A pesar de que habían pasado solo siete años desde la última producción de este título en la sala (fue la despedida de Sergio Renán, quien falleció al mes siguiente), el Teatro Colón volvió a ofrecer L’elisir d’amore, el clásico de Gaetano Donizetti.
La elección, más que ser arbitraria, parece haberse hecho para hacer posible lo que hace muchas décadas fue regla y hoy (economía del país y del mundo mediante) es excepción: la confluencia en el escenario de tres cantantes fuera de serie guiados por un especialista en el podio.
La comedia con libreto de Felice Romani fue así la excusa para el armado de un elenco estelar, encabezado por la norteamericana Nadine Sierra (Adina), el mexicano Javier Camarena (Nemorino) y el italiano Ambrogio Maestri (Dulcamara), y a las órdenes de Evelino Pidò.
Estrenada en 1832 en Milán, y con antecedentes que se remontan a una obra de Silvio Malaperta y su adaptación para una ópera con libreto de Scribe y música de Auber, L’elisir d’amore es una historia simple y universal, la de un joven que, enamorado de una muchacha inalcanzable, recurre a un misterioso elixir “de amplio espectro” que le da coraje.
El director de escena asturiano Emilio Sagi eligió trasladar la acción a los años ’50, y más puntualmente al patio de un colegio (lograda realización de Enrique Bordolini) en el que no faltan aros de básquet, porristas, gente en bicicleta y, por supuesto, la moda de la época, en un espectacular trabajo de Renata Schussheim.
Mas que tratarse de una mera cuestión estética (como se decía, el planteo es a priori posible de imaginar en muchos contextos), el problema surge por el hecho de que la mayor parte de los enredos de Elisir solo se explica si se preservan ciertas diferencias de status socio-cultural entre los personajes: solo el hecho de que Adina sea la terrateniente rica y culta puede explicar que ella dé ordenes al coro (originalmente los campesinos que trabajan en su finca), que Nemorino no se considere digno de su amor y que todos la rodeen para pedirle que les cuente lo que está leyendo.
Aunque los tres interpretes principales ya habían cantado en la sala, solo uno de ellos (Ambrogio Maestri) lo había hecho en el contexto de una ópera. Este factor puede explicar el hecho de que tanto Nadine Sierra (Adina) como Camarena (Nemorino), artistas inteligentes y experimentados, hayan empezado de forma cautelosa, como tanteando el terreno acústico antes de lanzarse.
Javier Camarena realizó (bien marcado por el regista) una creación deliciosa desde lo actoral como un joven sin malicia y se mostró vocalmente sobrado en cada intervención; el momento mas esperado de la ópera, su romanza Una furtiva lagrima, arrancó suspiros de la platea al paraíso.
Con ovaciones de pie y en una sala casi a pleno, el público del Gran Abono festejó, más que un nuevo estreno de la temporada, la concreción del sueño de ver a un elenco estelar de figuras en la plenitud de sus medios y en el repertorio que los identifica.
Margarita Pollini/Clarín-Espectáculos