La poesía es un misterio que vibra en el aire. Nadie tiene la clave ni el secreto para descifrar ese enigma. Desde el asombro y la fascinación, se puede bucear en los poemas del joven Federico García Lorca para apropiarse de un puñado de versos –pasarlos por el cuerpo- y descubrir la música interior de ese poeta excepcional. El actor y músico catalán Joel Minguet no necesita más que un par de guitarras, su voz profunda emparentada con Leonard Cohen y unas velas que irá encendiendo o apagando entre poemas musicalizados, cartas y anécdotas que despliega en Lorca, una propuesta teatral donde la belleza y la intensidad van de la mano de un intérprete –o “hablautor” como él prefiere pensarse- que encuentra la temperatura exacta de las palabras.
El primer gran acierto es la perspectiva que adopta Minguet. La mayoría de los poemas musicalizados, como “Tarde”, “Si mis manos pudieran deshojar”, “Madrigal”, “Encrucijada”, “Hora de estrellas”, “Chopo muerto”, “La balada del agua del mar” y “Deseo”, pertenecen a Libro de poemas (1921), donde aparece el poeta sentimental, vehemente y por momentos irónico. No hay poemas del Romancero gitano, uno de los libros más leídos y revisitados. El actor y músico catalán escapa del Lorca “folclórico” y los estereotipos del gitanismo –Borges, en un exceso de ironía, consideraba al autor de Bodas de sangre “un andaluz profesional”- para concentrarse en un período de descubrimientos, inquietudes y grandes deslumbramientos cuando el poeta ingresó a la Residencia de Estudiantes de Madrid, en 1919, institución que capitalizaba la asimilación de los movimientos artísticos y literarios de la vanguardia europea, donde coincidió con Salvador Dalí, Luis Buñuel y Manuel de Falla, entre otros.
A partir del encuentro con Dalí comenzará un juego de seducción entre el extrovertido pintor surrealista catalán y el poeta y dramaturgo granadino; una historia de amor, de amistad y de complicidad artística e intelectual que Minguet explora a través de del epistolario entre Lorca y Dalí. En la casa de Cadaqués de Dalí, en 1925, Lorca leerá su obra teatral Mariana Pineda, dos años antes de que se representara por primera vez con decorados de Dalí y con Margarita Xirgu como protagonista. La relación fue tan estrecha que Lorca se decidió a dibujar y Dalí escribió poesía. “La mujer seccionada es el poema más bello que se puede hacer de la sangre y tiene más sangre que toda la que se derramó en la Guerra Europea, que era sangre caliente y no tenía otro fin que el de regar la tierra y aplacar una sed simbólica de erotismo y fe. Tu sangre pictórica y en general toda la concepción plástica de tu estética fisiológica tiene un aire concreto y tan proporcionado, tan lógico y tan verdadero de pura poesía que adquiere la categoría de lo que no es necesario para vivir”, le escribió Lorca a Dalí, desde el Café de la Rambla (Barcelona), en una carta fechada el 31 de julio de 1927.
El trabajo de Minguet es magistral: poner música a los poemas de Lorca es un modo de “traducir” un cuerpo de palabras a un ropaje sonoro musical distinto del sonido verbal de la escritura, con una guitarra “que habla” y “dice lo inefable”. Un momento mágico emerge cuando el público, después de “Madrigal”, se anima a tararear de menor a mayor la cadencia de ese poema sobre la pérdida del amor. Hay un eco próximo con “Take this Waltz”, la versión de Leonard Cohen del poema “Pequeño vals vienés” del libro Poeta en Nueva York. El minimalismo de la puesta en escena –sillas, guitarras y velas- potencia detalles aparentemente imperceptibles. De pronto la boca de Minguet –una especie de caja amplificadora de emociones- reproduce el sonido del viento o el “agua de los mares”, como si auscultara las frecuencias y variaciones de ese bramido inabarcable. “El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo que se les vean los huesos, la sangre”, dijo Lorca. Minguet lleva ese traje de la poesía hacia lo sublime; va en busca del alma, el cuerpo, los oídos, la lengua, los ojos, la piel, las vísceras, para amalgamar todas estas cosas que parecen dispersas y extrañas entre sí.
El impacto de una silla que cae anuncia el final; es el ruido estremecedor de la muerte. Lorca tenía 38 años cuando lo fusilaron, la madrugada del 18 de agosto de 1936. “Un chico que tenía una imaginación desbordante –dice Minguet-. Un homosexual, rojo y republicano en un pueblo de mancos, en un país de paletos manipulables. Un cadáver eterno está en una cuneta. Una constelación de carne y hueso es observada por la Osa Mayor mientras llora la estupidez humana. Muerto e inmortal. Los que le quitaron la vida se la dieron para siempre. El gañán que se jactaba de acabar de matar a Federico García Lorca, el que dijo: ‘Yo le metí dos tiros en el culo por maricón’, le convirtió en el más grande soñador de nuestra historia… Muy bien, idiota, privaste a tu gran España de un Premio Nobel”. El espíritu de Lorca resuena en la voz y la guitarra de Minguet, “que hace llorar a los sueños”.
* Funciones: hasta el 31 de enero, viernes y sábados a las 21. En febrero, viernes y lunes a las 21, hasta el 24 de febrero, en Teatro Pan y Arte (Boedo 875).
Silvina Friera/Página 12