No es que la pandemia del coronavirus nos haya quitado la posibilidad de ver Un buen día en el vecindario en las salas de cine de la Argentina. La distribuidora que tenía los derechos de la película por la que Tom Hanks fue candidato al Oscar este año ya había decidido antes que no la exhibiría comercialmente aquí.
Así que el estreno para nuestro país fue este sábado, por HBO y desde ayer está disponible en la plataforma HBO Go.
¿A quién interpreta el dos veces ganador del Oscar?
A un personaje real, que podía subir al subte y los estadounidenses de todas las edades lo reconocían y cantaban la canción de presentación de su programa de televisión.
El tipo vestía sus cardigans, generalmente rojo, o verde, y les hablaba a sus telespectadores con una amabilidad, sencillez y candidez que hacía que los temas que trataba -la muerte; la separación de los padres; el acoso- les llegaran a los chicos con naturalidad, para que pudieran asumirlos, comprenderlos y hasta absorberlos como una esponja. Presentador de un programa para niños a lo largo de tres décadas, Fred Rogers -o Mr. Rogers- fue el creador, compositor, titiritero y escritor del ciclo con el que, asesorado por una psicóloga, la educación y los buenos modales formaron a millones de estadounidenses.
La trama de la película de Marielle Heller (The Diary of a Teenage Girl, ¿Podrás perdonarme?) se basa en un artículo de la revista Esquire, escrito por Tom Junod, y se centra en la relación del periodista -en el filme se lo rebautizó Lloyd Vogel-.
En verdad, el protagonista es Vogel (Matthew Rhys, de Perry Mason y The Americans y que trabajó con Hanks en The Post: Los oscuros secretos del Pentágono), que por 1998 acaba de tener un hijo, es bastante cínico y mordaz en sus artículos y que acepta a regañadientes entrevistar a Rogers para un artículo sobre “héroes” estadounidenses en Esquire. Entrar al set del programa y conocer a Rogers marca un giro de 180º para Vogel, que también venía de concurrir a la tercera boda de su hermana y enfrentarse literalmente, a las piñas- con su padre (Chris Cooper, en su calidad de malo, pero comprador) al que no veía desde hacía años.
Rogers le cambia la manera de ver las cosas al recién llegado. El “mensaje”, tal vez de tanta candidez y calidez, sea que el contacto con la bonhomía puede hacernos reflexionar o al menos perdonar lo que parecía imperdonable. Rogers parece uno de los personajes de Jimmy Stewart (a Hanks se lo ha comparado mucho con el actor de Qué bello es vivir), un optimista capaz de proporcionar coraje al más desilusionado.
También es cierto que tanto almíbar puede empalagar hasta a quienes le pongan cinco cucharadas de azúcar al té. O al Nesquik. Las transiciones entre escenas se hacen con maquetas de la ciudad de Nueva York y de Pittsburgh, donde vivía Rogers, y con autos y aviones de juguetes, como ambientación y suerte de correlato de lo que se cuenta.
Hanks no ganó como actor de reparto el Oscar. En la ceremonia del 9 de febrero de este año se lo llevó el único de los cinco candidatos (también estaban nominados Al Pacino y Joe Pesci, por El irlandés, y Anthony Hopkins, por Los dos Papas) que hasta ese momento no lo había obtenido: Brad Pitt, por Había una vez… en Hollywood.
Pero qué duda cabe que era el mejor para interpretar a Rogers en este simpático pero previsible filme acerca de la bondad.
Pablo O. Scholz/Clarín