó cuando desde su butaca uno de sus primos le recordó su apodo de “Pirata” que lo acompaña casi desde su nacimiento, cuando su papá, actor, salió de gira por el país y le mandó una carta a la mamá de Claudio preguntándole: “¿Cómo está ese pirata?”.
“Están mis tres nietos, que me ven -vale aclarar, actuando- por primera vez”, menciona. Entre el público, unas cuantas señoras solas, otras en grupo y algunas, en pareja. Los espectadores delatan su edad cada vez que responden con euforia las menciones a la telenovela.
También hubo famosos: Solita Silveyra, Nora Cárpena, Patricia Palmer -que fue pareja de Satur-, Luisa Kuliok, Dorys del Valle, Mauricio Dayub, Pata Echegoyen. Con la presencia de tantas figuras, entre butacas sucedió un espectáculo previo: la llegada de Solita hizo que gran parte del público se pusiera de pie, se acercara a saludarla, le sacara fotos. El siguiente aplauso fue para Cárpena.
Anécdotas, curiosidades, recuerdos. Y los apasionados besos con Solita en la telenovela. Allí la buscó en la platea y le dirigió unas palabras “Me encantó besarte”. Repasó desde cómo Alberto Migré lo eligió para ese programa: “A usted lo va a amar el país”, le auguró. Y así fue.
Ana María Rago/Especial para Clarín