Para varias generaciones de espectadores, el de Danny Aiello fue un rostro inconfundible de la pantalla de cine estadounidense. Incluso si el nombre propio solía escaparse de la punta de la lengua –por desconocimiento o laguna mental–, los rasgos terminaban inevitablemente ligados a otras películas y el “a ese lo vi en una de la saga El padrino” o el “me parece que hacía de papá en el video de Madonna de ‘Papa Don’t Preach’” solían surgir en la conversación. A pesar de que su primera aparición en un largometraje lo encontró con cuarenta años recién cumplidos (en un pequeñísimo papel en el olvidado drama deportivo de 1973 Bang the Drum Slowly), a lo largo de una carrera de más de cuarenta y cinco años, el actor nacido en Manhattan en 1933 fue uno de los más consecuentes intérpretes de reparto de su generación, poniéndose a las órdenes de cineastas tan diversos como Spike Lee, Sergio Leone, Woody Allen, Norman Jewison o Luc Besson, por nombrar apenas a un puñado.
Y si bien la suma de todos esos roles se destaca por su diversidad y riqueza, lo cierto es que uno de los rasgos más recordados de su persona cinematográfica es cierta bondad y simpatía, incluso –irónicamente– en aquellos films en los que le tocó interpretar a algún “duro” o mafioso italoamericano. Aiello falleció el jueves a los 86 años luego de “una breve enfermedad”, según consignó su familia en un escueto comunicado dirigido a la prensa.
Antes de acceder a los sets cinematográficos y a las tablas (el teatro fue su segundo hogar, aunque en mucha menor medida), el futuro actor supo ser encargado de equipajes y luego sindicalista en la famosa línea de ómnibus Greyhound, además de presentador en un boliche de comedia stand up, posiblemente su primer encuentro frente a una audiencia. Antes de eso, a los dieciséis –según declaraciones en diversas entrevistas– mintió la edad para ingresar al ejército, donde sirvió durante tres de sus años adolescentes.
La actuación llegaría mucho más tarde, a comienzo de los años 70, y a participaciones secundarias en títulos como El padrino – Parte II y El testaferro, de Martin Ritt (donde se cruzaría fugazmente con Woody Allen), se le sumarían algunas participaciones en series de televisión populares como Kojak. Ya en los años 80 y con medio siglo de vida en sus espaldas, la actividad actoral se vería acrecentada, interpretando roles de carácter en Érase una vez en América, La rosa púrpura del Cairo y Días de radio, estas dos últimas dirigidas por Allen, quien siempre confió en el actor para interpretar personajes donde cierta dureza exterior escondía una importante dosis de fragilidad. Sería, sin embargo, su papel de dueño de una pizzería en Haz lo correcto, el film de Spike Lee de 1989, el que lo pondría finalmente en infinidad de titulares periodísticos, ofreciéndole por primera y única vez en su vida una nominación a los premios Oscar.
Dos años antes, en Hechizo de luna, un tímido Johnny Cammareri le pedía la mano a su novia, interpretada por Cher, en otro de los roles más recordados de su carrera. La década de los 90 seguiría siendo de muchísima actividad y, a pesar del typecasting (la inevitable tendencia a llamarlo para encarnar criminales, mafiosos o bravucones), su talento sumaría potencia a películas como El perfecto asesino, Prêt-à-Porter y Hudson Hawk, entre muchas otras. Además de una filmografía que nunca dejó de crecer, llegando a sumar cerca de un centenar de títulos, durante la última década de vida Aiello agregó a su currículum una carrera como cantante de temas estándar del repertorio jazzero y publicó una autobiografía en la cual describe su vida “en las calles, en los escenarios y en las películas”. Pero para muchos, como suele ocurrir con las performances icónicas, su imagen más inolvidable será siempre la de Sal en el film de Lee, defendiendo su local al grito de “Esta es mi pizzería”.
Diego Brodersen/Página 12