La muerte de un viajante, de Arthur Miller, es un clásico teatral que nos muestra lo que sucede cuando los sueños se desvanecen. El gran actor español Imanol Arias, junto a un talentoso elenco, dirigido por Rubén Szuchmacher, brilló en el escenario del teatro Ópera y la versión continúa en gira por Rosario y Córdoba.
Partamos de una certeza: Arthur Miller (1915-2005) fue uno de los maa yores dramaturgos del siglo XX. Renovador del teatro estadounidense, nació un año después de comenzada la Primera Guerra Mundial, en auge del “American Dream”, ese sueño de prosperidad ilimitada a cambio de trabajo, voluntad y fe en el progreso.
En 1929, con la atronadora caída de la bolsa de Nueva York, su padre quebró, como tantos otros pequeños emprendedores. El joven Arthur sufrió en carne propia las consecuencias de aquella crisis y, con la sensibilidad que caracteriza a un artista, trasladó la mayoría de sus obras, la situación de los individuos enfrentados a la compleja, autoritaria e impersonal maquinaria de la organización social.
La trama aborda el derrotero de Willy Loman (Imanol Arias), un hombre de 63 años, que percibe cómo sus metas se desvanecen y los obstáculos le vencen. Ha trabajado durante 34 años como vendedor en una empresa, a lo largo de los cuales logró adquirir su vivienda con una hipoteca. En el presente, agotado, al borde de la depresión, ve como sus ventas han decaído y su puesto comienza a tambalear ante la falta de productividad. El protagonista ha vivido creyendo que, si le cae bien a la gente, todo es más sencillo y se triunfa en la vida. Incluso ha inculcado esta filosofía a sus hijos hijos Biff (Jon Arias) y Happy (Carlos Serrano-Clark).
La amenaza de perder su trabajo lo cerca cada vez más, su matrimonio con Linda (Cristina de Inza), se ha tornado rutinario, las deudas se han ido acumulando y sus retoños le han perdido el respeto. Sobre todo, su vástago mayor, un ser que parece sin rumbo y que ha quedado marcado por un acontecimiento del pasado relacionado con su padre que le genera un enorme resentimiento y tiñe su vida de adulto. Impulsados por la avidez del triunfo y el progreso en la escala social, ven como la realidad golpea como un látigo sobre sus espaldas.
La sombra del fracaso tiñe la vida de Willy y para poder cumplir con sus deudas le pide ayuda a Howard (Miguel Uribe), su jefe, quien, a pesar de los antecedentes del empleado, demuestra una falta total de empatía y termina despidiéndolo por la caída considerable de sus ventas. El único que tiende su mano es Charley (rol también a cargo de Uribe), su vecino y amigo, que le ofrece un trabajo que rechaza para no reconocer que sus ideales estaban equivocados.
Tan aferrado está a sus ideas que incluso en los flashbacks del pasado, la aparición de Ben (Fran Calvo), el hermano que triunfó en Alaska, es una muestra de su terquedad. Sobre el final, que aquí no revelaremos, la obra refleja, una pequeña luz de esperanza cuando Biff, asume que ni su padre ni él son seres extraordinarios y que no se puede progresar sin considerar principios éticos.
La frustración por los sueños no cumplidos, la incapacidad de padres e hijos para expresar amor, la necesidad de ser aceptado e incluido en el mundo, son algunos de los ejes sobre los que se ratifica la vigencia de este clásico.
Imanol Arias está perfecto como el protagonista de esta versión dirigida por el argentino Rubén Szuchmacher. No sólo tiene el aspecto físico y la edad apropiada para el personaje, sino que posee una intensidad y tonos que pueden llevarnos del enojo a la emoción a través de cada escena. A su lado, dentro del homogéneo y talentoso elenco de artistas españoles, se destacan la eficacia de Cristina de Inza como la atribulada esposa y un promisorio Jon Arias, en la piel del hijo que dilapidó su juventud en pos de complacer a su progenitor.
Jorge Luis Montiel/Especial para Clarín