Cuando, en la próxima entrega de los premios Oscar, el enorme cartel del In Memoriam registre fugazmente la imagen de D. A. Pennebaker –ganador de una estatuilla honorífica por su trayectoria–, la famosa expresión “la magia del cine” adquirirá de pronto un significado no tan evidente. Es que el cine de este documentalista nacido en 1925 y fallecido este último sábado no puede ligarse a los conceptos usuales de la suspensión de la credibilidad y la teletransportación del espectador a un mundo de ficción tan real como la realidad, o más grande que ella. La materia primordial de sus creaciones siempre fue la realidad en sí misma, registrada paciente y concienzudamente, aunque transformada por el poder del lente de la cámara y los cortes y zurcidos del montaje. Dos de sus películas más geniales e influyentes, Don’t Look Back y The War Room, epitomizan de algún modo dos de las obsesiones centrales de toda su carrera: lo que ocurre en los escenarios públicos de la política y la cultura popular y aquello otro que queda relegado a las bambalinas. Con la muerte de Donn Alan Pennebaker a los 94 años muere también una de las figuras esenciales del así llamado «direct cinema» en su vertiente estadounidense, un cronista de los cambios en la sociedad de su país y un referente ineludible del cine documental de la segunda mitad del siglo XX.
Hijo de un fotógrafo profesional, nacido en la ciudad de Evanston, en Illinois, aunque criado en Chicago, luego de la Segunda Guerra Mundial el joven Pennebaker se recibió de ingeniero en la Universidad de Yale. Carrera abortada que, sin embargo, sería muy útil algunos años más tarde, cuando comenzó a desarrollar métodos para perfeccionar el sincronismo de las imágenes de su cámara compacta de 16mm con el sonido que obtenía gracias a un magnetoscopio Nagra. Su primer corto experimental de 1953, Daybreak Express, ofrece imágenes de la ciudad de Nueva York con fondo sonoro de un tema de Duke Ellington, primer atisbo de una fascinación con las diversas formas de la música popular que nunca abandonaría. Luego de fundar la productora Drew Associates junto a Richard Leacock comenzó a producir una serie de “reportajes” noticiosos, influenciados tanto por el fotoperiodismo moderno como por los primeros esfuerzos de Jean Rouch, en Francia, y los documentales producidos del otro lado de la frontera por el equipo del National Film Board of Canada. En 1964, el joven cineasta registró el casamiento de Timothy Leary y posterior fiesta en la mansión neoyorquina de Alfred Hitchcock, otro ejemplo de crónica social con una cercanía e intimidad a los sujetos/protagonistas envidiable.
De visita en el Bafici en 2007, en ocasión de un homenaje y retrospectiva de algunas de sus películas, Pennebaker se cansó de explicar, a cuanto periodista se lo preguntara, acerca del origen, causas y consecuencias de la expresión “mosca en la pared” –acuñada, según la leyenda, por Leacock, uno de sus colegas inseparables en los primeros años 60–, referida a la idea del documentalista como alguien casi invisible que, simplemente, se dedica a observar lo que ocurre alrededor desde un puesto cercano a lo ideal. A este cronista, el cineasta le argumentó en aquel momento que la etiqueta de “cine observacional” parece dar la idea de que el realizador prende la cámara y deja que las cosas ocurran. “En realidad, todos los aspectos de una película son el resultado de miles de elecciones creativas, desde el momento del rodaje hasta la edición”. Primary, el célebre film que registró las elecciones primarias de 1960 que llevarían finalmente a la presidencia a John F. Kennedy, dirigido por Robert Drew de forma colaborativa junto a Pennebaker, Leacock y Albert Maysles, es un buen ejemplo de ese estilo de “cine directo” que luego aplicaría a otra clase de proyectos.
Cuando Bob Dylan recién comenzaba a electrificarse, Pennebaker fue testigo directo de la gira británica del músico, a quien acompañó tanto sobre los escenarios como fuera de ellos. Don’t Look Back –convertida con el paso del tiempo en tótem del rockumentary y en registro invaluable de toda una era– es el comienzo de un romance con el documental musical que lo llevaría a trabajar junto a con músicos de la talla de David Bowie (Ziggy Stardust and the Spiders from Mars), The Who, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Ottis Redding, entre otros (Monterey Pop), Brandford Marsalis (The Music Tells You), Depeche Mode (101) y Jerry Lee Lewis, sentando las bases, primero, y afianzando luego un estilo de registro de recitales en vivo que hasta el día de hoy sigue siendo ítem imprescindible de referencia. Presente en el film con Dylan, el famoso segmento en el cual una serie de carteles escritos a mano acompañan la letra de “Subterranean Homesick Blues” es usualmente descripto como el primer videoclip de la historia, referencia anacrónica que, sin embargo, su repetición en los años 80 en la cadena MTV no haría más que cristalizar. Fue también D. A. P. quien, un año después de esa gira, capturó el inmortal grito de “Judas”, momento bisagra en el paso del folk al rock eléctrico que es, también, una fotografía de un momento seminal en la historia de la música popular.
Junto a su esposa, la también documentalista Chris Hegedus, Pennebaker continuaría filmando, editando y produciendo largometrajes a lo largo de las cinco décadas siguientes. El seguimiento de la campaña política de Bill Clinton en 1992 daría nacimiento a otro de sus títulos indispensables, The War Room, film concentrado en los responsables de diseñar la estrategia electoral, con todas sus luces y sombras. Más allá de esos temas sobresalientes, su prolífica filmografía incluye películas sobre bailes afroamericanos, la resistencia del bluegrass y el country ante otros géneros musicales más masivos, la vida y la obra del creador de los automóviles DeLorean y hasta un concurso de chefs franceses empeñados en lograr la pastelería perfecta. Su último largometraje, Unlocking the Cage (2016), realizado como siempre junto a Hegedus, registró a lo largo de un par de años la lucha de un grupo de abogados empeñados en conseguir derechos legales para ciertos animales en peligro de extinción. “No es posible apuntar la cámara hacia alguien y descubrir así qué hay dentro de su cabeza, pero permite la segunda mejor posibilidad: que uno pueda especular al respecto”, declaró alguna vez D. A. Pennebaker, frase que resume a la perfección uno de los horizontes de toda su obra: descubrir aquello que parece invisible a los ojos, pero no a la cámara. En otras palabras, la magia del cine.
Diego Brodersen/Página 12