Porque supo cambiar y reordenarse cuando el 3-4-3 ya no le entregaba la seguridad de antes. Porque a pesar de las ausencias de peso por el brote de Covid-19 y de la caída en el clásico, con el escándalo del arbitraje incluido, se repuso. Porque supo resistir primero y luego aprovechar su momento en el segundo tiempo. Por eso, Independiente volvió a ganar después de cuatro partidos sin festejos (un empate y tres derrotas) y se metió nuevamente en la zona de clasificación del Grupo B de la Copa de la Liga Profesional.
El 1-0 sobre un Defensa y Justicia que venía de obtener la Recopa Sudamericana ante Palmeiras y agotó su batería en el complemento se celebró con puños apretados en señal de desahogo por la sequía y el contexto de contagios. Llegó antes del debut copero del miércoles ante Guabirá, en Bolivia.
Lejos de especular. Lejos de regular energías. Lejos de salir a cuidar piernas por el desgaste que viene de hacer en Brasil, con alargue incluido, Defensa se mantuvo bien cerca de sus convicciones futbolísticas en Avellaneda. A lo que sabe, a lo que le sale bien, a eso jugó desde el arranque el equipo de Sebastián Beccacece ante un Independiente que lo esperó en la mitad de la cancha para proponer un partido largo y apostar al cansancio.
La visita no negoció su filosofía más allá del trajín de minutos recorridos y se dedicó a imponer su juego: el de presión alta, posesión e intensidad. Con el ritmo frenético que tiene su entrenador en el banco, así juega este Defensa y Justicia, que se pudo haber puesto en ventaja en el inicio tras una pelota perdida por Jonathan Menéndez, pero Gustavo Bou la tiró afuera de manera increíble
Diezmado todavía por los casos de coronavirus, el Rojo atraviesa el momento más complicado desde que asumió Julio Falcioni, quien sigue aislado justamente por haberse contagiado. Tuvo muchísimos problemas para armar el equipo, sobre todo el mediocampo. De hecho, Pablo Hernández, que iba a ser titular en el “doble cinco”, fue baja a último momento, ya que presentó síntomas horas antes del encuentro y dio positivo en el testeo rápido. Y luego se sumó Lucas González.
Lucas Romero tuvo que salir a jugar recién recuperado de Covid-19 y con apenas dos entrenamientos en los últimos 10 días. El pibe Juan Pacchini fue su ladero en el círculo central para el cambio de esquema que dispuso el Emperador desde su casa para revertir la fuga de puntos.
Independiente abandonó los tres centrales en defensa y viró hacia un 4-2-3-1, con la presencia de Andrés Roa detrás de Silvio Romero. Llamó la atención la reaparición del colombiano, teniendo en cuenta que el juvenil Alan Velasco, la joyita de la cantera, está disponible.
Una vez más, Roa no fue el conductor que necesitaba el Diablo y poco -casi nada- contribuyó en la elaboración. La más peligrosa de Independiente en la primera parte fue un tiro libre de Lucas Rodríguez que dio en el travesaño. Con el balón en movimiento, le costó muchísimo meterse en el área de Unsain, a pesar de la buena movilidad de Romero.
El Chino tuvo un par claritas con tiro en el travesaño incluido, ya en el complemento. Defensa no le sacó el jugó a su control. Y, como era de esperar, fue mermando su intensidad con el paso de los minutos. Ahí creció el Rojo y en Romero encontró a su hombre más desequilibrante.
Independiente no cometió el mismo error que su rival y sí aprovechó su momento. Roa se reivindicó de su floja labor en la producción con un muy buen envío desde el córner derecho para el cabezazo certero de Sergio Barreto, que gritó el primer tanto de su carrera y le devolvió la alegría a los de Avellaneda.
Nahuel Lanzillotta/Clarín
Saca Arias, apurado por un reloj que consume la esperanza celeste y blanca, cuando Espinoza pita el final. El partido termina en el cielo de Sarandí, todo un testimonio del funcionamiento de Racing. Es un bochazo para Copetti, esforzado delantero que llegó desde el Ascenso, que pone cuerpo y alma, aun en una mala tarde. Ese envío largo no se trata de un acto desesperado: es sistemático.
