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Heroico triunfo de Racing con 9 hombres. El Ciclón le ganó a Vélez

Marcelo Díaz suelta el desahogo con su grito de gol que le dio el clásico a la Academia.

Es un final de alta tensión. Racing se sostiene estoico, con 9 hombres desde los 53 segundos del complemento. Con Independiente volcado en masa contra el área de García, el héroe menos pensado. La pelota quema en los pies rojos. Sobran espacios, faltan ideas. Cecilio está nervioso y se hace echar. Al rato, cae el otro Domínguez, Nery. Termina con la cabeza vendada y el hombro dislocado. Y es bicho Cvitanich. Aguanta de espalda, se enciende Lucas Romero. Loustau reparte amarillas. Y ya son 9 contra 9. Y el último centro se pierde detrás del arco donde ruge la popular.

Y gana la Academia un clásico de enciclopedia que tuvo todos los condimentos. Jugadores expulsados. Un equipo con diez desde los 40 minutos del primer tiempo y con 9 desde el inicio del segundo. Un técnico despedido en la vereda de enfrente que resucita a una cuadra y encuentra revancha. Un futbolista que come una banana y surge con superpoderes en el área de enfrente para hacer un gol legendario. Un arquero que se viste de jogging, como Albil hace dos años, cuando aquí hubo victoria roja con gol de Fernández, que seguro no podrá dormir con sólo recordar el mano a mano que perdió ante García.

Ganó Racing por su enorme actitud y espíritu solidario para multiplicar esfuerzos y cubrir espacios.

Perdió Independiente porque no supo aprovechar la superioridad numérica y cuando halló un hueco chocó con su ineficacia y el enorme García.

Racing lo había merecido en el primer tiempo en el mejor momento del breve ciclo de Sebastián Beccacece, cuando fue protagonista del clásico gracias a ese juego que se le venía reclamando al entrenador que hizo bri

llar a Defensa y Justicia, el que nunca pudo demostrar, justamente, en el banco de Independiente. A bordo de un 4-1-4-1 con despliegue de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro, mostró amplitud para abrir la cancha y elaboración en el juego interior. Con Pillud de 4, Montoya de 8, Rojas de volante interno y Barbona activo por el otro costado. A decir del Flaco Menotti, el inodoro en el baño, el horno en la cocina.

Independiente llegó al Cilindro con una postura diferente a la del último sábado, cuando aplastó a Central con un juego agresivo. El 4-3-3 no pudo despegar porque Cecilio tuvo que retroceder para apoyar a Sánchez Miño. En ese contexto, Racing dominó y generó peligro. Lo tuvieron Sigali, Rojas (gran atajada de Campaña) y Lisandro. También, Montoya, quien sacudió el travesaño con un bombazo.

Racing era más. Independiente, en cambio, sólo consiguió llegar hasta Arias por errores de su rival. La perdió Nery Domínguez y Fernández casi vulnera a Arias de media distancia. Hasta que una contra a pura guapeada de Silvio Romero derivó en un mano a mano que Arias bloqueó con su guante afuera del área ante Cecilio. Loustau lo expulsó como corres

pondía y Racing se quedó con diez. Afuera Barbona, adentro García. Y la responsabilidad mayor en manos de Independiente. Mucho más cuando arrancó el complemento y el árbitro aplicó un duro criterio para penar una falta de Sigali sobre Fernández. No hubo codazo. Era amarilla. Pareció exagerada la tarjeta roja.

Racing con 9. Independiente con 11. Mauricio Martínez adentro. Rojas afuera. El aguante celeste y blanco contra la furia roja. Y las manos de García para ahogar los gritos de Sánchez Miño, Franco y Fernández. Pusineri se la jugó con los pibes Ortegay Braian Martínez. Beccacece apostó a la experiencia. Y como Lisandro estaba agotado, entró Cvitanich. Fue conmovedor el esfuerzo de Racing.

Se paró atrás, sostuvo su arco y peleó cada pelota. Darío fue clave. Porque aguantó la pelota, jugó la pared con Montoya, hubo un rebote, metió el centro atrás, Miranda la dejó pasar y Díaz hizo explotar gargantas.

Independiente se ahogó en centros. Y llegaron las expulsiones de Cecilio y Romero. Y el final. Y el estallido.

Avellaneda es de Racing. El Rojo se fue entre rubores. Consciente de que perdió un partido histórico.

