
El nacimiento del rock en Argentina tiene varias fechas probables, pero sin dudas que 1970 fue el año más importante en cuanto a la aparición de discos fundacionales que hicieron historia y hoy son considerados verdaderos clásicos.
Para celebrar el aniversario del comienzo, “cuando todo era nada” como decía una canción de Vox Dei, se suele hablar de 1965 por la salida del primer simple de Los Gatos Salvajes, de 1966 por el lanzamiento del único disquito de Los Beatniks, o de 1967 por la aparición del gran hit La balsa.
Pero entre 1965 y el ‘ 70 no fue grande el volumen de ediciones de long plays. Es más, todo giró en torno al imparable Litto Nebbia: solamente salieron el único álbum de Los Gatos Salvajes, los primeros tres discos de Los Gatos, su debut como solista y el inicio de la nueva etapa de Los Gatos con Pappo en guitarra.
En cambio, el intenso movimiento de esos años pioneros se manifestó en el universo del recordado formato de los pequeños simples de 45 rpm, que le permitían a las grandes compañías discográficas ir tanteando la popularidad de sus nuevos artistas. Así es como hubo ediciones de Los Abuelos de la Nada con Diana divaga, Tanguito con La princesa dorada, Almendra con Tema de Pototo (Para saber cómo es la soledad), Arco Iris con Canción para una mujer, Litto Nebbia con Rosemary, Pajarito Zaguri con Navidad espacial, La Barra de Chocolate con Alza la voz y el aluvión de lanzamientos del sello independiente Mandioca: Manal, Miguel Abuelo, Cristina Plate, Moris, Vox Dei y los olvidados Hielo, Samantha Summers, Piel Tierna y Brujos.
De esta manera, el rock local llegó a 1970, con al menos media docena de bandas y solistas que tenían canciones que sonaban en programas de radio claves como Modart en la noche y eran muy conocidas por el creciente número de seguidores. Todos ellos venían de hacer una buena cantidad de actuaciones en el circuito de clubes y en el legendario Festival Pinap, que en noviembre del ‘69 reunió a más de 12 mil adolescentes y apenas veinteañeros en el desaparecido anfiteatro de Pueyrredón y Figueroa Alcorta.
El panorama estaba a punto de caramelo, listo para invadir silenciosa y sigilosamente las bateas de las disquerías. Salvo el último trabajo de Los Gatos ( Rock de la mujer perdida) y el segundo álbum solista de Litto Nebbia, todos los demás fueron debuts, lo cual demuestra la variedad de artistas que ya estaban en plena actividad al arrancar la nueva década.
La lista empieza con Almendra y su famoso álbum del dibujo del hombre triste con la sopapa en la cabeza, que en realidad tendría que haber salido en diciembre pero la compañía RCA boicoteó la tapa y accidentalmente la “traspapeló”, demorando su lanzamiento hasta el 15 de enero. Una obra trascendental, de donde saldría el inmenso hit Muchacha (ojos de papel), gracias a la difusión que meses después le dio la propaganda de una marca textil.
Ese mismo mes, sin fecha exacta en los registros de las empresas ni en los diarios y revistas de la época, apareció el segundo disco solista de Litto Nebbia, luego rebautizado Hijo de América, que en su portada mostraba al rosarino rodeado de imágenes suyas y sentado al piano junto a su madre. En febrero, sin tener en cuenta que para la industria discográfica era una mala época para lanzar placas, un sello sin experiencia como Mandioca lanzó el opus inicial de Manal, comunmente llamado “La bomba” por su llamativo dibujo con fondo amarillo. También fundamental. El tema que más sonó en las radios fue Jugo de tomate, que a lo largo de las siguientes décadas tuvo versiones grabadas por Charly García, Alejandro Lerner, Suéter y Ricardo Iorio.
También en marzo salió una placa que no fue un debut propiamente dicho sino un compilado de simples y grabaciones iniciales de Arco Iris que se llamó Blues de Dana, con unos pelilargos Santaolalla, Tokatlián y Bordarampé en la tapa. Aunque en realidad el primer disco “real” del grupo fue en mayo. Se lo conoce como “El disco rosa”, tenía un triángulo con una cruz egipcia en la tapa, y ahí estaban los temas
Camino y Quiero llegar, que Gustavo Santaolalla regrabó en su reciente retrospectiva, Raconto.
En el medio de ambos discos de Arco Iris salió otro LP clave de Mandioca: Treinta minutos de vida, de Moris, con el clásico El oso, la versión original de Ayer nomás (Los Gatos habían grabado antes una versión edulcorada) y la monumental improvisación de casi ocho minutos De nada sirve.
La increíble y ejemplar saga del sello de Jorge Alvarez y los muy jóvenes Pedro Pujó, Javier Arroyuelo y Rafael López Sánchez culminó a principios de junio de 1970, cuando irrumpió el rock duro de Vox Dei, que venía del suburbano de Quilmes aún como cuarteto y con las canciones de su álbum Caliente, entre ellas el hit Presente. Mandioca no funcionó como negocio y sucumbió por las deudas con estudios de grabación, y tuvo que cerrar, no sin antes darse el gusto de sacar en octubre el compilado Pidamos peras a Mandioca, con una gran pera.
El segundo semestre resultó menos intenso pero igual de poderoso. El 25 de julio se editó Rock de la mujer perdida, el quinto y último disco oficial de Los Gatos, que pronto sufrió la partida de Pappo. En septiembre salió el debut de Pedro y Pablo, cuando Miguel Cantilo y Jorge Durietz todavía estaban más cercanos al mundo del café-concert que del rock, pero con letras de antología y espíritu bien rockero en temas como la inmortal La marcha de la bronca.
El 15 de diciembre, cerrando el año con el mismo grupo que abrió la lista en enero, y con un disco llamado igual que el anterior, salió Almendra, un ambicioso doble con atisbos de la ópera inconclusa de Spinetta, el hit Rutas argentinas, el delicado Para ir y el poderoso Mestizo, de Edelmiro Molinari. Para fin de año, las bateas finalmente podían exhibir varios ejemplos del floreciente “rock nacional”, y la discografía seguiría creciendo en forma aritmética hasta pegar un salto cuantitativo en la década siguiente y luego volver a multiplicarse con la aparición del CD, las ediciones independientes, los estudios caseros y el mundo digital actual. Lo increíble es que la magia de aquellas viejas joyas de 1970 sigue vigente, hechizando a nuevas generaciones.
Marcelo Fernández Bitar/Clarín