Cumplir diez años no es poco para un festival de cine, mucho más si no cuenta con una gran infraestructura económica o apoyos oficiales. Diez ediciones son las que celebra desde hoy el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (Ficic). Ya el hecho de que esta décima se realice en un año de pandemia es un motivo de festejo. Es cierto que el formato elegido es el online -gratuito y federal-, pero con la promesa de reprogramar las funciones presenciales en algún momento del segundo semestre. Habrá que ver cómo evoluciona la situación sanitaria, algo que está más allá de las posibilidades de los organizadores e incluso más allá del cine.
Sin embargo, contra vientos, mareas y virus, hay festival. Y hay una programación, que como cada año, reúne en Cosquín un corpus de títulos y autores que constituye en sí mismo una declaración de principios éticos y estéticos. Pero también un amable desafío para sus espectadores: la bienvenida posibilidad de aventurarse más allá de los límites de la propia comodidad. La misma incluye dos secciones competitivas internacionales –una de largos y otra de cortos—, una competencia de cortos de escuelas de cine, retrospectivas, focos y panoramas. Como se trata de un festival federal, todo eso puede verse hasta el próximo domingo 2 de mayo de forma gratuita en todo el país. Para hacerlo, los espectadores deberán registrarse de una manera simple en la web del festival, www.ficic.com.ar. Y listo. Solo falta que elijan qué ver y hacer click en el botón de play.
Detrás de la curaduría del Ficic está el crítico y programador Roger Koza, quien además es director artístico del Festival de Cine Documental DocBA, programador de festivales europeos como los de Hamburgo y Viena, la Viennale, y editor de la web conlosojosabiertos.com. Festivales que, a diferencia del Ficic, ordenado por una lógica cercana a lo familiar, cuentan con un aparato institucional que los sostiene y presupuestos acordes a ello. Sin embargo no es tanta la distancia que los separa en términos de programación. “Alguna vez unos críticos de cine muy jóvenes hicieron el chiste de que Cosquín era una suerte de Cosquinale, remitiendo a la Viennale, festival que supo dirigir el inimitable Hans Hurch y hoy a cargo de Eva Sangiorgi, que este año, además, es parte del jurado de la competencia de largos de FICIC 2021”, cuenta Koza en diálogo con Página/12. “Quizás ellos advirtieron un espíritu en común entre dos festivales que están en las antípodas no solo geográficas, sino en cuanto a recursos materiales”, agrega el director del Ficic.
Koza sostiene que “la libertad, el rigor y el amor por el cine y el mundo no dependen de la cantidad de euros con la que se cuente”, aunque no niega que las condiciones materiales influyen. “Nuestra menesterosidad se siente a la hora de hacer subtítulos, intentar pagar fees y explicarle a los agentes de venta extranjeros las deficiencias estructurales que sufrimos”, dice el programador. “Pero también sucede que cuando no se tiene casi nada, tampoco se tienen compromisos indeseables. Ningún organismo estatal, ninguna escuela ni gobierno nos condiciona”, observa. “Hacemos lo que se nos da la gana, como dice el cineasta Ignacio Agüero. Con esa libertad se eligen películas y se conciben actividades paralelas.”
Algo de lo que dice Koza se hace explícito en la breve pero elocuente composición de sus secciones competitivas. La de largos incluye a las películas argentinas En compañía, de Ada Frontini; Ofrenda, de Juan María Mónaco Cagni; Rio Turbio, de Tatiana Mazú González; Todo lo que se olvida en un instante, de Richard Shpuntoff y Un cuerpo estalló en mil pedazos, de Martín Sappia. A ellas se suman Virar Mar, codirigida por el alemán Philipp Hartmann y el brasileño Danilo Carvalho y Pão e Gente, del paulista Renan Rovida. De la dedicada a cortos participan la finesa Where to Land, de Sawandi Groskind; la coproducción polaca israelí Josefus, de Lucas Aimó; la colombiana Otacustas, de Mercedes Gaviria. Y las locales Diarios del margen. Notas sobre el miedo al fuego y el agua, de Ileana Dell’Unti; Homenaje a la obra de Phillip Henry Gosse, de Pablo Martín Weber; La nobleza del vidrio, de César González; Normandía, de Marcos Rodríguez y Las Credenciales, de Manuel Ferrari.
Sin embargo, Viena, Hamburgo, Buenos Aires y Cosquín son lugares que guardan muchas diferencias entre sí, tanto culturales como sociales, comunitarias e incluso discursivas. Diferencias que tal vez impliquen formas distintas de entender el mundo y, por ende, de ver cine. “En mis 15 años de cineclubista en Córdoba enseguida comprendí que el público de San Marcos Sierras no era el de La Cumbre, ni el de Capilla del Monte o Cosquín”, observa Koza. “Si presentaba un film de Marco Bellocchio, que para mí era una comedia, después constataba que la recepción era distinta en cada ciudad”, recuerda el crítico. “En La Cumbre se reían de una cosa, en otro pueblo de otra y a veces ni siquiera reían, porque se había leído la película en clave dramática. Entendí rápido que las diferencias de clase y etarias, como las idiosincrasias y la cultura de cada lugar, eran variables de recepción”, continúa. Koza intenta volcar esa experiencia en su labor: “Donde sea que trabaje, pienso en estas variables de un modo estratégico, a partir de un doble movimiento dialéctico entre la comodidad de lo conocido y la incomodidad de lo desconocido”.
