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El PSG destruyó al Barcelona en el mismísimo Camp Nou

Mbappé fue determinante con sus tres goles y su andar endemoniado.

Los dos están ahí, tratando de acostumbrarse a la amargura de jugar sin público. De que nadie los mire de cerca ni que les pidan fotos y autógrafos. Sin embargo, Lionel Messi y Kylian Mbappé juegan como lo que son: dos cracks. Uno, la cara de la historia inmensa; el otro la inminencia de un futuro en el pedestal.

Se trata de dos futbolistas que, sin ser centrodelanteros, desafían los récords de la historia. Los de Messi brotan por semana o por mes. Es una suerte de agradable obviedad del rosarino, máximo goleador con las dos camisetas que siempre se puso: la del Barcelona y la de la Selección. En total, en 902 partidos -incluido su penal implacable ante los campeones de Francia- marcó 725 goles y ofreció 288 asistencias en toda su carrera profesional. Números que parecen una mentira bien contada, la osadía de un exagerado o la edición de una computadora.

En el caso del francés sorprende también con sus números. A los 22 años -incluyendo el partido ante Barcelona, por los octavos de final de la Champions League, En clubes (Monaco y PSG), acumula 213 partidos, 138 goles y 76 asistencias. En promedio: en 213 encuentros, 214 apariciones decisivas. Con el seleccionado francés suma 39 partidos, 16 goles, 13 asistencias. Hace poco menos de tres años, en Rusia 2018, se consagró campeón. Fue decisivo en aquella ocasión. De hecho convirtió un gol en el 4-2 de la final ante Croacia y se convirtió en el futbolista más joven en convertir en el encuentro decisivo de un Mundial (superó al Pelé de Suecia 1958). También marcó otros tres tantos en aquel recorrido exitoso. Y fue elegido “MVP” en dos de los siete partidos y mejor jugador joven (sub 23) de la competición.

El encuentro entre ambos sucedió en el Camp Nou, en el que sólo había hinchas afuera del estadio reclamando a la conducción del Més que un club (apodo nacido de la boca del presidente Narcís de Carreras, en 1968) que Messi no sea transferido al PSG, que lo pretende. ¿Serán compañeros la próxima temporada?

Los dos se olvidaron del contexto. Nada de morbo entre ellos. Fue mejor y más relevante lo del francés, quien jugó como extremo izquierdo y fue una pesadilla para el lateral Dest y para cada uno que se cruzara en su camino. Argentina ya lo había padecido en territorio ruso. Sus zancadas son propias de un felino. Y pensar que algunos futbolistas del PSG que ya no están lo cargaban diciéndole que lo único que hacía era correr y correr. Pero a diferencia de Forrest Gump, Kylian -o Donatello o Kiki, como lo llaman- sabe frenar, sabe amagar, sabe sorprender, sabe definir. Sobre todo, sabe asombrar. Su triplete asombra, pero no asombra, vaya la paradoja de esa noche catalana.

En el 4-1 ante Barcelona convirtió tres tantos. El primero, tras un exquisito pase de Verrati resolvió en espacio mínimo ante los centrales del equipo y definió con un zurdazo potentísimo al ángulo derecho del arquero Ter Stegen. El segundo, fue propio de un goleador que sabe de rebotes: centro de la derecha de Florenzi, flojo rechazo de Piqué y remate preciso ante el arco vacío. En el tercero, completó una obra maestra del contraataque comandada por Draxler y transformada en grito por un derechazo al ángulo izquierdo. Cuatro a uno para el PSG. Noche de consagración para el heredero,

Lo de Messi fue otra cosa: un crack luchando contra un rival poderoso y un Barcelona que ya no se parece al Barcelona que lucía invencible, en el que Leo era una sucesión de lujos en un equipo de talentosos entregados a su magia. Nada de eso esta vez. Y últimamente. Por ejemplo: si Atlético de Madrid derrota este miércoles al Levante (en su encuentro postergado) le sacará 11 puntos de ventaja en la Liga de España. Queda claro a esta altura: no alcanza con los destellos. No está rodeado -más allá de la reciente mejoría de Griezmann- como en los días felices. Su cara cuenta que esos ya no están…

Mientras ese rostro del crack rosarino contaba un dolor, el francés incontenible se perdía entre abrazos. Sonreía. Quizá porque a esa altura ya sabía que el trono lo espera. Y, quizá, dentro de poco sean compañeros en el equipo que dirige Pochettino. Parece, parece…

Waldemar Iglesias/Clarín

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