Cuando traspasó la primera hora de show, Zucchero «Sugar» Fornaciari cortó el fervoroso clima festivo que había izado para hacer su primera alocución de la noche. Antes que apelar por la típica elocuencia en la que reinciden los artistas, el blusero les habló a los descendientes de italianos que colmaron el teatro Gran Rex. Tras remontarse al pasado y lamentar lo que les sucedió a esos millones de compatriotas suyos que huyeron de guerras y hambrunas, confesó que le gusta venir a Buenos Aires porque es uno de los pocos lugares en el mundo en el que, afuera de su país, se siente tano. Si el argentino se argentiniza cuando se sube a un avión en Ezeiza, a partir de ese momento calle Corrientes, o al menos ese bastión, se tornó en un carnaval donde el público hizo alarde de lo que aprendieron de los “nonni”.
El músico nativo de Reggio Emilia, que pidió permiso para cantar y hablar a lo largo del show en su idioma, entronizó el ínterin con “Il suono della domenica”, cuya letra versa sobre la inmigración italiana en América. Sin embargo, a contramano de la tez musical introspectiva de la canción, “el sonido del domingo” último en la capital argentina estuvo más cerca de la lujuria. Durante las poco más de dos horas que duró el recital, dios y el diablo, siempre presentes en el inventario lírico del cantante y compositor, hicieron un alto al fuego en la guerra celestial para entregarse juntos al jolgorio. Al principio primó la timidez, pero luego fue imposible sentarse. De hecho, en un momento de amague de parte de la audiencia, la corista camerunesa Oma Jali, reina indiscutible del escenario, veló para que eso no sucediera.
Justo fue la africana la primera en salir de los camarines, acompañada por una banda impoluta. Luego de mostrar la consistencia de su voz, a partir del himno religioso “Oh, Doctor Jesus”, popularizada por Ella Fitzgerald, Zucchero irrumpió en escena para sumarse a semejante clamor. Sin alterar la sustancia mística del preludio, pasaron de ese cuadro de los campos de algodón del suroeste de los Estados Unidos al góspel futurista “Spirito nel buio”. En ese mismo arrebato moderno, el tridente de temas espirituales lo cerró “Soul mama”. Ambos integran el último álbum de composiciones propias del artista, D.O.C. (2019), que decantaron en el primer vitoreo de la gente. Apenas se posicionó el silencio, hubo una más de ese disco, la épica “La canzone che se ne va”, próxima a la usanza de la canción de autor italiana que patentaron Franceso De Gregori, Giorgio Gaber o Francesco Guccini.
La melancolía se abrió paso con “Quanti anni ho”, donde el teclado de Nicola Peruch, alquimista de los matices, desdobló su sonido entre “A Whiter Shade of Pale”, de Procol Harum, y “Don’t Dream It’s Over”, de Crowded House. Los climas estoicos aparecieron una vez más en “Quale senso abbiamo noi”, aunque “Partigiano reggiano” invocó a la libido de la mano del blues rock. Uno rotundo, efectivo y sin vueltas, lo que supo agradecer la muchedumbre, que saltó de sus asientos al son de esas teclas rurales y la guitarra libertina. Esta canción, de intención autorreferencial (en ella alude al partisano o guerrillero de Reggio Emilia, su lugar de origen), está incluida en su trabajo de 2016. Hasta ese tramo del show, Zucchero se dedicó a repasar su obra más reciente, lo que a continuación mixturó con su pretérito glorioso.
Después de muchos años de ausencia, esta vuelta a la capital argentina, como parte de la gira “Overdose D’amore” (tomado del tema de su emblemático disco Oro, incenso & birra, que curiosamente no incluyó esta vez), encontró al artista en muy buen estado de salud. No sólo artístico, sino también productivo. En lo que sí no puede impactar el paso del tiempo es en su mayor don. A pocos días de cumplir 69 años, el italiano sigue siendo dueño de una voz privilegiada. Potente, intensa y celestial, capaz de arrasar con todo lo que descubre a su paso. Y esto se amplificaba cada vez que establecía complicidad con su corista o incluso con el desaparecido Luciano Pavarotti, que desde las pantallas (recurso legado por la música urbana, mientras llega el holograma) aportó su inolvidable gaño para cantar “Miserere”.
Previo a ese punto de inflexión del show, el italiano revisitó otros clásicos suyos. El recorrido comenzó con la apesadumbrada “Iruben me”, pero empezó a levantar vuelo con el pop barítono “Il volo”. Se mantuvo tomando impulso con el R&B “Facile” (con ayuda de Oma Jali), y en ese estado meloso se plantó mediante sus hits radiales “Chicas” y “Baila” (ambos cantados a medio camino del español y el italiano). Durante este pop groovero, se colgó la viola eléctrica, y al toque la cambió por la guitarra acústica. Se sentó en una silla, y empuñó “Ill suono della domenica”, tras dialogar con fans de diferentes generaciones. En “Dune mosse” recordó que la compuso con Miles Davis y explicó era un R&B con sentimiento mediterráneo. El segmento fraternal lo completaron con “Un soffio caldo”.
“Qué Dios los bendiga”, dijo el músico posteriormente. Aunque no era más que un acting para salir de escena a cambiarse su característico sombrero, así como el saco. Y también para darle protagonismo a sus músicos: una hermosa conjunción racial, sonora e idiosincrática. Si la base rítmica tenía al baterista italiano Adriano Molinari en constante dialéctica con el bajista afrodescendiente norteamericano Polo Jones, el quinteto lo completó la guitarrista (igualmente de origen afro y estadounidense) Kat Dayson. Integrante de la formación de mediados los ’90 de The New Power Generation (la misma que grabó con Prince el disco Emancipation). Pese a su timidez, Zucchero, evidentemente orgulloso de tenerla en sus filas, le dio espacio y peso en varios pasajes.
Cuando su actual empleador salió de cuadro, ella alternó el rol vocal con la corista. Jali cantó “Nutbush City Limits”, endemoniado funk firmado por Ike & Tina Turner; escoltada por Dayson con otro cover volátil: “Let the Good Times Roll”, de Louis Jordan and His Tympany Five. El blusero europeo volvió con la guitarra acústica a cuestas para hacer “Diamante”, secundada por la balada “Così celeste” y “Per colpa di chi?”. De pronto, el bajista Jones se atavió de predicador en la intro del funk sin frenos “Diavolo in me”. Sin embargo, el todos en el teatro esperaban “Senza una donna” y Zucchero los complació. Pero las ganas de más eran insaciables, por lo que el músico regresó con el tecladista para tributar a su ídolo Joe Cocker, con “You Are So Beautiful”. Ahí dios y el diablo se despidieron, y cada uno siguió por su camino.
Yumber Vera Rojas/Página 12-Espectáculos