Como otros festivales, el Ficic se adueña de la palabra independiente que, por repetida, corre el riesgo de volverse insignificante. “El término ‘independiente’ está tan devaluado como el peso argentino”, reconoce Koza con humor. Por eso se encarga de enumerar los conceptos a partir de los cuales el festival usa el término. “Primero, elegimos películas que no fueron realizadas con presupuestos obscenos; segundo, priorizamos a los cineastas que no comulgan con ciertas poéticas convenientes para la consagración en festivales prestigiosos; tercero, programamos películas que difieren en su sensibilidad del orden perceptivo vigente que aliena y embrutece el contacto sensible con el mundo. Por último, películas que cuestionen las prácticas políticas que perpetúen la vida de derecha, que es el magma simbólico que está en los intersticios de la discusión pública y el horizonte de sentido hegemónico con los que se piensa todo.”
Para Koza tampoco hay diferencias de criterio a la hora de programar las dos competencias de Ficic. “La duración de una película no es un factor decisivo para su pertinencia estética”, sostiene el director artístico del festival. “Quien filma entendiendo que un cineasta no es un hacedor de imágenes sino de planos sabe que el cine es cine al margen de la duración”, reflexiona. “Cuando un mismo cineasta nos prodiga películas como Luz de agua o El piso del viento, el dilema de la duración se evanece. Mis referencias a estas dos películas de Gustavo Fontán son deliberadas. La última es un largo codirigido con Gloria Peirano y es el film de clausura, el primero es un corto extraordinario estrenado en Internet. En otras palabras, el cine se enciende en cada plano”.
Además de El piso del viento, la película de Fontán y Peirano que tendrá el honor de clausurar el 10° Ficic, el festival tendrá dos films de apertura. Se trata de Esquirlas, documental de Natalia Garayalde, y Mi última aventura, codirigido por Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini. La elección muestra un balance en los criterios inclusivos, uno de los temas que la coyuntura le ha impuesto a espacios competitivos como los festivales de cine. Criterio que, sin embargo, no se replica en las dos competencias. “El equilibrio de género no me es indiferente y, en la medida que puedo, intento que se dé un balance entre cineastas mujeres y hombres”, explica Koza. “Pero primero miro y busco películas”, dice. “Lo ideal sería verlas sin saber quiénes las filman”. Recuerda que en ediciones se consiguió mayor igualdad. «Pero entre lo que vi para esta edición no encontré tantas películas hechas por mujeres que respondieran a los criterios de programación”, reconoce, aunque aclara que considera a eso “algo casual” y que “el próximo año la situación podría ser la inversa”.
Atento a eso, Koza cuenta que intentó “compensar el déficit conformando dos jurados compuestos exclusivamente por mujeres» a las que admira y respeta en lo que se desempeñan. “Siempre tuve la idea de hacer una edición en la que todas las películas sean de mujeres, pero sin que estén firmadas, solo para constatar si habría una diferencia esencial en el programa estético de esa edición”, fantasea el crítico. Pero aclara que “la desmasculinización del cine no se juega solo en la paridad de títulos. El problema mayor es la matriz machista del pensamiento estético. Y esa inquietud sí está en el concepto general del festival”.
La programación del 10° Ficic incluye dos retrospectivas que presentan completas las obras de dos cineastas marginales: Edgardo Castro y Goyo Anchou. Marginales no tanto porque sus trabajos estén en la periferia de la producción cinematográfica (que lo están), sino porque sus películas mismas eligen personajes, retratan escenarios y abordan temas que revelan universos secretos que no son los elegidos ni siquiera por otros directores independientes. Y si bien se trata de directores hombre, sus miradas están lejos de representar la masculinidad o conservadora. “En sus películas hay rastro de todo aquello que otorga respetabilidad y prestigio en la mirada biempensante de los grandes festivales de cine, y no tan grandes también. Ambos filman desde la necesidad y se sienten libres de hacer lo que creen”, sostiene Koza.
“Anchou conoce bien la historia del cine y la reflexión estética no le es indiferente. Ese conocimiento se puede leer en la perspicacia con la que el montaje trabaja sobre la precariedad material de sus registros”, analiza el crítico. “Castro es muy distinto, porque la intuición y la sensibilidad lo empujan a buscar una poética sin fijarse mucho en si lo que hace se parece a tal cineasta u otro”, puntualiza. Pero remarca que ambos tienen algo que los hermana: “son insumisos hasta la médula, y que sus películas refieran y representen otros caminos en los placeres corporales y cuestionen el orden patriarcal suma y mucho, aunque no es de lo único que hablan sus películas. Igual, si hicieran películas sobre estampillas del siglo XX, partículas subatómicas y monjes cistercienses del modo en que lo hacen, también serían parte de la programación. Lo insumiso reside en una posición subjetiva, no solamente lo garantiza la predilección por temas candentes”, concluye Koza.
La programación del 10° Ficic también incluye un foco internacional dedicado al español Pablo García Canga, la proyección especial de Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera, y el preestreno de El nombrador, una película sobre Daniel Toro, de Silvia Majul.
Juan Pablo Cinelli/Página 12