«Esto no es una obra. Es una fiesta», advierte el texto proyectado sobre la pantalla de una de las salas de ArtHaus, espacio ubicado en el corazón del Microcentro porteño. La alegría de esa declaración contrasta con el tema de la obra que el público está a punto de ver pero funciona también como una declaración de intenciones en este acto de invocación programado en el FIBA 2024. Bailarinas incendiadas, dirigida por Luciana Acuña, narra las historias de varias bailarinas clásicas que murieron incineradas por las lámparas de gas que iluminaban los teatros del siglo XIX; muchas terminaron con sus tutús incendiados y sus cuerpos envueltos en llamas, ardiendo frente al público en lo que sería su acto final. Pero en esta obra resucitan, porque para el teatro y la danza no hay imposibilidades.
Cuando el público ingresa suena un remix de «Can’t get out of my mind», de Kylie Minogue, y una luz violeta inunda el lugar. Los performers ya están ahí, caminando por el espacio o frente a las consolas: Acuña, Carla Di Grazia, Tatiana Saphir, Matías Sendón y Agustín Fortuny. Todos visten tutús vaporosos y cada uno tendrá su momento destacado a lo largo de los 90 minutos que dura el espectáculo. En un principio, el equipo fantaseó con montar esta obra en un lugar destruido o sobre un escenario que alojara al mismo tiempo a público y artistas. ArtHaus se acerca a esa idea porque los espectadores se sientan sobre una tarima o en el suelo rodeando al elenco (también hay sillas para quien lo necesite), pero por momentos el espacio queda chico para el nivel de despliegue.
La primera historia es la de Emma Livry (París, 1860). «Ella era tan etérea y diáfana, una artista imperativa intangible, una artista con globo. Livry tuvo un impulso que nunca ha sido igualado: saltaba como nadie más podría hacerlo. Ella roza el suelo, el agua y las flores aparentemente sin tocarlas. Se calza como una pluma y cae como un copo de nieve», escribió Paul Smith en Revue et gazette musicale de Paris. A causa de los numerosos accidentes, empezó a tratarse la tela de los tutús con una solución ignífuga, pero quedaban duros, pesados y grises. Sin vuelo. Livry se negó a usar estas faldas especiales y decidió asumir toda la responsabilidad: esa fue su sentencia de muerte.
La de Livry es una de las tantas historias de la obra; otras transcurren en ciudades como Estocolmo, Londres, Filadelfia o Buenos Aires. No es un dato menor que quien se ocupe de explicar cómo funcionaban las lámparas de gas decimonónicas sea uno de los iluminadores más renombrados de la escena porteña: Matías Sendón. Con su tutú negro brinda una serie de datos históricos y empíricos sobre ese avance que por primera vez en la historia permitía controlar las intensidades lumínicas pero que, en rigor, terminó siendo un fracaso. Sendón también está a cargo de uno de los momentos más altos y peculiares del espectáculo: una sección protagonizada por luces robóticas que danzan al compás de la obertura de La muette de Portici. Una joyita que aporta fantasía, elegancia y humor.
Fortuny (integrante de Intendente) es músico y DJ. Aquí aporta la cuota musical con un rap, un solo de percusión, algunos momentos al piano y sonidos de gran identidad que se corresponden con el espíritu de una obra que mixtura lenguajes de mundos diversos. Tanto Sendón como Fortuny se unen al trío de bailarinas; el quinteto lleva adelante varios cuadros de baile y escenas de movimiento, uno de ellos con posturas típicas del ballet, liderado por el conteo en ocho que funciona como una suerte de hechizo o trance. Acuña y Di Grazia, bailarinas de probada trayectoria, apuestan con excelencia a movimientos que combinan la lividez de las formas clásicas con la plasticidad y la furia de la danza contemporánea: ellas son las bailarinas incineradas pero también el fuego, el aire, el humo, la carne quemada, la tela ardiente.
Sobre Rivadavia y Reconquista, a la vuelta de ArtHaus, donde hoy se ubica la casa central del Banco Nación, funcionó la primera sede del Teatro Colón. Pero antes se intentó construir otro teatro cuya obra se incendió y mucho antes hubo un cementerio. Curiosamente, esa zona es conocida como «el hueco de las ánimas» porque se creía que en ese espacio el diablo y las brujas se juntaban para hacer aquelarres. «Tumbas, tutús, dinero y fuego», sintetizan los performers. Las bailarinas decimonónicas conviven con la Telesita. Según cuenta la leyenda, Telésfora Castillo, joven oriunda de Santiago del Estero, bailó hasta que su cuerpo empezó a arder. Esa narración da pie a un entreacto en el que se invita al público a bailar –si es que tienen ganas– y cumplir deseos. Se sabe bastante de las brujas que fueron quemadas a lo largo de la historia pero muy poco de estas artistas. Bailarinas incendiadas es original y apuesta por el cruce de disciplinas (danza, luces, música, texto, video) para traer a escena los cuerpos de las fantasmas incineradas como en un ritual sagrado y ancestral.
* Bailarinas incendiadas podrá verse el jueves 24 y el viernes 25 a las 20 en ArtHaus (Bartolomé Mitre 434).
Laura Gomez/Página 12-Espectáculos