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Ni Una Librería Menos, la campaña de CALEDIN en defensa del sector

La Librería de Ávila es el local más antiguo de la Argentina y el Mundo.

Las librerías del microcentro porteño, sin los empleados de oficinas públicas y privadas que antes circulaban por la zona, están en una situación compleja. “Ni una librería menos”, pide en un comunicado CALEDIN (Cámara de Libreros y Editores Independientes), que preside Miguel Ávila, dueño de la Librería de Ávila, la más antigua del país y del mundo. El cierre de Librería de las Luces “es más que la crónica anunciada de una crisis profunda y de larga data, que se profundizó con la pandemia”, explican desde la entidad. Después de cuatro años de caída de las ventas, la Covid-19 provocó un desplome aún mayor: la facturación alcanzó apenas entre un 10 y 20 por ciento respecto del 2019. La cancelación del auxilio de los ATP (Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción) a las librerías, talleres gráficos y editoriales complicó más el panorama. Librería de Ávila, Punto de Encuentro y La Cueva -que están en “una situación muy parecida” a De Las Luces- solicitan al gobierno nacional y especialmente al gobierno de la Ciudad que “arbitren los medios necesarios para mantener abiertas las puertas de estos locales que son parte de nuestra identidad, antes de que sea muy tarde”.

“Durante muchos años se ha destacado a Buenos Aires como una capital del libro por ser la ciudad con más librerías por persona del mundo. Este orgullo va camino a quedar en el pasado”, alertan desde CALEDIN. La Librería de Ávila, en la esquina de Alsina y Bolívar, antes se llamó Librería del Colegio por su proximidad al Nacional Buenos Aires. En 1785 funcionó una botica que, además de licores, ropa y comestibles, vendía los primeros libros que llegaban al país. En 1830 adoptó el nombre de Librería del Colegio y entre los clientes que revolvieron las estanterías hubo personajes ilustres como Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, José Hernández, Paul Groussac, Leopoldo Lugones, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo, entre otros.

En esa esquina también funcionó la editorial Sudamericana hasta fines de los años ’70. La histórica librería estuvo a punto de convertirse en un local de McDonald’s, hasta que en 1993 el librero Miguel Ávila tomó las riendas del local. Además de trabajar con las novedades, Librería de Ávila despliega un menú extraordinario de libros agotados, curiosos, raros, fundamentalmente de historia argentina y americana del siglo XVIII y XIX; también tiene textos de antropología, arqueología y lingüística.

“El panorama de las librerías es extremadamente angustiante”, confirma Ávila en su rol de librero y presidente de CALEDIN a Página/12. “Las librerías que estamos en la zona del microcentro dependemos un 80 por ciento del turismo y el otro 20 por ciento lo constituyen los empleados públicos que se mueven en la zona. No está ninguno de los dos. La gente viene al microcentro para hacer un trámite puntual y se va. Nadie se queda a pasear o a ver libros”, resume el librero cómo cambió el paisaje a partir de la pandemia. “La cultura es fundamental para el desarrollo del hombre. El librero es un formador de lectores, nada más y nada menos. Cuando el hombre descubre el libro, tiene la certeza de que nunca más va a estar solo. Me parece que debería haber una política más amplia del gobierno nacional y del gobierno de la ciudad en cuanto a préstamos, con tasas ínfimas”, propone Ávila y agrega que como tiene 75 años cuando este año intentó pedir créditos lo rechazaron porque está jubilado “con la mínima” y “excedido en edad”.

Punto de Encuentro es una librería (también editorial y distribuidora) que está ubicada en Avenida de Mayo 1110. “El microcentro es un desierto; no hay nadie caminando por la calle. Esto va a estar así hasta que se vuelva a la normalidad, pero no sé cuándo”, dice el librero Carlos Benítez. “Mi librería tiene un perfil particular porque no vendo saldos ni libros de autoayuda; tenemos libros para estudiantes y docentes, un perfil muy politizado, lo cual implica que se me achica más el mercado. Todas las librerías del país, por el advenimiento del macrismo, veníamos mal. Había mucha expectativa con respecto al nuevo gobierno; en febrero esperábamos un año muy bueno por la Feria del Libro y en la segunda quincena de marzo se congeló todo”. Benítez que tiene la librería desde 2012, cuando le compró el fondo a la llamada “librería de los anarquistas” de Libros de Anarres, le pide al gobierno de la ciudad y al gobierno nacional “que nos den una mano”.

“El argentino tiene una afinidad muy grande con el libro; tenemos el único caso en el mundo de una calle dedicada al libro durante las veinticuatro horas, la calle Corrientes. Yo he visto en mi época juvenil gente a las cuatro o cinco de la mañana revisando las mesas de los libros”, recuerda Ávila y arroja un puñado de interrogantes que interpelan: “¿Qué significa el libro, qué significa el teatro y el cine en nuestra formación, en nuestra idiosincrasia, en nuestra forma de ser argentinos?”. Ávila cuenta que el propietario del local, el Arzobispado de Buenos Aires, lo ayudó para que la librería siga abierta. “No quiero cerrar la librería más antigua que tenemos; la estamos peleando”.

Silvina Friera/Página 12

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