Daniel Avellaneda/Clarín

Julián Palacios marcó el gol del desequilibrio y fue la figuara en el Nuevo Gasómetro.

No será considerado un clásico, pero el clima que se genera en la cancha se le parece bastante. Y en la agradable tarde del domingo, San Lorenzo celebro a puro grito y puños y dientes apretados el 1-0 sobre Vélez, que le permitió ganar por primera vez en el año y meterse en zona de Copa Sudamericana. No es para menos ese festejo-desahogo: resistió todo un tiempo con un jugador menos. El Fortín no supo aprovechar el hombre de más y sigue sin poder sumar de a tres desde la reanudación de la Superliga.

A veces el fútbol puede ser el reino del revés. En el Nuevo Gasómetro, casi en el final del primero tiempo el aplaudido fue Fabricio Coloccini y el silbado e insultado fue el árbitro, Nicolás Lamolina. El primero acababa de ser expulsado por un duro cruce sobre Agustín Bouzat. Si bien la intención del experimentado defensor de 38 años no fue hacerle daño a su rival, se tiró de manera imprudente y con una fuerza desmedida. La roja en alto del juez fue correcta; el reproche de los simpatizantes, enajenados, se equivocó de destinatario.

San Lorenzo ganaba 1-0 y venía creciendo de la mano de sus gemelos fantásticos: los Romero. Y esa acción tonta de uno de los futbolistas más veteranos de la cancha cambió la ecuación del partido. Porque Diego Monarriz tuvo que rearmar la defensa y para eso no le quedó otra que sacrificar a Nicolás Fernández, el 9 del equipo. Le esperaba un segundo tiempo de dientes apretados.

Hasta ahí, el gol del pibe Julián Palacios había marcado la diferencia de un duelo parejo. Vélez había llegado al Bajo Flores para buscar la victoria desde el inicio. Ya con mirar la postura de los jugadores antes del pitazo inicial se podía percibir: el 3-3-1-3 a lo Bielsa de Gabriel Heinze proponía mucha gente en ataque y correr un riesgo de dejarle espacios al Ciclón para correr hacia Lucas Hoyos. Y efectivamente lo qué pasó fue que un contraataque bien comandado por los hermanos paraguayos terminó en el grito de Palacios, que debutaba oficialmente como titular. Esa había sido hasta ese momento la primera y única llegada de riesgo de los azulgranas, mientras que los de Liniers ya habían asustado a la defensa local con un par de situaciones peligrosas: un desborde de Bouzat que no llegó a conectar Lucas Janson del otro lado y un disparo de media vuelta de Maxi Romero que sacó hacia un costado Sebastián Torrico.

Lo mejor de San Lorenzo surgía cuando los Romero conectaban. Tomó nota Monarriz de los primeros dos partidos en los que Oscar había quedado muy estático como volante derecho. Por eso cambió el dibujo y lo puso al zurdo de los hermanos de enlace y al chico Palacios de ocho. Acierto que le dio al equipo de Boedo más volumen de juego detrás del cinco visitante. Una pared de Oscar con Angel inició un ataque que culminó con un tiro elevado de Uvita Fernández. De todos modos, se esperaba un poco más de profundidad en el Santo. Vélez siempre fue más punzante. Miguel Brizuela falló un frentazo en una posición perfecta tras un milímetro de Gastón Giménez.

Y entonces, el error de Coloccini. Ante la movida de Monarriz de sacar un delantero y meter un defensor, Heinze respondió metiendo a Thiago Almada. San Lorenzo había dejado sólo a Angel Romero de mitad de cancha hacia adelante y el Gringo entendió que con dos centrales -más Giménez- era suficiente para defender. Tuvo razón porque los locales no atacaron más.

Hay dos maneras de jugar un partido con uno menos: o se trata de tener la pelota y defenderse con ella o se la entrega al rival y se apuesta a abroquelarse en el fondo y resistir. Monarriz optó por la segunda opción.

Aguantar y sufrir. Las tribunas temblaban ante cada pelota velezana que caía en el área de Torrico. Ni hablar cuando entró Ricardo Centurión.

Puso todo Heinze. Y su colega desde el otro banco respondió de inmediato agregando a Ramón Arias para armar una línea de 5 atrás. Entre los centrales, principalmente Alejandro Donatti, y Torrico se encargaron de blindar el arco y defender el triunfo que necesitaba San Lorenzo para sacarse el mal sabor de boca de un comienzo de año amargo.

Nahuel Lanzillotta/Clarín

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