
Hace mucho tiempo, en una Argentina muy, muy lejana, Star Wars Episodio IV: Una nueva esperanza se llamaba La guerra de las galaxias y era una fija de los cumpleaños infantiles, donde se veía en una pantalla de -con suerte- 2×2, cortada y doblada a un mal español. Décadas después, los rebeldes fueron absorbidos por el Imperio (Disney) y llegaron al Teatro Colón gracias a un convenio con la empresa del ratón Mickey.
La propuesta es ver la película de 1977 -en rigor, la versión de 1997, con algunas escenas y efectos agregados con la Orquesta Estable del Teatro Colón interpretando en vivo la banda de sonido de John Williams, calificada por el American Film Institute como la mejor en la historia del cine estadounidense. Y, en efecto, es imposible no estremecerse cuando las luces se apagan y, después de tocar la música característica de la 20th Century Fox, la orquesta arranca con las emblemáticas notas de los títulos de apertura.
Pero eso ocurrirá una vez empezada la función. Antes, en el foyer del teatro, se verá una muestra más del triunfo de la cultura pop. Por ahí se pasean profanos jedis con sables láser en mano, stormtroopers, jawas, pilotos rebeldes, que ofrecen a los espectadores una foto en dos tarimas preparadas para la ocasión. Incluso hay una mini Leia, con su túnica blanca: tiene cuatro años y se llama, cómo no, Leia Arévalo. Está a upa de su abuela Patricia -autora del disfraz, mientras sus padres trabajan sacándose fotos caracterizados como el senador Bail Organa y su mujer, Breha. Ningún detalle se les escapa a estos fans que suelen ir a las convenciones de Star Wars en Estados Unidos, y que se casaron vestidos como Obi-Wan Kenobi, y la reina Amidala de Naboo, en una boda intitulada Episodio X.
Entre el público, en cambio, no se ven disfraces: hay unas cuantas remeras temáticas -pensar que hasta hace no tanto, al Colón sólo se podía ir de largo o de saco y corbata- y algún niño que perturba a la platea con su sable láser sonorizado. Aunque las entradas costaban entre 150 y 7.000 pesos, cinco de las seis funciones se agotaron: sólo quedan algunas localidades para la de mañana a las 14. El fanatismo no se reflejará en el aspecto, pero está a flor de piel, a juzgar por la efusividad con la que se festejan los chistes de C-3PO y Han Solo.
Como la aparición de Darth Vader en medio de la platea y varios de sus stormtroopers en los palcos. Algunos de ellos conducen -esposado y enfundado en una túnica jedi- al brasileño Thiago Tiberio, director musical del concierto. La orquesta está sobre el escenario, de espaldas a la pantalla; el director cuenta con un monitor en el que la película tiene marcas que le indican cuándo debe sonar la música.
Los diálogos se escuchan con una calidad regular pero aquí lo que importa es la orquesta, que suena tal como Yoda hubiera deseado, dándole una nueva vida a la grabación original de la Sinfónica de Londres. Cuando aparecen los créditos finales, John Williams recibe la mayor ovación que un compositor de bandas de sonido haya recibido jamás.
Gaspar Zimerman/Clarín