
Es actriz, guionista y directora de cine de gran renombre en Francia: como actriz estuvo en 16 películas y como directora concretó cinco producciones entre cortos y largometrajes. Dirigió a actrices como Catherine Deneuve y Audrey Tautou. Pero por estas latitudes se hizo más conocida como escritora.
Laetitia Colombani, que visitó el país hace dos años, es la autora de La trenza, publicada en 2017 y de gran repercusión en poco tiempo: más de un millón de ejemplares vendidos, 36 traducciones, una veintena de premios.
Si aquella novela, la primera que escribió esta autora nacida en Burdeos hace 44 años, cuenta las historias de tres mujeres de distintos países, continentes, culturas, creencias, educación y clase social, cuyos destinos están entrelazados a pesar de no conocerse nunca, ahora, en contra la desigualdad y la discriminación de dos mujeres en una misma ciudad -París-, aunque separadas temporalmente por casi cien años.
Por un lado, está la historia de Blanche Peyron, en el siglo XX; por el otro, la de Solène, en el siglo XXI. Personaje real llevado a la ficción, poco se sabe de Peyron en Francia y, sin embargo, existió y pisó fuerte: fue comandante del Ejército de Salvación en los años 20 y fundadora en 1926 del Palacio de la Mujer, una enorme construcción de 600 habitaciones, ubicada en la margen derecha del río Sena, cuyo objetivo era -y aún hoy es- albergar a mujeres en situaciones vulnerables.
Solène, en cambio, es una exitosa abogada de 40 años, que ha relegado otros aspectos de su vida (amor, amistad, familia) y, súbitamente, sufre un burn out -una forma diplomática, dirá Colombani, de llamar a la depresión-, cuando uno de sus clientes se suicida, delante de sus ojos, saltando por el ventanal del juzgado, minutos después de perder el juicio. Conmocionada, Solène va al psiquiatra: éste le receta pastillas y le recomienda poner la energía, por ejemplo, en beneficencia.
Tal como hizo en La trenza, Colombani construye historias paralelas de dos mujeres que deberán enfrentar adversidades, cada una en su época, unidas, en este caso, por el Palacio de la Mujer.
A poco de empezar la primavera, desde su casa en las afueras de París, una hora después del toque de queda que rige en Francia desde las 18 por la pandemia y un día antes de que el gobierno francés anuncie un confinamiento total de un mes por el fuerte rebrote de casos de coronavirus, Colombani accede a una entrevista con Clarín a través de Zoom.
-¿El azar jugó un rol importante en el origen de esta novela?
-¡Sí! Iba a una cita en París y me perdí. Me encontré, de repente, delante de un gran edificio y fue su nombre el que me intrigó: “Palacio de la Mujer”. No lo conocía y quise saber más. Más me intrigó saber que ahí viven más de 450 mujeres, de todos los países, nacionalidades y horizontes. Empecé a investigar. Así, descubrí la historia de su fundadora, Blanche Peyron. Me dije ¡acá hay una historia! Quise que el personaje principal fuera ese lugar y quise contarlo a través de las mujeres que viven ahí.
-Simone de Beauvoir o Simone Veil, por mencionar apenas dos intelectuales francesas, son referentes de las luchas de las mujeres. Sin embargo, Blanche Peyron no ha trascendido. ¿Por qué piensa que pasó esto?
-Es una mujer muy impresionante y poco conocida. En París, está olvidada, yo nunca había escuchado hablar de ella y en mi investigación sobre el Palacio descubrí su historia. Es una heroína, una mujer muy valiente, determinante, que se desarrolló en un mundo donde las mujeres no tenían ningún derecho y aún así se impuso. Tenía necesidad de rendirle homenaje y de redescubrirla para mí y para todos, dado que la historia la olvidó.
-¿Dónde se ve la fortaleza de Blanche?
