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Tentadores y recién publicados: libros para leer en tiempo de confinamiento

Baño de Damas, de Natalia Rozenblum, es una de las alternativas. Versiones en papel y e-book.

Lentamente, los libros empezaron a salir del confinamiento. Asomaron desde los depósitos donde habían quedado atrapados, emergieron, con sus tapas flamantes, de las imprentas o de los containers que los habían traído del exterior. Algunos accedieron a su vida literaria en soporte digital, muchos pueden verse en las vidrieras, otros se venden desde la web de libreros y editoriales. A continuación, un menú de títulos que garantizan el placer de leer.

Ciento cincuenta cuentos cortos

de Lydia Davis, editorial Almadía.

La brevedad le sienta bien a la norteamericana Lydia Davis, que lleva publicados seis libros de microrrelatos o flash fiction, y ha recibido varios premios internacionales, entre ellos, el prestigioso Man Booker en 2013. Envueltos en una tapa fucsia con sugerentes anteojos, en este libro se pueden encontrar sus mejores relatos, en una selección realizada por ella misma. Sus textos pueden consistir en una sola línea o llegar hasta una o dos páginas. Puede haber en ellos una historia condensada, el perfil de un personaje o el esbozo de una situación, pero una consecuencia inevitable es que son historias que llevan al lector a reflexionar o a imaginar, a completar de alguna manera esa brevedad enigmática y sugerente. A menudo aparece un elemento fantástico que exaspera lo cotidiano y recorta del flujo de la vida una sensación, un momento que se traduce con intensidad. Agudeza, humor e ingenio brillan en estas miniaturas, cincelados hasta lograr la mínima y perfecta expresión.

La abadesa de Crewe

de Muriel Spark, La Bestia Equilátera.

Ámbito de reclusión y clausura, un convento también es una pequeña sociedad donde las ambiciones políticas juegan su juego con intensidad y disimulo. Acceder a su gobierno es cuestión de astucia, de alianzas y, sobre todo, de vigilancia. Con fina ironía, Muriel Spark ( 19182006) construye en La abadesa de Crewe, un mundo tenue y peculiar, hecho de murmullos y secretos, ambiciones y sobreentendidos. Alexandra, la abadesa, se nutre de la lectura de Maquiavelo para llegar al poder y se entretiene ideando pérfidos libretos para despistar a sus adversarios. .

Más desenfadada, la rival de la abadesa es una monja joven enamorada de un jesuita, que predica la rebelión y el amor libre, y no vacila en ventilar los delitos que se cometen en el convento cuando se siente agredida. Con un humor desopilante dosificado por su estilo mesurado e intachable, Muriel Spark –que fue agente de contraespionaje- nos encanta con esta comedia inteligente que no deja de despertar asociaciones entre la inquietante abadía y los manejos más turbios de la vida política.

Baño de damas

de Natalia Rozenblum, Tusquets.

La originalidad de esta novela reside en su tema, la vejez, y en la mirada cómplice sobre sus personajes en esa etapa de la vida en la que se considera que ya nada se puede desear ni proyectar. No es así en el caso de Ana Inés, la protagonista de 75 años, que pese a los kilos de más en su cuerpo rollizo sigue disfrutando de la natación, el aquagym y la vida social en un club de barrio. La aparición algo inquietante de la hija, que parece estar instalándose en el departamento de Ana Inés contra su voluntad y amenazar su independencia es una de las líneas del relato. Lo que a ella la mueve es el amor por un antiguo amante y la secreta aspiración de presentarse como candidata a la presidencia del club. En esta, su segunda novela, Natalia Rozenblum consigue desarmar miradas estereotipadas sobre la llamada tercera edad, mientras conmueve y mantiene el interés del lector hasta la última página.

Penélope y las doce criadas

de Margaret Atwood, Salamandra.

