El realizador uruguayo Alex Piperno no podía imaginar, al presentar su ópera prima en el Festival de Berlín, en febrero de 2020, que el mundo que se venía iba a ser aún más extraño que el de la película. Aunque de más está decir que las puertitas del señor Piperno tienen lo suyo. El prólogo (o lo que engañosamente parece el prólogo) presenta a un grupo de hombres en una región rural de Filipinas. Uno de ellos llega con una noticia inquietante: allá arriba, en el monte, ha aparecido una extraña caseta de cemento en cuyo interior parece vibrar una poderosa maquinaria. Así, el elemento fantástico está presente desde un primer momento en Chico ventana también quisiera tener un submarino, cuyo título es tanto o más extraño que los acontecimientos que ocurren en la/s historia/s. El plural no es caprichoso: luego de una serie de rituales que podrían ayudar a los campesinos a resolver el misterio –o, al menos, a alejar cualquier peligro–, el film pega un salto espacial de envergadura y se ubica a bordo de un crucero en plena navegación de aguas patagónicas.
“A su derecha pueden ver el curioso y poco común espectáculo de una ballena austral”, se escucha la voz del capitán por los altavoces. Chico ventana… no sigue a los turistas ni a los hombres más encumbrados de la tripulación sino a un joven ayudante, de cuyas tareas cotidianas se destaca el manguereo de la cubierta. Pero el muchacho, que no tiene nombre, conoce un secreto vedado al resto de sus compañeros: cada vez que cruza el umbral de una pequeña puerta en una zona recóndita del navío logra transportarse, como por arte de magia, hacia el interior de un departamento de Montevideo (la ciudad tampoco se explicita, los colores de los taxis delatan su geografía). A veces el flaco se queda un rato en el lugar, se da una ducha, come algo, sin que la dueña perciba su presencia. Hasta que un día… Más no se puede/ debe revelar, aunque si hay algo que la película elimina de cuajo es la posibilidad de ofrecer un relato tradicional, con causas y consecuencias claras. Mucho menos una explicación racional de los hechos, que entran de lleno en el territorio de la fabulación fantasiosa y metafísica.
La influencia del taiwanés Tsai Ming-liang en cineastas de todas las latitudes es difícil de mensurar, y Piperno –como su colega rioplatense Lisandro Alonso en Fantasma– reelabora los largos, solitarios y silenciosos paseos de Lee Kang-sheng por los del actor Daniel Quiroga, en territorios tan reconocibles como misteriosos. Hay en el relato algo de The Hole, el notable film de Tsai de 1998, aunque aquí el contexto no es apocalíptico y los agujeros no comunican espacios contiguos sino ámbitos separados por cientos y hasta decenas de miles de kilómetros. La melancolía y la parquedad forman parte esencial del tono general, y el realizador logra imbuir de misterio ámbitos tan usuales como un pasillo o un depto de tres ambientes, apoyado en la dirección de fotografía de Manuel Rebella (La fiesta silenciosa, Muere, monstruo, muere).
¿Es posible que esos portales permitan finalmente el acceso a una ansiada cercanía física y espiritual que no surge espontáneamente en la geografía “asignada” por defecto? Chico ventana también quisiera tener un submarino está construida en contra de la posibilidad de un sentido unívoco y su apuesta no es tanto narrativa como observacional, en su vertiente ensoñadora. En otras palabras, dejando de lado el viejo adagio de “contar bien una buena historia”, a Piperno parecen interesarle las posibilidades del cine como maquinaria capaz de crear ilusiones, fantasías y misterios. Más que organizar una realidad concreta con armas cinematográficas, lo suyo es el conjuro de lo onírico como universo paralelo, pero tan tangible como el nuestro.
Diego Brodersen/Página 12