La Academia recurre al pelotazo, a algún desborde o al balón detenido. El mediocampo es una zona de tránsito ligero. No hay sociedades, por más que Gutiérrez intente una salida prolija y Miranda, conectar con los atacantes. No engancha Rojas, que será un futbolista de Selección pero la “10” de Rubén Paz o el Mago Capria –hoy manager- le pesa demasiado.
Casi no hay triangulaciones. Y si enfrente se encuentra con un equipo aplicado, el resultado es previsible. Mucho más si se cometen tantas equivocaciones atrás. Arsenal aprovechó una falla de Orban en el primer gol y un córner –error de Espinozapara ponerse en ventaja. El descuento de Chancalay en el epílogo del primer tiempo abrió una ilusión para el complemento, pero el único remate al arco en ese período fue un tiro libre de Rojas a las manos de Medina.
Entonces, todas las miradas apuntan a Pizzi, un técnico que llegó sin el consenso de la dirigencia, que estuvo a un paso de ser despedido tras perder la Supercopa Argentina y que sobrevive por algunos resultados de alto impacto: el 0 a 0 ante River en el Monumental a bordo de un planteo defensivo pero certero y el triunfo en el clásico ante Independiente.
Después, le costó superar a Sportivo Belgrano y a San Martín de San Juan en la Copa Argentina. Venció a Central, Platense y Argentinos. Pero nunca jugó bien. Y el ciclo del entrenador parece languidecer inexorablemente. No da señales de desembocar en un proyecto con futuro exitoso y ya van 13 partidos. Los números no cierran, porque hoy se está quedando afuera de los cuartos de final de la Copa de la Liga Profesional y el debut en la Libertadores asoma en el medio de esta anomia futbolística.
Bajo esta coyuntura, bastó un mal control de Orban para que Soraire ganara la pelota, Candia sacudiera el arco de Arias y Arsenal lograra marcar su primer gol en Sarandí. Después, el propio Soraire remató de media distancia y Espinoza observó algo que no sucedió. No era córner. Pero llegó la ejecución de Castro y el cabezazo de Suso anticipando a Novillo.
Tuvo un mal desempeño Espinoza, que terminó echando a Pizzi por protestar. Antes del gol de Candia, el mendocino marcó afuera del área una infracción de Maggi sobre Benavídez. Era penal. Cobró tiro libre.
Racing había manejado la pelota en el arranque, pero sin peligro. Esa tenencia desabrida sucumbió ante la presión de Arsenal. Después de encajar los dos goles, el equipo de Rondina retrocedió. Y la Academia creció con las trepadas de Cáceres, acaso la única luz entre tanta oscuridad colectiva. Conducía Miranda. Buscaba desequilibrar Chancalay. Hasta que Rojas sacó un lateral rápido, Copetti jugó para Maggi y la pelota pareció tomar cuerpo de pinball entre Picco y Méndez. Por detrás de todos apareció Chancalay y descontó con un derechazo.
Se esperaba una reacción de Racing en la segunda etapa. Sin embargo, no cedió en su tesitura de buscar a Copetti, que decidió tirarse a los costados y liberar la zona de fuego para Maggi. El pibe no funcionó. Por eso Pizzi decidió el ingreso del paraguayo Melgarejo. Y prescindió de Orban para meter al chileno Mena, un lateral con mayor proyección.
Y jugó al desborde, al pelotazo al área de Arsenal. Dos veces ganó de arriba Racing, una a través de Copetti, otra de Melgarejo. Cabecearon mal. Y con tres variantes, Rondina acomodó el equipo. Ingresaron un volante (Rogoski) y dos delanteros (Albertengo y Sepúlveda) que fueron intensos para exigir en la salida rival y aprovecharon los espacios. Si no hubiera sido por una floja definición de Sepúlveda, la victoria hubiera sido más holgada. Y pensar que su técnico estuvo a punto de dar un paso al costado hace un mes, después de la caída ante Argentinos en La Paternal.
Reniero entró a diez minutos del final y el cambio de Fértoli, cuando faltaban dos minutos, pareció un reflejo de la agonía. ¿Qué podía modificar a esa altura? A Racing lo agobia su juego y la sensación de que Pizzi no podrá cambiar ese rumbo errante.
Daniel Avellaneda/Clarín