Punzante, irónica, la canadiense Margaret Atwood –autora de El cuento de la criada- se pregunta insistentemente por la condición de las mujeres. En Penélope y las doce criadas, reescribe la Odisea de Homero, desde el punto de vista de la paciente Penélope, ese modelo de esposa que aguardaba a Odiseo mientras pasaban los años, que tejía de día y destejía durante la noche para estirar el plazo que había fijado a los pretendientes, ansiosos de reemplazar en el trono al héroe ausente. La escritora canadiense decidió darle voz a Penélope, es ella la que cuenta su historia desde el reino de los muertos. ¿En qué me convertí?, se pregunta, disconforme con el rol que le asigna la versión oficial. “En una leyenda edificante: un palo con el que pegar a otras mujeres”. En esta reedición de Penélope y las doce criadas – publicada por primera vez hace quince años- Atwood sabe ver de cerca a esos personajes femeninos en los que Homero no reparaba, tan ocupado como estaba en narrar las aventuras de sus héroes varones.

Contracorriente

de María Wernicke, editorial Calibroscopio-

El blanco y el negro predominan, a veces algunos tonos pardos, otoñales. Vemos un paisaje de islas rodeadas por un río totalmente blanco. En un botecito rojo un hombre viene remando, es un isleño que “anda de isla en isla leyendo mareas y cielos”. Un lugareño que identifica los sonidos de los pájaros y en cada ladrido reconoce un perro. Rema en busca de trabajo pero recibe una negativa tras otra. Hasta que en una isla le dicen que sí. Con su machete se dedica a desmontar la maleza. Cuando hace una pausa, mate por medio, la mujer que lo contrata le lee un libro: “a él le suena como agua que baja, no sabe de qué río viene esa agua ni a dónde va a desembocar”. En cada encuentro ella le lee y en la noche él sueña con esas palabras, sueños que toman forma de pájaros o de serpientes. Imaginamos que el hombre no sabe leer. Y que la palabra escrita llega a él como una música, como un sueño perdido, quizás como algo pendiente. Al final, el hombre vuelve a la casita de la isla para aprender a leer. Y ese río, que era como una página en blanco, se llena de letras.

Como en todo libro–álbum, aquí la historia se cuenta a través de un breve texto que se complementa con las imágenes a doble página. Por momentos, el texto dice muy poco y es necesario mirar en detalle las ilustraciones que esconden curiosas metáforas visuales, como en los momentos en que el hombre sueña. Minimalista y poético, Contracorriente de María Wernicke es una pequeña joya que pueden disfrutar grandes y chicos. Acaba de recibir el premio Banco del Libro 2020 de Venezuela y la autora, que escribe e ilustra a la vez –lo que se conoce como “autora integral”, es candidata al prestigioso premio Astrid Lindgren de Suecia, el Nobel de la literatura infantil. La historia que narra se basa en un caso real, ligado a la tarea de la biblioteca Santa Genoveva, en las islas del delta.

La hora de los hipócritas

de Petros Márkaris, Tusquets.

Una nueva novela policial con el detective Costas Jaritos como investigador presenta un contrapunto entre la vida cotidiana del veterano policía, que acaba de ser abuelo, y el crimen de un gran empresario hotelero, cuyo auto fue destrozado por una bomba en el estacionamiento de su hotel. Llorado por sus empleados, mecenas de una fundación que entregaba becas a estudiantes sin recursos, Fokidis -el empresario asesinado- parece ser intachable, pero esa imagen empieza a mostrar su cara oscura cuando se descubre que sus empresas tienen sede en un paraíso fiscal. “No puedes ser benefactor y timador al mismo tiempo”, apuntan sus asesinos en mensajes escritos en letra caligráfica, con la firma de un supuesto Ejército Nacional de Idiotas.

Cuando a este crimen se le suma un segundo asesinato, el de un funcionario público, el comisario Jaritos encuentra un denominador común, el móvil en ambos casos parece ser la hipocresía. Hasta aquí llegamos, para no spoilear. Parte del gusto que encontramos en las novelas del escritor griego Petros Márkaris es cierto aire de familia, un parentesco entre las calles atestadas de Atenas con las de Buenos Aires, un paralelo entre los trabajadores pauperizados por la crisis a ambos lados del Atlántico y entre las maniobras sospechadas de algunas empresas, mientras la ciudad ve crecer en sus calles los refugios rudimentarios de los sin techo.

Alejandra Rodríguez Ballester/Clarín

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