Segunda obra escrita y dirigida por Felicitas Kamien después de El Cisne, que estuvo cuatro temporadas en cartel, Alfaplantea una nueva tragicomedia familiar, esta vez ubicada en un futuro pesadillesco. El escenario presenta una suerte de cocina convertida en laboratorio, poblada de cacerolas, platos, frascos, tubos de ensayos, microscopios y heladeras. Todo un poco deteriorado y con aires apocalípticos. La luz es fría y cuando los personajes salen afuera usan máscaras como para evitar contaminarse.
Una voz en off, salida de una radio, contextualiza la atmósfera desoladora: acaso por la manipulación de agrotóxicos y otros productos, la contaminación ataca no sólo el aire, también la fertilidad de los hombres. El semen de la población masculina perdió su capacidad reproductiva y ya casi no hay nacimientos. Estamos en una Buenos Aires no muy lejana y la humanidad está en peligro en el 2050. Tres mujeres asoman en este ambiente doméstico-laboral futurista. Son pura expresividad gestual y corporal: una mujer en bata, como extraviada y con aires de diva en decadencia; otra más joven, de escote pronunciado y mirada penetrante, es la que manipula los aparatos y los tubos de ensayo; y una asistente entre lunática y lúcida. Cada una tiene una presencia enigmática y atractiva. Los cuerpos, las voces y la gestualidad reflejan distintas formas de la alteración.
Felicitas Kamien se formó con Ricardo Bartís y Alejandro Catalán y ese aprendizaje se evidencia en su trabajo: la carga dramática y expresiva de los cuerpos, de las miradas y las tensiones entre los personajes se vuelven esenciales. Con la aparición de un hombre que es pura verborragia se aclara más la situación: es el ex esposo de la dueña de casa -que nunca abandona la bata- y el padre de la hija voluptuosa. Estuvo prófugo y luego en cárcel: su prestigioso laboratorio genético derivó en resultados siniestros. Y lo que en ese hogar fantasmal funciona ahora es un laboratorio clandestino de extracción, selección y venta de semen conducido por la hija, precario y de dudosa eficacia.
El padre regresa con todas las ansias de convertirlo en un negocio rentable, como lo fue antes. Lo macabro se cruza con el humor: él tiene contactos con la colectividad judía, con hombres poderosos de ciertos templos porteños que quieren continuar el linaje. Un hombre joven, de cuerpo imponente, se acerca para vender sus células sexuales. Lo testean y aparentemente su semen está sano, es uno de los pocos machos alfa que sobreviven en esta ciudad dominada por “feminillas”. Ellas son feministas radicalizadas, controlan la ciudad: atacan, lastiman y someten a los hombres.
La autora y directora plantea una inversión de las relaciones de fuerza: si hoy son principalmente las mujeres las que corren peligro, en esta ficción ellas tienen el poder y son ellos los que no pueden moverse con libertad, tienen que tomar precauciones, evitar zonas y horarios. Kamien lo lleva a un extremo que genera comicidad aunque no deja de tener su costado de realidad: estas mujeres actúan como grupos comando que dominan el espacio público, atacan desde los puentes, violan y matan. Lo mismo pero invertido… ¡y ellos están aterrorizados!
La trama avanza y se develan misterios. El clima pasa del silencio a la explosión: los diálogos son siempre intensos, los personajes se cruzan como en un ring y por momentos gritan demasiado, sobre todo el padre. Es cierto que la exaltación es propia de estos personajes desorbitados pero bajar un poco la intensidad ayudaría a poder seguir mucho mejor la acción. Un cambio interesante llega con la atracción entre ese único hombre fértil y la hija. Los apetitos sexuales se desatan ahí mismo, entre tubos de ensayos, frascos y cacerolas.
Los límites son endebles, todo parece ser lo mismo: la cocina es laboratorio y cuarto; el padre preso regresa pero con los mismos ánimos, todos saben todo, la hija no tiene privacidad y despierta la ira paterna por ¿malgastar? en su placer el semen del único hombre que salvaría el negocio familiar. Pero la perversión de los padres es aún mayor: no sólo controlan los deseos de la hija, también vaciaron su cuerpo acaso para que nunca pueda dar vida y así siga atada y les sea funcional.
El elenco es muy sólido. El trabajo de Mariana Cavilli, Marta Haller, Abian Vainstein, Valeria Roldán y Diego Quiroz es parejo y cada uno logra una criatura con rasgos propios e inquietantes. La escenografía de Victoria Kamien y las luces de Matías Sendón completan una propuesta de calidad que abre un abanico de sentidos: combina humor, drama, delirio y empuja elementos de la realidad a una zona de ficción que deja al público pensando sobre un futuro muy difícil de habitar.
Carolina Prieto/Página 12