-Movió montañas, fue a buscar cada centavo, juntó millones de francos, mientras que ella y su marido vivían con lo justo, ella incluso estaba enferma, pero no tenía tiempo de curarse porque quería ayudar a los demás. Me parece que esa empatía, esa solidaridad con los otros, es algo que tenía necesidad de alumbrar, porque vivimos en sociedades muy individualistas.
-¿Quién es o quiénes son las Blanche Peyron de la actualidad?
-Las encuentro en el ámbito de la salud, pero también en asociaciones humanitarias, luchadores en las sombras, son personas de las que no hablamos, pero que están ahí, en el campo de batalla. Por ejemplo, conozco una persona que todos los días a las 6 de la mañana sale a distribuir en París desayunos a las personas que están en la calle, sea verano o invierno. Hay muchas Blancas Peyron, pero no las vemos. -El personaje de Solène se parece en algún punto al de Sarah Cohen, de
La trenza: dos abogadas exitosas que, de repente, deben rearmarse. -Es verdad, son mujeres poderosas, que lo tienen todo y en un momento de la vida todo cae: en Sarah es el cáncer; en Solène, el burn out. Pero son personajes que tienen mucho y también pierden mucho, que están en un momento de hacer el balance de sus vidas. Me interesaba confrontarlas con otras situaciones: Sarah con Smita, los dos extremos de la escalera social; Solène, que se pone en contacto con todas estas mujeres del Palacio, que no tienen nada y vienen de situaciones difíciles. Me interesa poner en contacto personajes muy diferentes y ver la interacción entre ellos.
-En el Palacio, Solène se encuentra con mujeres violadas, abusadas, agredidas, abandonadas, inmigrantes sin familia que no hablan francés, madres separadas de sus hijos, ¿trabajó con historias reales?
-Me inspiré en muchas historias que escuché, testimonios de mujeres en el Palacio o que me contaron la directora y las asistentes sociales. Son de ficción, a partir de elementos reales. Recreé perfiles a partir de testimonios. Esas mujeres no existen de manera literal, aunque todas existen de alguna manera.
-Para ayudar en el Palacio, Solène se convierte en “escritora pública”, curiosa actividad.
-Es un rol que no conocía y que existe desde hace mucho. Hay escritores públicos en los estudios, en la intendencia, en las asociaciones, para las personas que no manejan bien la lengua escrita. Hay una tradición en Brasil, en México y también en Francia. Trabajé sobre ese rol, me encontré con varios escritores públicos, los observé trabajar, y me sorprendió ver hasta qué punto escribían cosas diferentes, a veces cartas formales, correos administrativos, pero también cartas de amor. Es una buena profesión, porque ponen palabras al servicio de los otros y crean un nexo con palabras.
-Si la trenza es el símbolo de la solidaridad entre las mujeres en su novela anterior, ¿ahora lo es el Palacio?
-Sí, porque es un lugar que cobija mujeres desde siempre, veo una especie de Arca de Noé, de refugio. El pequeño colibrí que aparece también es un símbolo, es una historia bastante conocida en Francia: hay gente que hace grandes cosas como Blanche Peyron, pero también está lleno de pequeños colibríes, como Solène, como podríamos ser nosotros. Cada uno puede ser ese pequeño colibrí y cada gesto cuenta, eso también es el símbolo del libro.
-¿De qué manera la ayuda ser cineasta, guionista, actriz, a la hora de escribir una novela?
-Todo me ayuda, cuando soy comediante, me pongo en la piel de un personaje, trato de encontrar las contradicciones, de contarme su historia, de encontrar lo que lo define o caracteriza. Mi costado de cineasta también me influye mucho, porque pienso todo el tiempo en escenas visuales para mis novelas, pienso cómo la puedo contar visualmente. En Las vencedoras, quería contar la depresión, el burn out de Solène, y me pregunté cómo lo contaría en el cine. Ahí tuve la idea del cliente que salta al vacío. Quería un shock, y ahí está mi experiencia de cineasta que me ayuda.
Paula Conde/Clarín