Aurora subió en el Teatro Colón después de 25 años, con régie de Betty Gambartes y dirección de Ulises Maino. Podría explicarse la subsistencia de la ópera, con música de Héctor Panizza y libreto de Luigi Illica (Angelo Petitta y Josué Quesada la tradujeron al castellano en 1943), principalmente por el interés en la Canción a la Bandera y todo su ritual alrededor de lo patriótico y el mito fundante de la Nación.
La actual reposición reafirma que se trata de una ópera rodeada por una canción patria, que en momentos de crisis se acude a la obra como activador del sentimiento patriótico para nuestra autoestima hipertrofiada.
En el cierre del segundo acto, el tenor Fermín Pietro en el rol de Mariano -héroe y guerrero revolucionarioentonó la Canción a la Bandera, después de los aplausos al finalizar su aria, invitó al público a unirse a él y al coro para entonar nuevamente “Azul un ala/del color del cielo…”.
El público se unió, pero lo que podría haber sido un acto espontáneo se reveló como una maniobra de manipulación cuando encendieron las luces de la sala para armar una liturgia cívica. Luego se escuchó un grito de “¡Viva la Patria!” y otro de “¡Viva la libertad!”.
Panizza escribió la ópera en 1907, impregnado por el espíritu de la celebración del Centenario en el horizonte, y se impuso retratar la Patria -católica y militarista- en formato operístico.
El resultado es un argumento compuesto de diversos galimatías y debilidades estructurales, en el que no emergen verdaderos personajes, con conflictos y miserias verosímiles. Más bien, una serie de exaltaciones alrededor de una épica patriótica, con un romance inverosímil entre Aurora y Mariano.
No cabía esperar muchas sorpresas o enfoques renovadores en la puesta. Lo que sí se actualiza es el tratamiento “nacional”, la representación del imaginario patriótico argentino y su ritual.
La nota criolla y nativista que deliberadamente Panizza eludió en su música fue “corregida”, de alguna manera, en la puesta: en las escenas donde participa el pueblo se incluyeron gauchos, criollos, y una mujer morena. También desde la iconografía -el sol, la luna- se incorporaron imágenes de tipo nativista, o la imagen de la proyección en el tercer acto.
Los problemas dramatúrgicos fueron enfrentados con profesionalismo desde la dirección escénica. El didactismo de la épica patriótica latente en la obra no se elude, por el contrario, la puesta lo subraya. Como en los cuentos infantiles, hay que suspender la lógica y entrar en el verosímil del género.
Voces destacadas
La presente producción está sostenida por las voces. La ópera pide buenas y poderosas voces, y las tiene. Empezando por Daniela Tabernig en el rol protagónico. Es cándida pero también profunda, hizo una interpretación tan comprometida, con su línea vocal siempre musical y expresiva, que logró neutralizar las inconsistencias del personaje.
Fermín Prieto da vida a un Mariano intenso y épico, sostuvo el canto heroico casi de manera permanente con su línea de canto firme y convincente.
Hernán Iturralde se lució vocal y dramáticamente con la composición de Don Igancio, al igual que Alejandro Spies en el rol de Raimundo.
Cristian Maldonado (Don Lucas) tuvo un buen desempeño vocal en el aria, incorporada en esta versión, en la que enfrenta al obispo Orellana (Juan Barrile). Santiago Martínez (Bonifacio) fue convincente en su rol, al igual que Claudio Rotella (Lavin).
Un párrafo aparte merece la actuación de Virginia Guevara, se lució vocal y dramáticamente en el rol de Chuiquita, y creó un personaje lleno de chispa y frescura.
El Coro dirigido por Miguel Martínez cumple sobradamente, mientras que la Orquesta Estable, bajo la dirección de Ulises Maino, tuvo un comienzo poco balanceado en el volumen, pero luego se estabilizó y todo fluyó con brillo y matices.
Repite hoy, domingo 29 a las 17 y 1° de octubre.
Laura Novoa/Clarín-Espectáculos