Los mercurios de los termómetros de Mar del Plata alcanzan su dilatación máxima. El sol finalmente asomó límpido luego de varios días lluviosos y otros con la ciclotimia climática característica de la costa nacional y popular, convirtiendo a este viernes en la primera jornada oficial de playa de la temporada 2019/2020 y el preludio de un fin de semana largo con las reposeras abiertas de par en par. Pero también subió la temperatura en las salas del Festival de Mar del Plata, que hasta el lunes por la noche continuará pasando algunos de los 300 títulos de la programación. Once de ese total formaron parte de una Competencia Argentina cuyos últimos contendientes tuvieron funciones este jueves y viernes: Hogar, de Maura Delpero; Las poetas visitan a Juana Bignozzi, de Laura Citarella y Mercedes Halfon; Those That, at a Distance, Resemble Another, de Jessica Sarah Rinland, y Tanya, de Agustina Massa.
El término hogar tiene, según la Real Academia Española, seis acepciones. Salvo aquella que refiere al “sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, chimeneas y hornos de fundición”, todas prestan su sentido al título del segundo largometraje –y primero de ficción– de la directora italiana radicada en la Argentina Maura Delpero. Estrenada en el último Festival de Locarno, Hogar transcurre casi en su totalidad dentro de los límites de una institución religiosa a cargo de un grupo de monjas, dedicada al cuidado de madres solteras, de bajos recursos y víctimas de violencia de género. En una de las habitaciones conviven Fátima y Luciana (la primera ella embarazada por segunda vez), que en común tienen el dificultoso proceso de criar en soledad a sus hijos. Delpero describe esa cotidianeidad atravesada por el desamparo y la ausencia de contención –que tal como ocurría en La botera, están íntimamente ligados a la ausencia del Estado– mediante acciones sutiles. Apenas un par de escenas bastan para darse cuenta que si Fátima es tranquila y de perfil bajo, Luciana es rebelde y contestataria.
El contraste se agranda luego de la llegada de una joven novicia italiana (origen solo explicable por los mandatos de coproducción), situación que lleva a una de ellas -fácil adivinar cuál- a tomar una decisión discutible. Discutible a nivel narrativo, porque la monjita hace y habla poco y es un personaje algo chato como para llevar a esa chica hasta el límite que lo hace. Y también discutible en términos morales, porque lo que hace es…bueno, mejor no adelantarlo. Ante este escenario, Delpero toma la sabia decisión de no juzgar a nadie y que esa discusión repiquetee en el espectador sin guiarlo hacia una respuesta. La cineasta se interesa más por describir y comprender: nadie es “villana” en una película con varias candidatas a serlo, en especial la monja interpretada por Marta Lubos, que a su debido momento dirá lo que tiene para decir de una manera magistral. Los villanos, en todo caso, anidan en el fuera de campo cargado de oscuridad de las chicas.
Imposible saber si fue un criterio de programación o casualidad, pero los tres únicos documentales -o ficciones no “puras”, dado que es difícil hablar de “documental” a secas- quedaron para el final. El primero fue Las poetas visitan a Juana Bignozzi, de Laura Citarella y Mercedes Halfon, que tiene como centro narrativo a la poetisa del título. Una voz en off ofrece el contexto informativo mínimo e indispensable en la secuencia inicial. Un contexto que, tratándose de una producción de El Pampero Cine, podría tranquilamente ser apócrifo. Lo indiscutible es que Bignozzi fue una referencia para la generación de los ’90 y autora de más de una docena de libros. Cuenta la película –aquí ya la ficción puede meter la cola– que conoció a Halfon durante una entrevista diez años atrás, y desde entonces entablaron una amistad tan fuerte como para que la poetisa delegara en la otra la responsabilidad de velar por la integridad de su obra luego de su muerte.
La codirectora arranca a ordenar el material y rápidamente descubre que no será nada sencillo, dado que Bignozzi no parecía ser muy prolija a la hora de archivar sus manuscritos. Tampoco será sencillo desentrañar algunos secretos de su vida, como por ejemplo por qué eligió radicarse durante varias décadas en España, cómo era posible que cada vez que volviera no tuviera ganas de quedarse. Halfon, además, intenta sin suerte filmar ese proceso, razón por la cual entra en escena Citarella (Ostende, La mujer de los perros) y el resto de su equipo técnico.
Lo de “entrar” en escena es literal: tal como ocurre en el cine del aquí editor Alejo Moguillansky (El loro y el cisne, El escarabajo de oro y Por el dinero), Las poetas… pone en un mismo plano el artificio del cine y aquello que se construye a partir de eso, en este caso apelando a una suerte de making-off que se desarrolla en paralelo a la reconstrucción de la figura de Bignozzi. El problema es que la exhibición de los mecanismos cinematográficos adquiere más importancia que el funcionamiento general del dispositivo. Incluso por momentos corre del centro hasta la mismísima poeta, tal como ocurre durante esa charla en la que, en lugar de oír a quien habla, la película prioriza los gestos, miradas y susurros con indicaciones técnicas de las directoras.
Los últimos dos son documentales puros. En Those That, at a Distance, Resemble Another, la realizadora argentina-británica Jessica Sarah Rinland pone el foco en un grupo de restauradores plásticos para reflexionar acerca de la creación artística. Con la cámara siempre pegada a los objetos (los únicos “protagonistas”), la película muestra el largo proceso de reconstrucción de distintos elementos, tensando así la idea de que la copia requiere menos trabajo creativo e intelectual que el original.
Distinto es el caso de Tanya, de Agustina Massa, donde todo es emocionalidad y sentimientos. La mujer del título llegó hace años a la Argentina desde Ucrania, dejando recuerdos, familiares y amigos. A ella sigue la realizadora mientras llegan las noticias sobre las protestas políticas con epicentro en la plaza Maidán, marco temporal de aquel país son marco temporal de un relato que explora los siempre complejos pliegues de la nostalgia y el destierro, dando como resultado una experiencia con partes iguales de dolor y emotividad.
Ezequiel Boetti/Página 12