La Cenicienta
Ballet del Colón. Directora: Paloma Herrera. Coreografía: Ben Stevenson. Música: Serguei Prokofiev. Sala: Teatro Colón, Libertad 621. Funciones: hasta el 26 de octubre.
El Ballet del Teatro Colón, dirigido por Paloma Herrera, acaba de estrenar una de las innumerables versiones para danza del cuento La Cenicienta, publicado originalmente por Charles Perrault en 1697 y más de tres siglos después, en 1812, por los Hermanos Grimm. Su autor es el coreógrafo británico Sir Ben Stevenson, que utilizó como muchos de sus colegas la partitura especialmente compuesta por Serguei Prokofiev, para el Ballet Bolshoi, en 1945.
La traslación de una fuente literaria a una forma escénica tal como es la danza, debe mucho al gusto personal, la inspiración o la audacia del coreógrafo. Rudolf Nureyev, por ejemplo, llevó la acción a un Hollywood imaginario, hizo de Cenicienta una actriz debutante, del Príncipe un actor exitoso y del Hada Madrina, un productor de cine. Sir Ben Stevenson, por el contrario, se atuvo al relato en sus aspectos más tradicionales: la muchacha oprimida por su madrastra y hermanastras, el hechizo del hada madrina que le permite ir al baile del palacio, la pérdida del zapato de cristal, la búsqueda del príncipe de aquélla de quien se enamoró y el final feliz.
La estructura de este ballet de Sir Ben Stevenson estrenado en 1970 en los Estados Unidos también se apoya en elementos tradicionales: solos, pas de deux y brillantes escenas de conjunto que dan el soporte de gran espectáculo a la obra, de la manera en que ocurría en el siglo XIX.
Pero Stevenson supera este cierto anacronismo gracias a hermosas variaciones de danza, el cuidado con que ha elaborado los personajes, el dinamismo de las escenas y también el humor particularmente concentrado en las hermanastras, interpretadas de un modo fenomenal por Julián Galván y Paulo Marcilio.
Son estupendos los trabajos de Natalia Saraceno como una madrasta que no cae en el grotesco y cuya severidad es por lo tanto más eficaz, y del Bufón en el baile del palacio, interpretado por un muy brillante Jiva Velázquez.
El Príncipe, que tiene como en el cuento una presencia más bien reducida y con menos juego de sentimientos, fue sin embargo sutilmente sostenido por Maximiliano Iglesias.
Por último, pero no lo menos importante, es preciso destacar el desempeño de Macarena Giménez como Cenicienta. No sólo es una bailarina plena de maravillosas cualidades – sus giros, sus saltos, sus equilibrios son sobresalientes- sino que es también una intérprete finísima que puede atravesar fluida y consistentemente todas las cambiantes emociones que su personaje le depara.
Es evidente que tanto el repositor Dominic Walsh, que viajó a Buenos Aires para hacer el montaje, como el propio coreógrafo que llegó los días previos al estreno, trabajaron con inteligencia y profundidad. También es evidente que el Ballet del Colón posee artistas que pueden ampliamente responder a las necesarias demandas artísticas.
Una única reserva a este muy disfrutable espectáculo: la pobre y deslucida escenografía (no figura el autor en el programa) que aparentemente fue alquilada o comprada a una compañía de ballet estadounidense. ¿Por qué, cabe preguntarse, habiendo en el Teatro Colón excelentes talleres de realización de escenografía y vestuario?
Laura Falcoff/Clarín