Riguroso y clásico en su arquitectura aunque osado, seductor y muy rico en lo discursivo. Así es Rocanrol Cowboys, el largometraje dedicado a la vida y obra de Los Ratones Paranoicos que estrena este miércoles Netflix. Lo mismo podría decirse del objeto explorado por Plástico (el seudónimo con el que firman los directores Alejandro Ruax y Ramiro Martínez). Y de yapa ratifica dos ideas que nunca está de más recordar. En sus inicios, la banda oriunda de Devoto fue la síntesis más acabada (en lo musical, lírico, performático y estético) del punk stoniano. La otra tiene que ver con el rockumental: si hay ganas y sintonía, el género puede ser mucho más que un decálogo de sucesos, fechas, subjetividad, regodeo y eufemismos. “Nuestra intención primera fue retratar a la banda, así de simple. Estaban a punto de regresar y nos encontramos con los tipos súper predispuestos a charlar, muy abiertos, de vuelta de todo. Los agarramos en un buen momento”, explican sus directores a Página/12.
El repaso se inicia con un ensayo y culmina con imágenes del regreso del cuarteto conformado por Juanse, Sarcófago, Pablo Memi y Roy Quiroga. Inicialmente fue un trabajo por encargo (para aprovechar el marco de su vuelta con un DVD) que no se concretó. El impasse le permitió a los directores trabajar con mayor sustancia y forjar un admirable registro que llega a la plataforma de VOD tras una proyección en 2019 en el festival de Mar del Plata. En 76 minutos se narra el abrasivo y entrañable surgimiento del grupo, el cénit de la patria stone, las luchas de egos y vanidades, el devaneo tóxico, el violento impasse en 2011, la conversión espiritual de su cantante y el renacimiento de la banda. El trabajo, cabe decir, se complementa más que bien junto a Juansebastián (Diego Levy, 2019) sobre la convivencia entre la conversión cristiana y la faceta rockstar del cantante. “Hay una reivindicación para la banda, siempre estuvieron a un costado, fueron de punto, y Juanse fue muy inteligente en verle la matrix a eso”, conceden los realizadores.
Más allá de su carácter cronológico, la pieza audiovisual se destaca por el notable uso de tres herramientas. La primera es el manejo de un cuantioso material archivo –público y privado-. Luego está el testimonio. Es la voz de los protagonistas y la de colaboradores específicos (los productores Gustavo Gauvry y Andrew Loog Oldham) donde el relato encuentra su espesura. También está el tino autoral de sus realizadores, quienes logaron un tono confesional que gambetea los axiomas de este tipo de crónicas. Claramente, un gran acierto de la dupla de directores fue la de concentrarse en el footage en vez de dilapidar el presupuesto en entrevistas del tipo “cabezas parlantes”.
“El terreno estaba cubierto por una extraña maleza de cables y efectos especiales con grupos que trataban de reproducir el sonido de los ’80”, desliza Juanse en una vieja entrevista donde ya se percibía su gran habilidad como declarante. Y sus compañerosde grupo, hoy en día, no se quedan atrás. “Cemento era recontra crudo, venía uno y me daba una patada al equipo, cortaba dos cuerdas por show, era transpiración, pura transpiración, todo mojado”, rememora Sarcófago. “Del umbral de Gauvry al techo de los Stones ya no había nada”, apunta Quiroga. “Al cabo de tocar unos años había alcohol y falopa, lo cual era habitual en el grupo”, se sincera Pablo Memi sobre lo que implicó su vuelta al grupo antes del abrupto parate a comienzos de la última década.
La apertura de Rocanrol Cowboys, por otro lado, exuda el mismo frenesí que la banda en sus primeros discos. Además de esa postura mordaz, arriba y abajo del escenario, resalta la simbiosis que tuvieron con Del Cielito Records. El trabajo en esos minutos parece una placa estética del final del alfonsinismo (la señal de ajuste televisiva, el tracking de videocasetera, ruido blanco de las grabaciones). Todas y cada una de sus apariciones televisivas, por otro lado, son insolentes y juguetonas. De Música Total (donde los definen como heavy metal) a sentarse en el living de Monumental Moria (“qué look existencialista”, dice la vedette), prestarse al intercambio con Silvina Chediek o tocar en Todo Nuevo. “Precursores del grafiti y una de las principales bandas del under porteño”, anuncia un inconfundible Juan Alberto Badía.
El halo stone, obviamente, juega su parte. Desde la cita al libro Life de Keith Richards a la importancia que tuvo para la banda el mencionado Oldham. De hecho, el productor es el encargado de dar con la frase que da el título de este documental. Lúcido, ácido y algo mercachifle, aquí está a sus anchas lanzando conceptos como misiles. Otro tanto aportan los segmentos musicales de trece canciones. El “Rock del Gato” da pie a que Juanse cuente de una manera -muy elegante y divertida- quién fue la inspiración del tema pero, a su vez, le sirve a los realizadores para graficar los que significó la eyección a la hipermasividad y el arribo del menemismo. “Quisimos concentrar la lisergia y el consumo de esos años en muy unos pocos segundos”, cuentan sus responsables.
Los traspiés, “la involución” –se dice por allí-, el raid sonoro y toxicológico se agolpan en la tercera parte de un documental marcado por varios instantes que quedan pegados a las retinas y oídos. Como la zapada de Juanse en un teclado que culmina con Sarcófago llamándolo “Bruno Goebbels”. Las apariciones furtivas de Pappo, Charly García y Botafogo en escenario y tras bambalinas. El rol que jugó en la banda la fotogenia de su bajista y del frontman. “Estaba fascinado con la cara de Juanse”, asegura Oldham, quien lo compara con Al Pacino y Mick Jagger.
Que en los créditos aparezcan Pop Art y Sony Music podrían hacer elevar el ceño a algún purista. Sin embargo, aquí hay más coincidencias con Amy (Asif Kapadia, 2016), con la mirada descarnada de Penelope Spheeris en su trilogía The Decline of Western Civilization o la veta stone de Crossfire Hurricane (Brett Morgen, 2012). “Medio que nos colamos en un error del sistema, porque todos lo esperaban para acompañar el relanzamiento del grupo en 2017. Como los tiempos fueron otros, medio que se olvidaron de nosotros y nos dejaron trabajar en paz. Trabajamos con total libertad, les mostramos los cortes finales a la banda con el producto terminado y todos acordaron con que estaba bueno”, dicen Ruax y Martínez. Dicho de otro modo, Rocanrol Cowboys se sostiene más allá de cualquier afán y la pura espuma. En todo caso es la espuma que sube sobre el cristal y cambia de forma para atacar.
Federico Lisica/Página 12