“Queremos llegar a esas mujeres y esos hombres, a esos lugares donde se ve un tradicionalismo o machismo más fuerte”, explica Amancay Sal, organizadora de la milonga Entre Gambas y de La Furiosa, y una de las referentes del Movimiento Feminista de Tango, que lanzó recientemente un protocolo de actuación para casos de violencia de género en el ambiente tanguero y que concitó gran atención mediática y no poco revuelo en el circuito. Que el ambiente tiende a ser machista es algo fuera de discusión, como evidencian los innumerables testimonios de mujeres víctimas de una mano demasiado “curiosa” de sus compañeros de baile, cuando no de insultos o de prácticas arraigadas, pero poco equitativas, de los “códigos” históricos de las milongas. Y aunque es cierto que de un buen tiempo a esta parte hay todo un circuito de espacios para bailar tango con una mirada más contemporánea, muchos de esos lugares tampoco tienen muy claro cómo reaccionar ante casos de violencia. “Nosotras quizás elegimos lugares más abiertos, más amigables, que lógicamente conocemos y apoyamos, pero queremos hablarle también a los otros espacios donde quizás no nos vinculamos habitualmente justamente por ese tradicionalismo o machismo fuerte que vemos”, señala la organizadora. “No creemos que todos los lugares del tango sean machistas, pero el machismo sí puede estar en todos lados, esta es una herramienta para usar y mejorar el ámbito”, destaca Sal.
El protocolo –inspirado en otros similares- propone repartir tareas entre los organizadores para actuar en distintos casos de violencia de género y piensa primero en cómo resguardar a la víctima: “En todos los casos se buscará siempre que sea la persona vulnerada quien pueda quedarse a disfrutar del espacio y que la agresora o violenta sea quien tenga que retirarse del lugar”, propone la iniciativa. No es un caso menor: muchas veces en su afán por “dejar a todos contentos” los organizadores pueden mediar entre las partes para que se mantengan fuera del espacio del otro. Eso suele significar para las víctimas –mujeres en su mayoría- una incomodidad intolerable que las obliga a abandonar el espacio y las relaciones que construyeron allí cuando la falta está del otro lado. Así, se convierten en doblemente víctimas.
Además, el protocolo incluye una lista de recursos a los que apelar en caso de que el conflicto escale y una serie de sugerencias para que los organizadores animen el cambio de las dinámicas tradicionales en sus espacios: por ejemplo, que la posibilidad de invitar a la pista a otra persona sea para cualquiera y no sólo para los hombres. La iniciativa también ofrece distintos artículos legales que respaldan las acciones de los organizadores en pos de la igualdad de género, más allá de lo que la mal llamada “tradición” supuestamente reclame a los milongueros.
“El protocolo es una herramienta para que quienes organizan una milonga puedan erradicar distintos tipos de violencia o prevenirla”, explica Amancay. “Cuando decimos que las milongas tienen distintos problemas de acoso, de abuso, de silencio, entendemos que esta herramienta puede servir para acudir a la víctima y hacer de las milongas espacios más amigables para que quienes estén interesades en el tango se acerquen y construyamos el espacio de tango que tanto esperamos”, plantea.
“Para mí lo más importante es que en cada espacio cada cual sepa cuál es su rol, cómo actuar ante una situación de violencia”, reflexiona Sal. “A mí me pasó en mi milonga y la primera vez no estuve segura de cómo actuar; bueno, después ya en el MFT sí, creo que las personas que trabajan en un ambiente social como este al tener un protocolo les permite intervenir con más seguridad, sin estar improvisando”, considera. En su experiencia, recuerda el caso de una chica que le pidió ayuda en un baño porque un compañero de baile, al comienzo muy simpático, se había tornado hostil con el correr de la noche y la chica no sabía cómo manejarlo. Ella la llevó a su mesa, la cobijó con su grupo y luego intervino hablándole al hombre, que también era habitué de la milonga.
El protocolo tuvo más repercusión de la que imaginaban, reconoce Sal. “Tampoco esperábamos tanta prensa”, reconoce. “Creíamos que se iba a ver sólo en el ámbito tanguero y que las resistencias iban a ser las comunes a las mujeres organizadas”, recuerda. En lugar de eso, descubrieron muchos modos de desvirtuar el debate, llevándolo a los “códigos” de la milonga, quejas sobre el protocolo incluso antes de verlo publicado y acusaciones de que quieren “desvirtuar el tango o destruirlo”. Ellas, asegura la organizadora, sólo quieren “mejorar el ambiente, que sea menos hostil”. Poder bailar tranquilas.
Andrés Valenzuela/Página 12