¿Qué hacen una cocinera, un profesor y un alumno rebelde obligados a pasar Navidad en un colegio de élite exclusivo para varones? La frase podría ser el comienzo de un chiste, pero se trata del concepto central de Los que se quedan, en la que el director Alexander Payne vuelve a mixturar ingredientes del drama y la comedia en cantidades justas para cocinar una de las películas más humanas y queribles del año que se fue. Algo similar pensaron los integrantes de todas las asociaciones que entregan sus reconocimientos durante la temporada de alfombras rojas, desde los electores del Globo de Oro (dos estatuillas interpretativas) hasta, claro, los del Oscar. Nominado en cinco categorías de la estatuilla de la Academia de Hollywood, incluyendo Mejor Film y Guion, el último trabajo del responsable de La elección, Las confesiones del Sr. Schmidt, Entre copas, Los descendientes, Nebraska y Pequeña gran vida llegará el jueves 8 a la cartelera comercial.
“No es como las películas navideñas de Netflix, creo que es mucho más inteligente. Además, no la pensé de esa manera, sino como una película que transcurre en Navidad”, aclara Payne durante la entrevista con medios internacionales –entre ellos Página/12– realizada en el 20º Festival Internacional de Cine de Marrakech, donde Los que se quedan tuvo una proyección a sala repleta en el marco de la sección Galas. Al igual que en sus primeras pasadas públicas en los festivales de Telluride y Toronto, el director se cansó de recibir críticas y comentarios elogiosos durante su visita a tierras africanas. “Nunca pensé que ibas leer cosas tan halagadoras como ‘nuevo clásico navideño’. ¿En serio? Solo veo una película navideña cada año y es ¡Qué bello es vivir! Cada vez que la veo es como la primera vez”, afirma.
Es justamente a ese amplio conjunto de películas de descubrimientos y revelaciones en vísperas a la llegada de Papá Noel iniciada por Frank Capra que Los que se quedan se une con orgullo y la frente en el alto, esquivando sus lugares más comunes sin por ello descuidar sus aristas más nobles y emotivas. Y es por cortesía de la frescura de las interacciones y la indudable química entre sus tres protagonistas: el eternamente subvalorado Paul Giamatti (al que el reencuentro con Payne casi veinte después de Entre copas le valió un Globo de Oro y una nominación al Oscar), Da’Vine Joy Randolph (también premiada con un Globo y candidateada por la Academia) y el jovencito Dominic Sessa, de quien cuesta creer que sea su debut absoluto ante las cámaras.
El trío tiene poco y nada en común, más allá de coincidir en el reputado colegio pupilo de varones donde transcurre el grueso de la acción. Allí, a comienzos de la década de 1970, da clases el recontra irascible, cascarrabias y bizco Paul Hunham (Giamatti), uno de esos profesores siempre indignados por la medianía generalizada del alumnado. Ante la baja del encargado original, el director de la institución le pide a Paul que por favor se quede en el lugar durante más de una semana junto con los alumnos que pasarán el receso invernal allí. Entre ellos está Angus (Sessa), cuyo plan original de irse a la playa con su madre y su nuevo marido se esfuma con un llamado que anuncia la cancelación del viaje. Dado que algo deben comer, será necesaria la sabiduría gastronómica de la cocinera Mary Lamb (Joy Randolph), una mujer de vida difícil a la que la muerte de su hijo en la Guerra de Vietman la envolvió en las tinieblas de un duelo del que no puede salir.
“La idea surgió después de ver una película francesa de 1935 llamada Merlusse, que vi en un festival y planteaba un escenario muy parecido al de Los que se quedan. Muchos años después, me crucé con el guionista David Hemingson, que había tenido experiencia como profesor y andaba con el piloto de una serie muy parecida. Lo llamé para decirle que me gustaba el guion, pero no quería hacerlo en formato serie, así que le propuse que escribiera un largo”, recuerda Payne sobre los orígenes de un proyecto motorizado por el simple hecho de que era “una película que le gustaría ver”. “Creo que un cineasta siempre está pensando en cuál puede ser una buena premisa. Eso se da incluso antes del deseo de decir o expresar algo”, afirma.
-Y era una buena oportunidad para trabajar nuevamente con Paul Giamatti…
-Así es. Yo quería trabajar con él desde Entre copas. Es una locura como actor: es Laurence Olivier, es Meryl Streep, es Daniel Day Lewis, es Ricardo Darín… Él puede hacer lo que quiera, cualquier cosa. No quiero ser uno de esos directores que dicen «oh, sí, me encanta trabajar con tal» porque suena a mierda publicitaria, pero sinceramente es el único de los actores con los que he trabajado con el que disfruto mucho: tenemos cosas en común, una buena comunicación, nos reímos mucho en el set. Es como uno de esos buenos amigos que tal vez no ves en uno o dos años, y cuando te lo encontrás es como si hubieras charlado con él hace cinco minutos. Como es el mejor tipo de actor, no tengo que decirle nada. Confío en lo que va a hacer y tengo curiosidad por saber cómo lo hará. Diría que por momentos soy mitad director y mitad público cuando trabajo con Paul.
