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La Fiesta Silenciosa y Gauchito Gil, los dos estrenos de hoy en Cine.ar

Jazmín Stuart protagoniza La Fiesta Silenciosa, de Diego Fried.

Tercer largometraje de Diego Fried -después de Sangrita y la no estrenada comercialmente Vino, en esa ocasión en codirección con Federico Finkielstain-, La fiesta silenciosa presenta un formato cinematográfico más “normal” que el primero de ellos, de carácter más experimental y hermético. Hay un relato, personajes dramáticos, tensión narrativa, acabado ultraprofesional. Hay también un problema, y no es de menor importancia. El incidente que funciona como disparador del drama desafía la verosimilitud, de manera que se hace necesario convertirse en cómplice del verosímil que la película plantea para seguir adelante. En caso contrario, la película entera corre el riesgo de derrumbarse como un castillo de naipes.

La anécdota es concisa. Laura (Jazmín Stuart) y Daniel (Esteban Bigliardi) llegan a la casa-quinta del padre de ella, León (Gerardo Romano, calvo para la ocasión) para lo que será la fiesta de casamiento de ellos. Ya en el viaje en auto Laura se muestra resuelta, mientras que a Daniel se lo nota excesivamente aprensivo con la velocidad a la que maneja su novia, que no parece tan alta. Llegados a la quinta hay un intento de sexo, una reacción de despecho, una larga caminata sin rumbo a la caída de la noche, la llegada a otra quinta de las inmediaciones y allí un baile. Primero tímida, Laura, que más temprano consumió distintos alcoholes, acepta una invitación a sumarse. La liberación causada por el movimiento físico y su carácter decidido la conducen a tomar la iniciativa ante uno de los presentes, incitándolo a una sesión de sexo rápido. La cosa deriva a lo siniestro y a partir de allí no debe contarse más.

La anécdota es semejante a la de Los perros de paja, aunque aquí narrada desde el punto de vista del personaje femenino. Hay una pareja urbana, un grupo de tipos peligrosos (que en este caso no son descastados sino jóvenes de clase media), una mujer que no sabe decir que no a tiempo y su pareja, que pasa de cierto carácter pusilánime a la violencia desatada. Debe sumársele en este caso el personaje del padre, un amante de las armas que con un par de fusiles y una pistola acelera la espiral violenta, instigando a su inminente yerno a embarcarse en ella. Lo que cuesta creer es que una chica que se casa al día siguiente se permita llegar tan lejos con un extraño, por más gradación alcohólica que tenga en sangre.

El incidente central, por otra parte, traerá polémicas, en tanto la tardía reacción de Laura se presta a considerar, tal como lo hace su novio, que hubo consentimiento. Tal como sucedía en la indudablemente misógina película de Sam Peckinpah. En términos técnicos y narrativos La fiesta silenciosa es clase A. La fotografía es de alta definición, el montaje preciso y el trabajo de cámara sumamente fluido, con algún largo plano secuencia que, a diferencia de muchos otros, se ve justificado por lo que se cuenta. La cuestión, claro, es aceptar o no ese nudo dramático que afecta a todo lo que viene de allí en más, como una mancha de aceite. Y aceptar también, claro, la sugerencia del posible consentimiento femenino.

Horacio Bernades/Página 12

El film de Fernando del Castillo le da una vuelta de tuerca al misticismo del personaje.

Cuarta película que aborda la figura del mítico Gauchito Gil en menos de dos años, el film homónimo de Fernando Del Castillo se concentra en la reconstrucción del relato histórico detrás del personaje, indagando en el origen de uno de los ritos místicos más extendidos de la cultura popular local. Tan lejos del documental Antonio Gil, en el que Lía Dansker retrató las peregrinaciones multitudinarias al santuario del venerado, como de la ficción pura sobre la que se mueve Un Gauchito Gil, de Joaquín Pedretti, este nuevo acercamiento tiene varios puntos en común con la perspectiva que Cristian Jure desarrolló en Gracias Gauchito Gil. A diferencia de esta última, en donde el desvío hacia lo fantástico ocupa un rol importante, Del Castillo se atiene a lo que se conoce del personaje real a partir de los documentos de la época. Y se permite hacerlo echando mano a los recursos propios de géneros como el drama (en sus variantes romántica y trágica) y sobre todo, el western.

Como ocurre con el origen de este último en del cine clásico de los Estados Unidos, el director usa al western como vehículo para contrabandear ese relato histórico. Siempre propenso a permitir el surgimiento de lo heroico, el western resulta ideal para que las narraciones épicas en torno al origen de una nación fluyan de forma cinematográficamente atractiva. El director (y guionista) aprovecha las posibilidades de dicho molde para plantar sobre él la estructura de una historia que tiene como trasfondo a la nefasta Guerra del Paraguay, y al enfrentamiento entre unitarios y federales, génesis de la disputa ideológica que desde su origen signa el devenir de la política vernácula.

Los hechos que narra Gauchito Gil tienen lugar en Corrientes, en 1870. Ahí y entonces transcurren los últimos días de Antonio Gil, un exsoldado del ejército que formó parte de la Triple Alianza con Uruguay y Brasil para aplastar al pujante Paraguay. A pesar de su desempeño heroico, el gaucho aprendió en el campo de batalla el sinsentido de esos enfrentamientos fraticidas. Por eso al ser obligado a alistarse en las filas celestes del liberalismo correntino, Gil (que se identifica con el colorado de los autonomistas) no solo se niega a hacerlo sino que huye, y comienza a ser perseguido por desertor y cuatrero.

Como un Robin Hood sapucay que reparte su botín entre la peonada, el prófugo se convierte en héroe del pueblo. La vida del matrero, que en la actualidad es venerado como un santo, le sirve a Del Castillo para exponer de forma sucinta el contexto histórico y su apuesta funciona. También lo hace en el terreno narrativo, poniendo en escena con eficiencia los hechos que llevaron a Gil a trascender su propia muerte. Para ello cuenta con el trabajo de un elenco que en general maneja bien el tono dramático que demanda el western. A pesar de los excesos de una musicalización demasiado presente y connotativa, y de las dificultades de una producción limitada, Gauchito Gil consigue narrar lo histórico y rescatar lo heroico para comprender lo mítico.

Juan Pablo Cinelli/Página 12

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