Los globos celestes y blancos en las filas de las tribunas aparecen como flores blancas en una iglesia marcando el camino al altar. “Que suenen esos bates”, pide un señor en lo más alto del estadio de sóftbol en el predio de Villa María del Triunfo, en las afueras de Lima. Está a punto de vivir, él y decenas más, un momento histórico para el deporte argentino. Ese equipo que fue campeón del mundo por primera vez hace poco más de un mes, ahora se cuelga un oro panamericano.
Pero no es casualidad. El proceso comenzó hace cuatro años e incluyó algo más que entrenamiento: corrieron maratones, escalaron cerros e hicieron campamentos para potenciar el trabajo en equipo. “La última fue una maratón de 21 kilómetros de supervivencia. Nosotros no tenemos un estado físico tan privilegiado. Pero hicimos todas esas locuras que ahora valen la pena. El grupo maneja un humor único porque estamos enfocados en nosotros mismos y no en lo que haga el rival”, le cuenta a Clarín Bruno Motroni, el capitán del seleccionado.
Pero el título mundial en República Checa no relajó a este equipo. Sabía -desde marzo de 2015, cuando asumió el entrenador Julio Gamarci- que el objetivo era cortar la hegemonía de Canadá en los Juegos Panamericanos, más aún cuando el equipo norteamericano se quedó afuera de la edición al llevar un equipo alternativo al torneo clasificatorio. En Lima, el rival de Argentina en la final fue Estados Unidos, pero no tuvo problemas: le dio una paliza en semifinales en un partido que se terminó en la quinta entrada por la Regla de la Piedad, que se aplica cuando un equipo le saca a otro una diferencia demasiado grande antes del fin, y volvió a ganarle (5-1) en la Gran Final.
“Es inolvidable el año que tuvimos. Pero es consecuencia de un trabajo y de un planeamiento que hicimos durante cuatro años, en los que hubo más fracasos que triunfos. Este año era el objetivo principal que nos habíamos planteado desde el comienzo de este ciclo. Ahora nos queda disfrutar porque tuvimos un año histórico para el sóftbol argentino”, agrega Motroni, de 33 años y uno de los 13 entrerrianos que integran el plantel.
Es que Paraná es la capital nacional del sóftbol, como les gusta decir. Sin embargo, no quieren que se mantenga esa hegemonía. Sueñan con que el título panamericano “sirva como envión para que la disciplina siga creciendo”. “Hoy Argentina pasa a ser potencia mundial en todo sentido y ojalá sirva para que tenga más apoyo y crecimiento. En Paraná está todo nucleado porque ahí está la mejor infraestructura y asociaciones que toman más en serio el sóftbol. Tal vez falte apoyo en otras provincias. Pero ojalá sea un empujón para que la gente vuelva al deporte”, afirma quien tras el Mundial fue elegido por sus colegas como miembro de la Junta de la División Sóftbol de la WBSC y de la Comisión de Atletas de la WBSC.
Este oro representa el primero después de los bronces que Argentina había ganado en Santo Domingo 2003 y Toronto 2015. Así cortaron una racha de ocho títulos consecutivos de Canadá, único campeón panamericano en la rama masculina. “En Toronto terminamos terceros y peleando pero no éramos un equipo consolidado. Y hoy en día teníamos una unión única. Conocemos nuestras limitaciones y sabemos cómo trabajar. Aprovechamos eso y lo potenciamos”, agrega uno de los mejores bateadores del mundo, mientras alguien empieza a cantar “dale campeón”.
“Esta hinchada es increíble. Mucha gente de todo el país, no solo Paraná ni familiares. Nos sentimos súper apoyados. Sabíamos que teníamos la gente atrás y les gritaban contínuamente a los árbitros. Fue muy bueno, muy agradecidos de que hayan venido hasta acá para solo alentarnos”, comenta quien empezó a los 5 años a jugar este deporte. “Vengo de una familia softbolera completa, no me quedó otra… Y casi todos vienen de familias softboleras”, explica. Esa también es la clave del éxito: un equipo que se conoce, que ama lo que hace aunque sea amateur y que en Lima plasmó todo su potencial.
Sabrina Faija/Clarín