“Estoy muy emocionado, realmente. Porque logramos un título que quedará en la historia, porque es el campeonato del coronavirus”, comentó casi entre lágrimas Matías Rossi, en la intimidad de la celebración del equipo Toyota Gazoo Racing-YPF Infinia, de Súper TC2000. Allí, entre cánticos y la clásica espuma de carnaval, el flamante campeón se sentó para charlar con Clarín, aún enfundado en el buzo antiflama húmedo por el champán de los festejos en el podio.
Rossi es el nuevo campeón de la categoría más tecnológica de la Argentina y de la región. “El Súper TC2000 otorga un prestigio único. Por eso se valora tanto los logros en esta disciplina”, comentó el piloto de Toyota, que a los 36 años vuelve a gritar campeón, tras los títulos de 2006 y 2007 en el viejo TC2000 y ya con la marca japonesa en los logros de 2011, 2013 (ya Súper TC2000) y éste último.
En la previa parecía todo muy sencillo en favor de Rossi. Había llegado a la final con 26 puntos de ventaja cuando había 30 en juego en la última final del año. Agustín Canapino, con Chevrolet, debía ganar para tener chances en la definición y esperar que Rossi no ocupara los primeros ocho lugares. Pero la visión que se percibe desde afuera no es la misma que se advierte desde adentro de los autos. “La verdad es que tenía mucha presión. Porque desde afuera se veía que estaba ‘cocinado’, pero yo rezaba para que no se produjera ningún inconveniente. Si se me trababa algo, quedaba afuera. Y yo sabía que Agustín iba a salir a ganar, lo que finalmente sucedió”, confesó el campeón.
La competencia no ofreció grandes emociones. La expectativa pasaba por las actuaciones de ambos contendientes, hoy por hoy los máximos referentes del automovilismo nacional. Canapino le ganó la largada a JuliánSantero, compañero de Rossi en Toyota, y desde allí dominó a placer.
La resolución del Súper TC2000 no encontró a Canapino en su mejor momento. Su padre, Alberto, continúa internado producto del Covid-19, y si bien su salud evoluciona, la preocupación se mantiene. De todas formas el piloto de Chevrolet cumplió con su objetivo. Salió a ganar y ganó.
Doblegó a Julián Santero en la misma largada, y a partir de allí marcó el rumbo de la carrera. Rossi también superó al mendocino, pero inmediatamente le cedió su puesto, para que Santero hiciera el gasto de salir a pelear la carrera frente al líder. “Fue una temporada muy dura. No sólo por los problemas del parate por la pandemia, sino también porque asumimos el compromiso de competir acá y en el Stock Car brasileño, junto con Rubens Barrichello. Y fue un desgaste importante, por los viajes, los protocolos y todo lo que ello conlleva. Por eso tiene un sabor muy especial. Quedaré en la historia como el campeón del coronavirus”, comentó Rossi.
En la celebración íntima en la terraza de boxes del autódromo porteño, estaban muy felices Daniel Herrero, presidente de Toyota Argentina, y Darío Ramonda, director del Toyota Gazoo Racing, el cordobés que rescató a Rossi cuando deslumbraba en la Fórmula Súper Renault y lo catapultó al viejo TC2000.
También estaba Juan María Traverso, embajador de la marca. “¿Sabés que me dijo ‘El Flaco’ antes de largar? Corré tranquilo. Si salís campeón, festejamos. Y si no, también. Lo importante es pasarla bien”, sonrió Rossi cuando el múltiple campeón lo saludó con un afectuoso abrazo.
El Súper TC2000 bajó el telón de la temporada más atípica de su largo historial. Medio año sin actividad, las gestiones para el regreso, logró que el automovilismo fuera la primera actividad deportiva nacional en regresar y también la primera categoría en recibir al público en el autódromo Oscar y Juan Gálvez, de Buenos Aires. Mucho esfuerzo para completar lo que estaba pactado previo a la pandemia y la extensa cuarentena, por eso esta época del año para culminar exitosamente la temporada.
Allí quedó Matías Rossi. Brindando con su gente, emocionado. Más allá de sus logros, de su idolatría, de su enorme palmarés en todas las categorías nacionales, por momentos el piloto permite mostrar los sentimientos del hombre que se viste con el buzo antiflama. Y allí aparecen las lágrimas del campeón.
Roberto Berasategui/Clarín