
“De todo laberinto se sale por arriba”, escribió Leopoldo Marechal algún día de 1936, y con el diario de la historia de Claudia Brant debajo del brazo, habrá que decir que algo de razón cuando, con el fin de siglo a la vuelta de la esquina y los 30 a la vista, cargó su valija con canciones para levantar vuelo rumbo a Los Ángeles.
Al fin de cuentas, así lo testimonia la larga lista de hits que desde entonces la compositora argentina puso en las voces de artistas como Ricky Martin (Lo mejor de mi vida eres tú), Luis Fonsi (No me doy por vencido y Aquí estoy yo), Paulina Rubio (Ni rosas ni juguetes), Josh Groban (Si volvieras a mí), Enrique Iglesias (Me cuesta tanto olvidarte) y la lista sigue. También los seis Grammy Latino y el Grammy global al Mejor Álbum de Pop Latino que en 2019 premió su disco Sincera, que Brant luce en su estudio, al que desde Los Angeles describe como su «templo», y al cual decenas de artistas llevaron sus intenciones, para irse con una canción con pronóstico de éxito.
Algunas de las cuales ahora son parte de Manuscrito Deluxe, un álbum en el que decidió ponerle sus propia voz a temas que, en las versiones de intérpretes como Fonsi, Reik, y Rubio, cuyos video superan los 300 millones de reproducciones.
Un repertorio al que, además, Brant agregó como primer corte Hojas del viento, una balada que comparte con Nahuel Pennisi. “No hay ninguna pretensión; la canción habla por sí sola”, dice de su disco la artista, que transita sus 52 años y que asegura que no piensa su trabajo en términos de charts o clicks. “Ahora estoy haciendo mi versión humilde, sincera, honesta, con el mejor arreglo posible para lo que a mí me gusta. Creo que eso es lo que tiene Manuscrito. Y lo que tiene Hojas del viento con Nahuel”, dice después de 30 años de carrera.
-En alguna entrevista dijiste que no necesitás salir demasiado al mundo, sino que son los artistas quienes te llevan el mundo ahí, a tu estudio, donde no tenés que andar lookeándote para la foto y podés tomar tu café con leche sin que nadie te mire.
-¡Tomo mate! jaja. Es interesante el juego de palabras, porque los artistas vienen acá a mostrarme su mundo, que muchas veces es diferente del que muestran fuera de mi estudio. El contacto que requiere sentarse a escribir una canción hace que yo tenga que tener con ellos una interacción a un nivel un poco más profundo… De alguna manera es una especie de sesión de terapia, porque entro en ese universo que solamente me van a mostrar a mí. Y para mí es un lujo, un honor.
-Me estás dando una mirada virtuosa de la cuestión. Pero esos artistas también van ahí a que les traduzcas su intención en una canción que, además, sea un éxito, se venda bien y les haga ganar un montón de plata. ¿Cómo se maneja esa presión?
-Es como cuando conoces a alguien y entablás una amistad, o conocés a una chica y te enamorás. A veces pasa y a veces… no pasa. No es algo que se pueda forzar, porque está muy ligado a la personalidad de cada personaje que cruza esta puerta. Hay unos que tienen más magia que otros, que tienen el X factor que otros no. A mí me parece muy interesante entablar una conversación con esa química, con esas aristas, esos extremos oscuros y claros que tiene cada uno. Me resulta fascinante.
Pero la cosa no fue tan fácil como hoy le resulta contarlo. Brant repasa una infancia en Flores, ahí nomás de la plaza y la iglesia, las pizzas en la San José de Flores, en la esquina de Rivadavia y Rivera Indarte, la combinación cotidiana de colectivo y subte para llegar al Nacional Buenos Aires, la elección de Arquitectura como carrera… Y, también, el rechazo de sus padres a un futuro en la música. “No querían saber nada. Estaban absolutamente en contra. Y a los 17 o 18 no podía expresar con claridad lo que yo quería hacer. El tema de la música siempre estuvo lejos de mi barrio. Así que a los 21 me fui de mi casa”, recuerda. De Flores a Palermo, donde compartía estudio con Coti, mientras armaba su plan, hasta que entendió que desde la Argentina no le resultaría fácil acceder al mercado internacional. “Entre eso y un amigo de Los Angeles que me entusiasmó, me hice la valija y me vine”, concluye.
El tiempo la acostumbró a eso y bastante más, como estar en una fiesta y que te pase por al lado Ringo Starr. Al fin y al cabo, son vecinos. “Todos viven por acá”, admite y dice que ya no se desmaya cuando entra un Ricky Martin a su estudio.
-¿Pero nunca te pasó que entrara alguien y se te mueve el piso…?
-Me pasó con Enrique iglesias. Porque va más allá de si canta bien o más o menos. Es el aura, algo que te hace decir: “Este tipo es un estrella”. Ricky tiene lo mismo. Es imponente. Yo trabajé con Barbra Streisand, con Groban, con Buble. Y no dejo de pensar que en algún momento era como un sueño, un deseo, cuando llegué acá, poder trabajar con un montón de artistas con los que trabajé.
-Trabajaste con Bruno Mars… ¿y dicen que no fue fácil, no?
-No, estuvo todo bien. Trabajé con él casi un año en el estudio, con un artista que él había firmado y estaba desarrollando. La chica era bilingüe y yo estaba encargada de toda la parte en español. Él venía casi todos los días, y criticaba, opinaba, supervisaba… Lo que te puedo decir es que es un genio, brillante. Y que me volvió absolutamente loca. Y un día, sin enojarme, le dije: “Llevo 30 años trabajando en esto. ¡Dejame en paz!”.
-¿Por qué?
-Porque no me aprobaba nada, y me decía que hiciera todo de nuevo. Y yo, con la experiencia que tengo, llegué a un punto en el que no me gusta que me estén diciendo eso. Humildemente. Pero en realidad todos los cambios, la críticas y modificaciones que proponía eran perfectas. Entonces, no podía hacer otra cosa que bancármela, regresar al estudio y volver a escribir el verso, el coro, una línea, tres líneas… Todo era así. Agotador. Pero al mismo tiempo era una especie de desafío maravilloso. Porque el tipo es brillante. Fue una experiencia difícil, pero muy buena.