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La Compañía Oblicua fue un cierre brillante para otra gran edición del CCMC

La banda liderada por Marcelo Delgado dio una prueba contundente de contundencia y sensibilidad.

Con la presentación de la Compañía Oblicua culminó la 23º edición del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín. En la sala Cunill Cabanellas del complejo de avenida Corrientes, el conjunto dirigido por Marcelo Delgado dio una prueba contundente de solvencia y sensibilidad al servicio de tres nuevas obras. Los Pichiciegos de Plaza de mayo, de Martín Proscia, y Caminos del espejo, de José Halac, producto de encargos del mismo ciclo, y Una y otra vez, del mismo Delgado, conformaron el último programa de la reseña dedicada a las músicas actuales, que además de promover una importante cantidad de estrenos esta vez tuvo su eje central en intérpretes y compositores argentinos.

La sala del tercer subsuelo de San Martín resultó pequeña para la notable cantidad de público que desde un buen rato antes del inicio del concierto formó fila en el hall frente al ascensor. La idea de una segunda función para satisfacer la demanda, a la que los músicos estaban dispuestos, resultó peregrina y quedó en un “si nos apretamos un poquito entramos todes”, propio de la malentendida épica urbana.

Mezcla rara de Los Pichiciegos de Fogwill, sustento simbólico, y Las golondrinas de plaza de mayo de Luis Alberto Spinetta, sustento material, la obra de Proscia trazó un paisaje denso y sugestivo, cuidadosamente articulado en el diálogo de abundantes gestos instrumentales. El elemento electrónico aparecía y desaparecía a lo largo de la trama, actuando por momentos como la resonancia espectral de los desarrollos quietos elaborados por el grupo instrumental sobre un solo acorde de la canción de Spinetta. La respuesta del ensamble resultó formidable. De una matriz parecida, por densidad y tensión de los materiales –y el retumbo del paso de la línea B de subte que es habitual en esa sala-, resultó ser la obra de Halac.

Basada en el poema homónimo de Alejandra PizarnikCaminos del espejo es un torrencial despliegue de estremecimientos que atraviesan la palabra hasta descomponerla. Siguiendo a su manera el sentido de un texto en el que la poesía conduce a la recuperación del cuerpo, la obra desarrolló un discurso que, a pesar de sonar reiterativo en algún momento, resultó contundente: cuando en los pliegues sonoros elaborados por el compositor la voz se agotó, se prolongó enseguida en gestos corporales. En todo sentido, por voz y espesor dramático, resultó soberbio el trabajo de la cantante Lucía Lalanne.

Entre estas dos obras, Una y otra vez de Delgado sonó con la franqueza cristalina de una canción implosionada, cuyos restos descompuestos navegaban gozosamente el tiempo, logrando encuentros y combinaciones sonoras atractivas. Hay una voluntad de belleza antigua en la música de Delgado y posiblemente esa búsqueda, que no renuncia a los recursos más complejos de elaboración instrumental ni cae en facilismos discursivos, sea el rasgo principal de su poderosa actualidad.

Con aplausos extendidos, el CCMC terminó su edición traspasando el año (comenzó en noviembre pasado), y como parte del FIBA, un ámbito que si por varias cosas no le debería ser ajeno, por muchas otras no es el propio. Este traspaso representa una decisión en varios sentidos peligrosa, que de consolidarse terminaría por absorber y diluir la identidad de un ciclo que tiene su propia tradición. Pero que además resulta imprescindible para reflejar, en un marco propio, la energía creativa de compositores e intérpretes que en esta parte del mundo reflexionan y trabajan sobre la música y su actualidad en muchos casos, como este concierto mostró, con resultados interesantes. Como dijo Delgado al final del concierto, después de agradecer al director del ciclo Diego Fischerman, dirigiéndose a las autoridades de Cultura de la Ciudad: “Están envolviendo diamantes con papel madera y piolín”.

Santiago Giordano/Página 12

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