A comienzos de los 70’ surgió en Chile el Frente Nacionalista Patria y Libertad, un movimiento de extrema derecha, fascista, que estaba integrado casi en su mayoría por jóvenes. Estaban en contra de las políticas sociales del gobierno democrático de Salvador Allende y su meta principal era derrocarlo. En ese contexto histórico, el director chileno Andrés Wood ubica a su nueva ficción, Araña, que se estrena este jueves en la Argentina. Wood ya había abordado tanto la efervescencia política como la resistencia en el Chile de los 70 con Machuca y Violeta se fue a los cielos. Mercedes Morán es la protagonista de Araña, y para lograr el acento chileno tuvo una coach que le permitiera encontrar la tonalidad justa con la que hablan los ciudadanos trasandinos. Morán dice que conocía las películas de Wood pero no personalmente al cineasta. “Lo admiro. Me gusta mucho el cine que hace, así que fue una hermosa sorpresa que me haya convocado. Después, el guion me resultó muy atractivo, me pareció muy original. También me llamó la atención que me convocara a mí para hacer un personaje chileno”, confiesa la actriz en la entrevista con Página 12.
Araña está narrada en dos tiempos. En la juventud, Inés (María Valverde), de 22 años, junto a Justo (Gabriel Urzúa), su marido, de 28, y el mejor amigo de ambos, Gerardo (Pedro Fontaine), de 23, pertenecen al Frente Nacionalista Patria y Libertad. En un contexto político conflictivo se ven envueltos en un triángulo amoroso y juntos cometen un crimen político que cambia la historia del país y también los envuelve una gran traición que los separa para siempre. Cuarenta años después, Gerardo (Marcelo Alonso) reaparece. No sólo busca venganza sino que también quiere reflotar la causa nacionalista. Cuando mata a un joven ladrón que acaba de hurtar la cartera de una señora en la calle, Gerardo es encarcelado. La policía le allana la casa y descubre un arsenal de guerra en el domicilio. Inés (Morán), actualmente una empresaria poderosa, buscará por distintos medios que Gerardo no divulgue su pasado ni el de su marido (Felipe Armas).
-¿Se puede decir que la película trabaja sobre un presente amenazador y un pasado que no conviene revelar?
-Totalmente. Chile es una sociedad que, a diferencia de la nuestra, no tuvo juicios para los dictadores. Entonces, la connivencia con muchos de los protagonistas de aquella época, participando activamente en contra del Estado democrático, sigue estando presente con una impunidad que hace a esa sociedad parecida pero muy diferente a la nuestra. La historia habla un poco de eso: de esta presencia, de ese negacionismo social con gente que participó. Si bien la película es ficción -más allá de que el grupo Patria y Libertad sí existió-, remite a eso. Después de haber sido estrenada, lo que pasó en Chile, todo este despertar social permite una relectura de la película que la hace más interesante y que a nosotros nos hace más comprensible lo que sucedió.
-¿Qué ves de aquel Chile que muestra la película en este Chile actual tan movilizado y con la derecha en el poder?
-Veo que una vez más los medios cuentan para afuera y para adentro lo que quieren contar. Ocultan lo que no quieren que sea visto, pero hay algo que subyace que está debajo, que está despierto y que tarde o temprano se manifiesta. Más allá del bloqueo mediático.
-Una presión social que excede el blindaje.
-Exactamente.
-En ese sentido, hay una semejanza con la Argentina macrista, ¿no?
-Sí, pero con la diferencia de que acá existen los juicios y existen organizaciones sociales que, de alguna manera, detuvieron el estallido que hubiese venido después de cuatro años de macrismo, por el desastre económico que produjo. Las organizaciones sociales, el peronismo -le guste a quien le guste y no le guste a quien no le guste- sirven, de alguna manera, para contener el desastre y la pobreza. Eso en Chile no existe. Después de gobiernos liberales, en Chile la brecha entre pobres y ricos y la casi desaparición de la clase media es todavía más profunda que acá.
-Recién mencionabas el negacionismo. ¿Crees que es un film sobre el tema de la memoria o más bien de la búsqueda por ocultarla?
-Sí. Es un film que habla de muchas cosas, porque también habla de esta falta de justicia oficial, de la justicia por mano propia, que es tan nefasta y que se expresa por esta falta de justicia oficial. También habla del negacionismo, de la necesidad de dejar escondidas las cosas que tienen que ser debatidas y habladas. Habla también de la impunidad de determinados personajes. Me parecía interesante poner como protagonistas a estos personajes y la incomodidad que provocan, porque si bien no se regatea en cuanto a contar las zonas oscuras y violentas de estos personajes, también los humaniza. Por eso, me parece una película muy inteligente, no panfletaria, con una mirada realmente reveladora. De hecho, sucedió lo que tantas veces pasa: la realidad le pisa los talones a la ficción y, al poco tiempo de estrenarse la película y de generar el debate que suscitó en Chile esta película, ocurrió lo que todos sabemos. Entonces, hay una relectura muy interesante.
-Recién mencionabas el tema de la justicia por mano propia. Y el comienzo de la película cuando sucede la escena del asesinato de un hombre que roba una cartera, también refiere mucho de la Argentina en la que se producen los linchamientos sociales.
