El libro es un pasaporte sin fecha de caducidad; un recipiente de infinitas voces donde reposa el tiempo. La biblioteca del mundo se amplía cada año gracias al dominio público, cuando vence el plazo de protección del derecho de autor y las obras quedan libres de toda exclusividad en su acceso y utilización. Los plazos varían según las legislaciones de los países. En Argentina, como en la mayoría de los países de América Latina y la Unión Europea, las obras están protegidas hasta setenta años después de la muerte de los autores. Desde el 1° de enero, las obras de los escritores muertos en 1950 pasan a dominio público. En este listado se encuentran los libros de George Orwell, Bernard Shaw, Cesare Pavese, Edgar Lee Master, Heinrich Mann, Alberto Gerchunoff y Baldomero Fernández Moreno, entre otros, más un “caso” especial: El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940).
¿Por qué El gran Gatsby no pasó antes a dominio público, si Fitzgerald murió en 1940? La novela fue publicada por primera vez en abril de 1925. Ironías del destino mediante, al principio no tuvo una buena recepción y se vendieron muy pocos ejemplares. Fitzgerald no pudo ser testigo de cómo esa novela se convertiría en un clásico de la literatura en Estados Unidos y en el mundo, con más de 30 millones de copias vendidas. Como la obra fue publicada después de 1923, pero antes de 1978, la protección de derechos de autor o copyright es de 95 años contados a partir de la publicación. Los libros anteriores de Fitzgerald, como A este lado del paraíso (1920) y Hermosos y malditos (1922), ya forman parte del dominio público. Hay editoriales que están preparando sus propias ediciones de El gran Gatsby y para junio de 2021 se publicaría una novela gráfica con prólogo de Blake Hazard, bisnieta del escritor.
George Orwell (1903-1950) no escribió 1984, una excepcional ficción distópica, para imaginar cómo sería el futuro, sino para desentrañar el presente de fines de los años 40, que entonces estaba atravesado por el terror de los totalitarismos del siglo XX: el nazismo derrotado y el estalinismo en su apogeo. “Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto, tampoco ahora hay justificación alguna para cometer crimen por el pensamiento. Sólo es cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero llegará un día en que ni esto será preciso”, anuncia el “profético” Syme, que pronostica que hacia 2050 no habrá pensamiento en el sentido que ahora lo entendemos: “La ortodoxia significa no pensar, no necesitar del pensamiento”. Bernard Shaw tenía 94 años cuando murió el 2 de noviembre de 1950. La obra del dramaturgo, narrador y crítico irlandés, Premio Nobel de Literatura en 1925, entre las que se destacan Pigmalión y La profesión de la señorita Warren, entró en dominio público.
La incomodidad existencial de Cesare Pavese (1908-1959) quedó registrada tempranamente en su diario, El oficio de vivir: “Los suicidios son homicidios tímidos”. El autor de libros de poemas como Trabajar cansa, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos y la novela La luna y las fogatas, entre otros títulos, tomó una dosis considerable de somníferos en el hotel Roma de Turín, donde murió a los 41 años, el 27 de agosto de 1950. Excepto por la edición de Spoon River, la versión completa de los 244 epitafios de muertos imaginarios en un cementerio inexistente de un pueblo de Illinois, que publicó Ediciones en Danza en 2018 con traducción de Gerardo Gambolini, la poesía, la narrativa, el teatro y los ensayos de Edgar Lee Masters (1868-1950) no están traducidos ni publicados en español. A la ecléctica constelación textual que pasa a estar disponible sin pagar derechos, se suman las obras del alemán Heinrich Mann, el hermano mayor de Thomas Mann, autor de la novela El ángel azul, filmada en 1930 por Josef von Sternberg, que se convirtió en el primer largometraje en lengua alemana, la primera película sonora de Europa y el film que lanzó a Marlene Dietrich al estrellato internacional. Y la obra del sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss, considerado uno de los padres de la etnología francesa, autor del clásico Ensayo sobre el don.
La obra de dos autores argentinos ya es de dominio público: Alberto Gerchunoff, el autor de Los gauchos judíos; y Baldomero Fernández Moreno, ese poeta caminante de la ciudad cuyos versos más emblemáticos algunos abuelos y padres repitieron de memoria: “Setenta balcones hay en esta casa,/ setenta balcones y ninguna flor./ ¿A sus habitantes, señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color?”.
Silvina Friera/Página 12