
En un clima marcado por la emoción, ayer por la tarde volvió a abrir sus puertas el Museo del Libro y de la Lengua, dependiente de la Biblioteca Nacional, después de los cierres obligados por la pandemia.
Fue con un acto en la plaza Boris Spivacow, donde además se leyó el discurso de su directora, la escritora María Moreno -referencia de la (contra)cultura y del periodismo-, quien se recupera de un ACV que sufrió meses atrás.
Cuando Moreno asumió, en enero de 2020, le puso a la gestión su propia impronta, e inauguró el lugar con una kermés feminista -en tiempos en que se seguía impulsando la ley por al aborto legal, que finalmente sería aprobada fines de 2020-. Luego llegarían la pandemia y los cierres.
Ayer, participaron en la ceremonia el director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain -dijo que esa entidad recuperará su plena actividad, con horarios ampliados, en el término de un mes-, y Esteban Bitesnik, del Museo de la Lengua. Entre otras cosas, anticiparon el respaldo a un petitorio para que al Museo se le agregue el nombre de Horacio González, quien falleció en junio pasado y fue su gran impulsor.
En el marco del acto, se inauguró un altar en conmemoración de las víctimas de femicidios, como parte de la muestra La kermés del día después, que ahora retoma su actividad.
Se habló, también, del concurso de cuentos de amor organizado por el Museo, que tendrá en su jurado a la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Entre las actividades programadas hasta fin de año se incluyó, además, el 2º Encuentro internacional derechos lingüísticos como derechos humanos en Latinoamérica, del 23 al 26 de noviembre. En ese marco, habrá distintas mesas de debate y reflexión.
También se lanzó la Colección Cuadernos de la lengua, tres primeros libros que se editarán en noviembre y diciembre; Antología degenerada. Una cartografía del lenguaje inclusivo, compilada por Sofía De Mauro, y La babel del odio. Políticas de la lengua en el frente antifascista, con textos seleccionados por Luis Ignacio García.
Con entrada gratuita, en Las Heras 2555, el museo abre al público de lunes a viernes, de 14 a 19.
La palabra de Moreno
“Que el Museo del Libro y de la Lengua sea dirigido por alguien que ha sufrido los efectos de un ACV, entre los cuales se encuentra una severa dislexia, es decir, que siente un sabor amargo en la lengua del cuerpo y la del alma, según una frase elegíaca de don Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres, parece una obra de Copi; pero como la vida tiene los argumentos más extravagantes, es despóticamente real”, comenzó la lectura del texto de María Moreno.
“El 3 de julio de 2021 tuve un infarto cerebral que me provocó parálisis en el lado derecho de mi cuerpo, incluida la mano -nunca pensaba en ella, simplemente estaba ahí para servirme en mis caprichosas asociaciones literarias, era la mano de escribir-. Estaba escribiendo sobre la potencia de la enfermedad y de la asimetría corporal en la obra de Lina Meruane y Mario Bellatin. Nunca volveré a provocar a los dioses que convierten la escritura en una profecía”, señaló con ironía.
“No escribo las palabras que deseo; a estas las olvido fácilmente. Escribo las que son fruto de una negociación; a veces, otras que nunca hubiera escrito de no haber tenido un ACV”, continuó. Y al evocar al neurólogo y escritor Oliver Sacks y sus libros, más adelante, repasó historias allí relatadas. La de un músico “que no puede diferenciar entre su esposa y una gorra pero que es genial” en lo suyo, una escultora que no percibe sus manos y es un éxito, un sordomudo orador y lingüista, y recordó que “según el diagnóstico médico ciertos afásicos no pueden comprender el significado de las palabras y sí, con peculiar precisión, la expresión que las acompaña, es decir la teatralidad. Su conclusión es que a un afásico no se le puede mentir”.
Continuó: “Yo también tuve mis musas: las de la disartria (N.deR. es un trastorno de la ejercución motora del habla). He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a la síntesis por un déficit, no por voluntad. He ganado en lectores, ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve a veces infranqueable”.
Y agragó en su carta: “Esta larga introducción es para anunciar que el Museo del Libro y de la Lengua está abierto a las lenguas rotas e infartadas, a sus invenciones, que no pueden adjudicarse simplemente al concepto de reparación”.
“Hoy es el décimo cumpleaños del Museo y, por lo menos, la tercera reinauguración de las muestras La kermés del día después y Mareadas en la marea: diario de una revolución feminista”, señaló, y sobre el altar en homenaje a las víctimas de femicidio que quedó inaugurado: “A sus cuerpos gozosos, deseantes. A sus ganas de bailar, hacer el amor, de vivir su libertad hasta el fondo. Para ellas es este altar de cotillón e iconografía popular de nuestra Ámérica en el que no quisiéramos tener que escribir un nombre más”.
Clarín/Espectáculos