-Cuesta creer que Dominic Sessa sea un debutante ante las cámaras. ¿Lo encontraste en un casting?
-No, simplemente llamamos a la escuela donde íbamos a filmar, hablamos con el profesor de teatro y ahí estaba él. Todo esto fue después de ver 800 audiciones de actores de todos los países de habla inglesa y no encontrar a nadie que nos gustara. Y él estaba allí, en la escuela.
-¿Y qué viste en Dominic para elegirlo?
-Esa cara, ese pelo… Él nunca antes había estado frente a una cámara. Había actuado en obras escolares, quería ser actor y estaba postulándose para varios programas de actuación en universidades. Cuando llegó a la audición, pensaba que estaría en segundo plano, como extra en alguna escena multitudinaria o algo así, pero que al menos vería cómo es el set de una película. No tenía idea de que sería el protagonista. Primero el director de casting y después yo vimos algo en él que era interesante. Me tomó alrededor de ocho audiciones convencerme de que tenía suficiente técnica natural. Él es realmente talentoso, nunca había visto algo así. No es sólo talento actoral, sino talento para actuar en cine siendo tan joven. Trabajé con Reese Witherspoon y Shailene Woodley cuando eran adolescentes, pero ellas ya tenían experiencia.
-¿Cómo manejaste esa inexperiencia durante el rodaje?
-Es que no tuve que manejarlo, se adaptó como pato al agua y ni siquiera se equivocó técnicamente. Podía ponerlo al lado de Paul para que hicieran cuatro páginas del guion de una sola vez. Muchas veces se dice «Oh, qué buen director, qué buenas tomas largas». Y no es sólo un director; sin buenos actores no se puede hacer nada de eso. Un cocinero es tan bueno como sus ingredientes. Y él podía hacerlo. Tuve mucha suerte en dar con Dominic.
-¿Vieron otras películas para encontrar buenas ideas?
-Cada película es diferente. Acá organicé proyecciones para el director de fotografía, el diseñador de producción, el diseñador de vestuario y Dominic, que no había visto ninguna, de un montón de películas estadounidenses de los ‘70 porque, básicamente, estábamos haciendo una película de los ‘70. No quería que imitaran a nadie, pero sí que fueran conscientes de cómo se sentía el cine en ese momento. Vimos El graduado; tres películas de Hal Ashby; La conversación, de Francis Ford Coppola; El pasado me condena, de Alan Pakula; Luna de papel, de Peter Bogdanovich, y Nashville, de Robert Altman.
-¿Por qué trasladaste la película a la década de 1970?
-Primero fue una razón práctica: la escuela tenía que ser sólo de varones, algo que hoy prácticamente no existe. Pero la realidad es que siempre quise hacer una película de esa época. Yo era estudiante de Historia en la universidad en los ‘70. Todavía leo mucha sobre el tema y acá me pregunté “¿por qué no?” Con el guionista pensamos que esa década daba un buen marco para construir a los personajes, con la Guerra de la Vietnam y el antiautoritarismo dando vueltas.
-¿Encontrás paralelismos entre esa época y el presente?
-Sí, pero no pensamos en eso, no dijimos «expresemos esto del presente a través del pasado». No me gusta pensar temáticamente las películas, sólo pensar en los personajes y confiar en que los temas van a estar ahí.
-¿Es más difícil hacer películas hoy que en ese momento?
-Siempre ha sido difícil. He intentado hacer películas de los ‘70 durante toda mi carrera. Esas películas me hicieron querer al cine. No estoy interesado en hacer una de superhéroes, todavía quiero hacer buenos dramas o comedias humanas como eran las de los tiempos en los que crecí. Para eso tengo que mantener mis presupuestos bajos. Tengo suficiente, por decirlo de alguna manera, «prestigio profesional»: gané dos Oscar como guionista y la mayoría de mis películas generaron un poco de dinero. Entonces, la gente que me financia piensa «bueno, tal vez podamos ir a los Oscar con él». Si están haciendo una película de Marvel, no pueden ponerse el esmoquin.
-¿Cuánto descubriste sobre vos dirigiendo?
-Puedo verme en todas mis películas, incluso si no son autobiográficas. Quizá no me pase en el momento y sí años después, porque muchas veces los temas están en mí de manera inconsciente. Volví a ver Entre copas hace poco para hacer una copia en DCP y me sentí como si fuera los dos personajes, el deprimido y el creador del caos. Nebraska sí coincidió con el momento que tuve que empezar a cuidar a mis padres, algo que continúa hasta hoy. Para mí no es tanto un descubrimiento como un reconocimiento.
-¿Y cuánto descubriste como director?
-Lo bueno que viene con la experiencia -y esto tal vez aplique no sólo al cine- es que llega un momento en que no tenés que pensar tanto en la técnica porque está ahí, es un hábito. Y amo tanto al cine porque su arcilla es el comportamiento humano. Cumplí 61 años mientras filmaba Los que se quedan, y a medida que pasa el tiempo noto que hay menos diferencia entre quién soy en la vida real y quién soy mientras hago una película. La vida de aquí se fusiona con la vida frente a la cámara.
Ezequiel Boetti/Página 12-Espectáculos