Hay varias películas en una dentro de 5 sangres, la flamante realización de Spike Lee que Netflix estrena simultáneamente a escala global, y no todas funcionan igual de bien que otras. Lo que no puede negarse es que Da 5 Bloods viene a incorporarse con una potencia fuera de lo habitual en el cine estadounidense al debate político que en estos días agita a su país desde el asesinato a manos policiales del ciudadano negro George Floyd. No por nada Lee es uno de los portavoces más lúcidos y combativos de la comunidad afroamericana y viene denunciando esas atrocidades ya desde los tiempos de la película que lo puso en el mapa, Haz lo correcto (1989), como lo prueba el video que hace apenas unos pocos días él mismo difundió a través de sus redes sociales. Más que visionario, se diría que Spike Lee es un cineasta consecuente con sus ideas, que ve aquello que otros no quieren ver.
El hecho de que la nueva película del director de Malcolm X transcurra en Vietnam, el escenario de la guerra más racista de las muchas guerras que han llevado adelante los Estados Unidos, y que sus protagonistas sean no sólo veteranos de esa guerra sino también afroamericanos, ya es de por sí un punto de partida que invita a hundir el cuchillo en ese herida aún abierta con un ánimo revisionista. Spike Lee vuelve a hacer lo correcto, aunque en el camino se pierda y se desvíe más de una vez.
La concatenación de fotos y filmaciones de esa guerra con la que se abre 5 sangres al ritmo soul de Marvin Gaye cantando su “Inner City Blues” (“Lo que hacen con mi vida / me hace querer gritar”) no podría ser más elocuente y tiene una capacidad de síntesis que se extraña luego a lo largo de las dos horas y media que dura la película. En ese puntapié inicial, que tiene mucho del montaje del mejor cine de agit-prop, se suceden Muhammad Ali, Malcolm X, Angela Davis y Bobby Seale, entre otros referentes de primer orden de la comunidad negra estadounidense, todos pronunciándose contra el envío de tropas a Vietnam. “Enviar a ese chico a morir / me hace querer gritar”, sigue cantando Marvin Gaye, mientras se apilan los cadáveres de soldados negros y vietnamitas en el sudeste asiático.
El formato cuadrado 4:3 típico de los noticieros de la época se abre hasta ocupar todo el ancho de la pantalla y se produce la elipsis con la que el prólogo da pie al comienzo del film propiamente dicho. Más de 40 años después del fin de la guerra, cuatro veteranos de guerra negros se encuentran en el lobby de un lujoso hotel de la capital de Vietnam y se saludan con el afecto de viejos compañeros de armas. Su propósito declarado es encontrar el cadáver de “Stormin” Norman, quien fuera el líder de su grupo y que cayó en combate tan lejos de casa, en medio de una guerra incomprensible, como ya lo había señalado en su momento el Apocalypse Now de Francis Ford Coppola y al que el film de Spike Lee se refiere en más de una oportunidad, a veces de modo excesivamente literal.
Pero lo que ninguno de esos cuatro hermanos se anima a decir en voz alta es que aquello que los mueve no es solamente repatriar el cuerpo de ese hombre al que con el tiempo han terminado endiosando, por su claridad de ideas y su capacidad de conducción. También están allí para recuperar un tesoro perdido, no muy lejos de donde yace Norman: un cargamento de lingotes de oro con el que el Tío Sam esperaba pagar los servicios prestados a los vietnamitas mercenarios que peleaban de su lado. Y que quedaron ocultos en el interior más profundo de esa selva laberíntica.
“El oro cambia a la gente, incluso a los mejores amigos”, le advierte una mujer vietnamita –un amor surgido en el prostibulario Soul Alley del Saigón de los años ‘70– a uno de los cuatro hermanos de sangre, a quien le da una pistola, por las dudas. Y no le faltará razón. Lo que sigue de allí en más será una prototípica película de aventuras –no siempre lograda– donde unos y otros irán recelándose mutuamente y formando alianzas cambiantes, no sólo entre ellos sino también con algunos acompañantes inesperados. Como David (Jonathan Majors), el hijo de Paul (Delroy Lindo), el veterano de guerra más traumatizado, al punto de que parece siempre a punto de perder la razón.
Esa película de aventuras, con un espíritu “clase B” no necesariamente acorde a su generoso presupuesto, suma por momentos demasiados personajes, como unos villanos vietnamitas de cartón, o una joven francesa (Mélanie Thierry) dedicada a desactivar minas personales, su manera de expiar antiguas culpas familiares y coloniales, en tanto los franceses precedieron a los estadounidenses en la ocupación de Vietnam, como lo subraya también el caricaturesco traficante que compone la ex estrella francesa Jean Reno.
En el corazón de 5 sangres hay una fábula un poco a la manera de la de El tesoro de la Sierra Madre (1948), la del oro de los tontos. Pero a diferencia del clásico de John Huston aquí la fábula es menos precisa porque la moraleja es más confusa. Spike Lee y sus tres coguionistas nunca terminan de perfilar del todo a sus personajes y sus motivaciones. En cambio, el director triunfa en otra película que anida por debajo de la superficie de la aventura y de la fábula. Aunque pueda parecer peyorativo, 5 sangres también es, además de las anteriores, una película didáctica, en el mejor sentido del término, en tanto ilumina constantemente aspectos habitualmente ocultos o desconocidos.
No sólo hay filosos apuntes de guion, como cuando en el comienzo los cuatro amigos descubren cuánto ha cambiado esa ciudad llamada Ho Chi Minh y que ellos conocieron como Saigón, repleta ahora de McDonalds y Kentucky Fried Chicken. “No sé para que nos necesitaban, los hubieran mandado a ellos primero”, dice alguno con amargura. O cuando un vietnamita se refiere respetuosamente a George Washington y el negro norteamericano le recuerda que ese padre de la patria tenía 123 esclavos.
También hay en 5 sangres una suerte de hipervínculos, como cuando Spike Lee –con gran libertad– decide abrir en el texto del relato unas cisuras pedagógicas cada vez que se refiere a personajes poco conocidos de la historia afroamericana, como Milton Olive y Crispus Attucks, “el primero que murió por esta bandera roja, blanca y azul”, según explica Stormin Norman. Es inteligente también por parte del director el modo en el que aparecen los personajes en los flashbacks, con Norman siempre joven, porque murió joven, mientras que sus cuatro hermanos tienen en el pasado la misma edad que en el presente. Siempre es difícil pensarse a uno mismo a otra edad.
Que 5 sangres culmine con el fragmento de un discurso de Martin Luther King –un año antes de ser asesinado– en el que cita al poeta negro Langston Hughes señalando que los Estados Unidos nunca serán libres hasta que todos sus ciudadanos hayan roto sus cadenas no sólo remite al comienzo del film, sino también al momento actual que vive el país. George Floyd todavía no había sido asfixiado por la rodilla de un policía blanco cuando Spike Lee decidió terminar así una historia que parece no tener fin.
Luciano Monteagudo/Página 12