
En Valor sentimental lo noruego no quita lo bergmaniano. Es que la influencia del gran realizador sueco en el cine internacional, pero sobre todo en sus vecinos nórdicos, no es nada menor. Allí está en el reparto el patriarca Stellan Skarsgård, coterráneo de Bergman, como embajador de esa tierra. Su rol es el de Gustav Borg, un cineasta septuagenario que desde hace diez años no filma ni un solo plano, pero que planea hacerlo en breve con un film que, si bien no es autobiográfico en un sentido frontal, al menos ofrece varias referencias oblicuas a miembros de su propia familia. Por ahí van los tiros en la nueva película de Joaquim Trier, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes y candidata firme a quedar nominada a uno o varios premios Oscar: son los gritos, susurros y dolores del clan Borg, los esfuerzos del pater familias por relacionarse nuevamente con las dos hijas luego de la muerte de su ex, de quien estuvo separado durante décadas, y viceversa.
Que la hija mayor sea actriz de teatro tiene bastante que ver con el centro de la trama, que en mayor o menor medida está ligada a los vínculos entre la vida real y el arte, a los recovecos de la memoria y las dificultades del ser humano para vincularse con sus pares, sobre todo los más cercanos. El prólogo del nuevo largometraje del director de La peor persona del mundo instala la casa familiar como centro del universo. La voz en off omnisciente lee los párrafos de una redacción estudiantil de Nora Borg (nuevamente Renate Reinsve, la protagonista del film previo de Trier) cuando esta era pequeña. En ese texto infantil se describen habitaciones, escondrijos y movimientos vitales, como más tarde lo hará un flashback que describe someramente a las diversas generaciones que habitaron el hogar, con sus muertes y nacimientos, en un formato familiarmente cinematográfico que señala hacia el carácter meta-narrativo de Valor sentimental.
Del prólogo a una instancia dolorosa: durante el estreno de una obra Nora, la hija actriz, sufre de un tremebundo ataque de pánico escénico antes de salir al proscenio. Hay crisis puntuales, entre ellas la muerte de la madre que empuja la visita de Gustav, y otras más silenciosas y difíciles de aprehender, como la imposibilidad de Nora de llevar una vida que le resulte del todo satisfactoria y que, caso extremo para algo tan común, la lleva a un estado cercano a la depresión. Es su hermana Agnes, casada y madre de un pequeño hijo, quien parece haber hallado algo similar a un equilibrio, aunque la procesión vaya por dentro. Con esos elementos como pilares narrativos, que la acercan al drama familiar, Trier construye una historia que va adquiriendo nuevas capas a medida que avanza. La negativa de Nora a protagonizar el nuevo proyecto de su padre, escrito especialmente para ella (ejemplo particular de un rechazo hacia su persona, corolario de lo que considera un abandono paternal), lleva al cineasta a buscar a otra actriz, una joven estrella de Hollywood a quien conoce durante un festival de cine y que de inmediato acepta el papel (Elle Fanning).
Película de raíces corales –cada uno de los cuatro personajes centrales ofrece su punto de vista–, Valor sentimental dedica tiempo a los cambios que Gustav Borg se ve obligado a realizar en su creación: con la nueva actriz en el reparto la producción pasa a manos de una famosa plataforma global que comienza con N y termina con X. Hay humor en varios pasajes de la película (¡los regalos de Gustav a su nieto son ciertamente inapropiados!) y Trier se las arregla para que los momentos más densos no terminen de caer en la gravedad impostada. Es ese equilibrio el que logra sostener la atención durante más de dos horas en una película que, sin cargar las tintas, reflexiona sobre su propia hechura y ambiciones. La escena final confirma que el cine, en su artificio, puede ser también imitación de la vida.
Diego Brodersen/Página 12-Espectáculos
MG Radio 24 Villa Pueyrredón