Marcelo Gallardo entra al campo de juego del Monumental tras el pitazo final de Nazareno Arasa. Y no es casual. El Muñeco saluda a sus jugadores en señal de protección.
Desde las tribunas se escuchan silbidos que marcan el descontento de los hinchas tras el 1-1 con Talleres, que dejó sabor a muy poco, no solo por el resultado, sino porque River volvió a tener otro flojo desempeño. Y con el empate, no pudo asegurarse aún la clasificación a los playoffs del Apertura.
El cabezazo goleador de Miguel Borja, a minutos de cumplirse el tiempo reglamentario, fue como si le tiraran un salvavidas a River. Llegó tras un centro preciso de Gonzalo Montiel, al que le antecedió un
buen pase de Nacho Fernández, que había entrado para pararse en el centro de campo y oficiar de lanzador. Cayó ese gol en un momento justo, cuando el ambiente se estaba poniendo muy tenso y ya habían aparecido los cánticos direccionados a los jugadores en versión de “movete River, movete, movete dejá de joder” y “pongan más huevos, pongan más corazón”.
“Esta película ya la vi ”, podría decir cualquiera de los hinchas de River que habitualmente vana van a ver a su equipo al Monumental o lo ven por televisión cuando juega de visitante. Y tendrían razón. Los actores son los mismos, los argumentos también y el final casi siempre es igual. No hay sorpresa. Todo es monótono. Y aburrido.
River repite los mismos patrones partido a partido. Es un equipo que generalmente tiene la pelota porque el rival prescinde de ella, pero no le da una posesión útil. Hace todo lento, casi sin ritmo. Y abre la cancha para un lado o para el otro, pero sin profundidad. Además, los pases son reiterativos y pocas veces van al espacio. A veces logra filtrar algunas pelotas para saltear líneas pero cuando llega a los metros final, termina casi todas mal o no las finaliza. O define mal.
Eso pasó en el primer tiempo cuando tuvo la primera jugada riesgosa, más de media hora después de haber comenzado el partido. Castaño tocó para Driussi y el Gordo con un toque sutil dejó mano a mano a Colidio con Herrera pero el arquero le adivinó la intención al ex Tigre, quien tiró un tirito.
Otra vez Gallardo apostó por un 4-3-3 en el que en el medio incluyó a Simón por derecha y a Castaño a la izquierda porque Meza no jugó por una tendinitis rotuliana. Ninguno de los mediocampistas pesaron. Tampoco Colidio y Driussi.
El único que ofrece algo distinto es Franco Mastantuono. Sí, a veces da la sensación de que el equipo de Gallardo depende de lo que haga un chico de 17 años y no del funcionamiento colectivo. Entre otros intentos, en ambos tiempos, el pibe de Azul desairó con un taco de media vuelta y caño a Blas Riveros y su zurdazo se fue un poco ancho, Herrera le sacó un remate tras un doble enganche y metió un tiro en el travesaño. Lo más peligroso de River salió de sus pies.
Para la segunda parte, Pablo Guiñazú, el técnico interino de Talleres, hizo un cambio que terminaría siendo clave: el ingreso de Valentín Depietri. El extremo, en una de sus primeras intervenciones, metió una corrida como si estuviera en una pista de atletismo para irse solo contra Armani y definir. Fue un contraataque perfecto del equipo cordobés, que agarró mal parado a River, luego de que Castaño perdiera una pelota en ataque. En dos toques, Talleres se fue al gol. Depietri se desprendió de Acuña y le ganó la carrera a Paulo Díaz, quien se desgarró en la persecución.
Después del gol, Gallardo, además de hacer el cambio del chileno, mandó a la cancha Borja y sacó a Enzo Pérez. Y un rato después, a Nacho Fernández y Subiabre. Los cambios parecían desorientar al equipo pero Nacho entró bien y clarificó con sus pases. Uno de ellos fue esencial para el empata.
Borja, que había perdido un par con Herrera se desquitó para estampar la igualdad. Y casi hace el gol del triunfo en el descuento pero le erró a la pelota tras un rebote que no esperaba. No pudo hacerla completa. Y River tuvo que conformarse con no haber perdido. Es poco, claro. Su gente se lo hizo notar.
Maximiliano Benozzi/Clarín-Deportes