Luego del éxito de la serie Chernobyl, de HBO, la plataforma de streaming Netflix se sumó a la iniciativa de resucitar acontecimientos históricos. Acaba de lanzar una docuserie que cuenta el final de la dinastía rusa: Los últimos zares.
La trágica historia de los Romanov, que fueron asesinados sin la posibilidad de un juicio previo, ha cautivado durante generaciones. Netflix presentó en 6 capítulos de 45 minutos una combinación perfecta entre la ficción y el documental. Con un estilo innovador, muestra la vida de la familia real e intercala declaraciones de historiadores para entender exactamente el momento histórico.
La serie comienza con la llegada de Nicolás II al poder. Su entorno lo criticaba por no estar capacitado para gobernar, por no ver los cambios que vivía Rusia y no saber cómo reaccionar. Escena tras escena, se aprecia la falta de liderazgo del zar y cómo, con sus propias decisiones, terminó con años de realeza. Se casó con la princesa Alexandra, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, y tuvieron cinco hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia, y el tan deseado heredero, Alekséi, quien padecía hemofilia.
Los historiadores explican que el zar no era consciente de la realidad que estaba viviendo el pueblo ruso y estaba convencido de que Dios lo había elegido para ese puesto, y por lo tanto, los ciudadanos lo debían apoyar. El gobierno de Nicolás comienza su declive con el Domingo Rojo. Así se conoce el trágico hecho de los 120.000 trabajadores que fueron a reclamar por sus derechos en el Palacio de Invierno. Los soldados imperiales los recibieron con armas y asesinaron a miles de personas. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial también causó complicaciones en la popularidad de los gobernantes. Pero el gran problema era el hambre. El extraño monje Rasputín consiguió hacerse imprescindible para la familia real rusa. Al principio. por ser quien curaría la hemofilia del heredero, luego por convertirse en el consejero de la zarina Alexandra.
Sus poderes místicos, su obsesión por el sexo, y su capacidad de manipulación son algunos de los motivos que lo hacen una figura muy atractiva y de gran protagonismo en cada episodio. La presencia del monje, cada vez más frecuente en el palacio real, y los rumores de affaire entre él y la zarina enfurecieron al pueblo.
La prensa rusa apuntó a las imprecisiones históricas de la serie, las que según ellos desvirtúan la esencia del relato. Algunos de los errores más groseros fueron mostrar la Plaza Roja con el mausoleo de Lenin en 1905, cuando él no había llegado al poder y seguía vivo planeando la revolución. Los muros del Kremlin aparecen de color rojo cuando en esa época estaban pintados de blanco. Algo que no le importa mucho a la audiencia en general, pero sí molesta a los especialistas en el tema. Las críticas contrastan con las que recibió la serie Chernobyl, que fue halagada por su detallada descripción de lo ocurrido en el desastre nuclear que afectó a la Unión Soviética en 1986.
Catalina Deguer/ para Clarín