“La paternidad me cambió cien por ciento. Yo miro a mi hijo y veo el milagro más claro que en cualquier otra parte. También se ve si miro por la ventana, porque las cosas se mueven y eso no tiene explicación, no se ve quién está moviendo los hilos. Pero en tu hijo, que lo estás observando como una flor que se está abriendo todo el tiempo, ves la expresión de sus ojos mientras miran en la vida y decís ‘esto después te lo cortan’”, explica Luis Ortega , el director de El Jockey -película que se estrena este jueves 26 de septiembre- sobre cómo el nacimiento de Ramsés, el hijo que tuvo hace cinco años con Mía Flores Pirán, cambió su manera de hacer cine.
Luis Ortega compara la mirada de un bebé con el candor de Nahuel Pérez Biscayart en el filme, al deambular desorientado por la ciudad, con la cabeza vendada como una sandía, vistiendo tapado de mujer, cartera y zapatos de taco, tras un grave accidente a caballo que le impide recordar su vida como un jinete autodestructivo.
En El Jockey también trabaja la actriz española Úrsula Corberó y tiene un pequeño papel Daniel Fanego, el actor recientemente fallecido. “Todo empezó con un tipo que iba caminando por la calle, como mi primera película, Caja negra. En este caso era un vagabundo ruso, un tipo muy alto, que va vestido de mujer con una cartera, un tapado de piel y unas botas. Yo lo había empezado a seguir porque me intrigaba y vi que se metía a todas las farmacias, se pesaba y salía. En un momento tomé coraje y me acerqué. Estaba transpirado, muy nervioso y me dijo ‘en todas las balanzas peso cero. No existo, pero me están persiguiendo’ y se fue corriendo. Y eso me quedó resonando como un buen comienzo de algo”, recuerda Luis.
Ortega completó la idea de la película enseguida, de casualidad, cuando “un amigo muy querido me llevó al hipódromo ese mismo día y pensé que ese tipo que conocí podría ser tranquilamente un jockey que se cayó el caballo y se puso lo primero que encontró para escaparse del hospital.
“Y así salió vestido de mujer, con el disco rígido vacío y con la capacidad de percibir que puede tener un bebé, donde las cosas no están etiquetadas. Ve el escenario casi milagroso de movimiento, como mira un bebé o un niño que no está entendiendo la lógica, y no está procesando la información, está alucinado porque básicamente lo que está sucediendo es un delirio. La película propone volver a esa mirada pura sobre el fenómeno estético que es el mundo y la experiencia espiritual”, completa.
El Jockey acaba de ser elegida como la película que representa al cine argentino en los premios Oscar y ante los Goya. Pero para Ortega, hoy, su concepción del éxito es distinta. El cineasta explica que “vas a pedir dinero y si tenés suerte de conseguirlo, te dicen ‘más vale que haga las cosas bien y que no me hagas perder ese dinero’. Cualquiera que se atreve a hacer una película tiene una responsabilidad y un peso muy grande. Hoy siento más confianza y estoy más afianzado en mi condición de no saber y volverlo algo a favor. Hay un terreno desconocido muy precioso que es distinto a la ignorancia, Saber que no sabés te deja moverte en ese terreno desconocido y milagroso de observar todo como el jockey cuando sale del hospital”.
Éxito y fracaso, dos condicionantes. “Si quiero hacer una película, está condicionada por la gente con la que hablo y ponen en tela de juicio si va a ser un éxito. Ya no, pero en algún momento eso puede condicionar la escritura. El éxito o el fracaso condiciona al 100% tu manera de ver el mundo. El hecho de ser querido o ser rechazado condiciona absolutamente tu comportamiento”.
Y sigue: “Esta película antes de hacerse fue muy rechazada por los productores con los que yo venía trabajando porque no seguía esa línea ‘exitosa’ y entraba en un terreno más desconocido y más incierto. Eso me llevó a armar mi productora. Esa negativa nos dio lugar a ocupar nuestro territorio. Yo estoy en condiciones de respaldar mi imaginación y dar garantías de que puedo hacer bien una película, pero no esa misma que ya funcionó antes. Una nueva que esté al día con mis emociones, con el entorno, con la experiencia de hoy”, diferencia enseguida Luis El Jockey de El ángel.