-Absolutamente. Si no recuerdo mal, en una de las conversaciones que tuve con el director, él contó sobre unos hechos que vivió como observador de un pequeño linchamiento a un carterista. Eso lo inspiró y lo movilizó para empezar a armar esta historia.
-El grupo Patria y Libertad al que pertenecía la protagonista era de ideología fascista. ¿Ves un resurgimiento del fascismo, con Bolsonaro en Brasil y los partidos neonazis en Europa?
-Lo observo con preocupación, con mucho miedo. Hay un resurgimiento de estos partidos de derecha en todo el mundo. Estamos atravesando un momento peligroso con esta necesidad de restablecer un orden que conlleva a la pérdida de derechos. Están muy nerviosos y muy decididos a terminar con las minorías. El establishment siente que el orden establecido se va a mantener en la medida en que las minorías sigan siendo minorías y no salgan a pelear por sus derechos. Y le hacen sentir a la gente que no hay derechos por los que luchar, que las cosas tienen que ser de determinada manera y que tienen que seguir siendo así. Es preocupante. Y también es interesante verlo desde un poco más lejos y sentir que Latinoamérica, como otras zonas del mundo, es un teatro de operaciones donde se juegan intereses que nos trascienden. A veces, me parecen un poco ingenuas estas reflexiones que señalan: “Otra vez los argentinos no aprendemos”, “Los argentinos somos esto o lo otro”. No podemos tener una mirada porque hay cosas que nos exceden absolutamente. Si sos teatro de operaciones de los grandes poderes es relativo. Y tiene que ver con lo que hablábamos antes: blindaje mediático, educación. Pero hay una gran preocupación en la mitad del mundo, diría yo, del advenimiento, de la instalación y del poderío de las derechas en todos lados.
-El objetivo del grupo Patria y Libertad era sacar a Salvador Allende del gobierno. ¿Qué lugar ocupa en la historia Salvador Allende, según tu mirada?
-Fue uno de los grandes líderes y políticos humanistas, con una vocación de distribución más equitativa, con una real preocupación por terminar con la pobreza, y con la idea de otorgar derechos. Es lo que tenemos con los gobiernos más progresistas. En su época, yo era una adolescente, y el derrocamiento de Allende se vivió acá con todo el dramatismo que debía porque fue el comienzo de lo que después fueron los años más oscuros en el último tiempo de nuestra historia.
-Tu papel tiene mucho de villana. ¿Cómo se construye una máscara diabólica?
(risas)-Construyo los personajes siempre de la misma manera. Para empezar, me gustan los personajes oscuros. Me gustan más que las heroínas tradicionales y convencionales. Me parece que, en general, son más reveladores. Y a mí, como actriz, me ofrecen un desafío que me resulta atractivo, primero por el ejercicio que hago siempre de tratar de no juzgar a los personajes sino de comprender los motivos por los que hacen las cosas que hacen, cuál es la línea de pensamiento que tienen. Me resulta más enriquecedor así. Después, la construcción es siempre la misma. El personaje es lo que es una persona. Vos sos como sos según cómo te relacionás con lo que te rodea: cómo sos como padre, amigo, empleado, jefe. Es lo que te constituye y lo que te hace ser. Eso es lo único actuable. Claramente, tenía un gran abanico de posibilidades: cómo se relaciona mi personaje con sus hijos, con sus nietos, con el poder, con el amor, con la sexualidad. Esto es lo que constituya a esta mujer. Y ése es el camino que tomamos para trabajarlo.
-¿Fue fácil lograr el acento chileno o hay una técnica?
-Siempre se trabaja con un coach. Hay un trabajo más convencional del coaching para hacer los acentos que a mí no me funciona. Es un camino en el que, al principio, te sacan de tu tono, te llevan a un neutro y después se va adquiriendo las tonalidades dentro del español: un chileno, un peruano, un cordobés. Pero yo trabajé con una coach argentina, Mariana García Guerreiro, que es maestra de actores. Lo abordamos más desde lo particular: no hacer la chilena en general por algo que me parece que tiene mucho sentido común: no todas las argentinas hablamos iguales. Hay un comportamiento, un carácter, una clase social, una edad. Hay miles de cosas que te constituyen. Entonces, elegimos a una mujer chilena, en particular (que no voy a develar cuál es). Nos servía que fuera pública para poder tener acceso a discursos, conferencias y reportajes. Y consistía en ver ese comportamiento. Una vez que decidimos cuál era la que más nos llegaba a esta Inés que habíamos imaginado, Guerreiro empezó a capturar todas estas informaciones, a desdoblarlas y yo empezaba a doblar a esa personas con textos que me escribía Guerreiro y a hacer el acento chileno a partir de un comportamiento determinado. A mí me sirve más así porque es el abordaje que hago para los personajes. Si hay alguna cosa buena en mi chilena es mérito de Mariana Guerreiro y de Andrés Wood, que también me ayudó muchísimo con eso.
-¿Y esa persona sabe que la doblaron?
(risas)- No, nadie lo sabe.
Oscar Ranzani/Página 12