El cineasta siente que las dos películas tienen puntos en común porque “lo mismo que pasa en El Jockey, también estaba en El ángel cuando el pibe se comporta así porque cree que Dios lo está mirando y lo está poniendo a prueba. Él dice ‘yo sé que todo es una puesta en escena hoy, así que voy a hacer todo lo que no hay que hacer’ e incluso puede llegar a matar para demostrar que que la muerte no existe y que no cree en esa puesta en escena. Por supuesto termina siendo una psicosis y un personaje patológico”. A pesar de estar basada en la historia del asesino serial Carlos Robledo Puch, Ortega reconoce que El ángel es una película que lo representa.
«Es muy personal, no es una biopic de nadie. Eso es un truquito que uno usa para atraer al capital, pero es una película absolutamente de ficción. Ahí empezó una nueva era para mí. Y las reglas del juego cambiaron para todos y se empezaron a derrumbar todos los pilares sobre los que estaba sostenido el mundo. ¿Vamos a seguir haciendo estas películas y series con el primer acto, segundo acto, tercer acto, punto de giro y todos estos truquitos de guión para mantener al espectador enganchado y lobotomizado o vamos a hacer un contenido audiovisual que represente a la experiencia humana hoy?”.
Hacer cine hoy
“Aunque te quieran hacer creer que si no filmás con un famoso y no tenés un guion acorde al algoritmo, no vas a poder filmar nunca. Es mentira. Yo hice un par de películas sin el INCAA (Instituto de Cine) y creo que si uno tiene la urgencia de filmar una película, hoy más que nunca donde todos tenemos acceso a una cámara, se va a filmar. La situación es muy desfavorable porque el gobierno de turno ha decidido apoyar a los más fuertes en todos los aspectos. Y en el cine, que es de lo único que voy a hablar porque no conozco los otros rubros, decidieron apoyar a las películas que tienen muchos espectadores. Esas películas no necesitan apoyo porque están pensadas por empresas que van a reunir todos los elementos que hacen a una película taquillera”, reflexiona Luis sobre el presente de la industria local.
El director asegura que “esas empresas van a llamar a los dos o tres actores famosos, van a hacer un guión que se refleje en el excel como un número a su favor, y van a usar todos los truquitos y la fuerza de esas empresas grandes para llevar gente al cine. ¿Cuál es el sentido de que un ente estatal apoye a la gente que no lo necesita? La gente que necesita el apoyo del INCAA son los que están en condiciones de mayor hostilidad y desventaja. Es ridículo”, asegura.
Y afirma: “Yo ya no hago películas para hacer taquilla, pero llegué a una instancia, después de 25 años de hacer cine, donde me puedo contactar con gente que me apoye. Estoy preocupado por los pibes de veinte años que no tienen apoyo. Necesitamos escuchar esas voces nuevas. Esa es la gente a la que hay que apoyar. Las empresas grandes no necesitan ese apoyo. Por algún motivo, hace 70 años Fellini estaba haciendo películas con un lenguaje mucho más evolucionado del que se hace hoy. Chaplin estaba a años luz de lo que se transformó el discurso audiovisual hoy. Hubo una involución atroz del lenguaje, porque el poder lo empezaron a monopolizar las diez empresas que quieren facturar”.
Ortega siente que encontró un camino en el cine para hacerse las preguntas que le interesan sobre el mundo. “Estoy escribiendo una película nueva sobre un cura que va a trabajar a Bolivia con los mineros y se encarga de hacer explotar dinamita y en un momento cruza el salar de Uyuni y se encuentra con un monje que le dice que el mundo existe porque Dios se suicidó y que el suicidio de Dios es el Big Bang. Y esa teoría atraviesa la película: Dios se suicidó, creó el Big Bang y ahí empezó el mundo. Es un tipo en búsqueda de la sustancia de la eternidad, de una verdad, y termina en Suiza en una especie de NASA que tiene Europa, que está a 200 metros bajo tierra, donde están haciendo chocar partículas para llegar a la a saber de qué está hecho el mundo. Es un lugar increíble”, cierra el director.
Nazareno Brega/Especial para Clarín