“Jugarse la ropa” es una metáfora que suele usarse para hacer referencia al hecho de asumir un gran riesgo en pos de un fin. Cuando Alberto Palmetta decidió mudarse para correr tras su sueño, se jugó la ropa literalmente. Como no conseguía un comprador para su Renault Clio modelo 2005, organizó una feria americana en su gimnasio y vendió su indumentaria para juntar billetes. Los 20.000 pesos que recaudó se sumaron a lo que aportó Mario, un amigo de su tío, y lo que añadieron Agustín y Marcos, alumnos de sus clases de entrenamiento personal que se habían convertido en amigos. “Les prometí que les iba a devolver la plata, pero los dos me respondieron lo mismo: ‘Cuando pelees por el título del mundo, mandame el pasaje’, cuenta Beto, de paso por Buenos Aires, en una pausa en el camino a su objetivo. El Clio no se vendió; ahora lo maneja Antonio, su padre.
La idea de afincarse en Estados Unidos había empezado a dar vueltas en su cabeza cuando todavía integraba el seleccionado argentino de boxeo y tomó impulso después de sufrir una derrota frente a Gonzalo Coria en noviembre de 2017, en Punta del Este, ya como profesional. “Esa pelea fue lo mejor que me pudo haber pasado. Me hizo pensar por qué me había sucedido eso. Analicé aspectos técnicos y tácticos de mi boxeo, cómo estaba mi equipo de trabajo y la situación muy desfavorable del país. Tenía que pagar el alquiler y no tenía plata. Entonces tomé la decisión”, recuerda Palmetta, quien fue medallista en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 y olímpico en Río de Janeiro 2016.
Las dudas y el inconformismo habían surgido a poco de iniciar el recorrido profesional, de la mano de Sergio Maravilla Martínez y del promotor uruguayo Sampson Lewkowicz. “Yo venía de un circuito olímpico en el cual siempre teníamos un cronograma de competencias, una organización y una motivación para elevar el nivel en escenarios de primera. Cuando empecé a boxear como profesional y vi cómo se manejaba todo, me desmotivé”, asegura.
-¿Qué cosas no te convencían?
-Yo había pedido que al menos tres veces al año me llevaran a entrenar afuera, porque lo que te hace ganar una pelea es la preparación. Pero no pasó. Acá tampoco tenía sparrings. O me daban para desayunar tres medialunas con un café con leche. Si planteaba que eso no estaba bien, me decían: “Vos pedís mucho”.
Por eso decidió probar suerte en Estados Unidos. Hizo un viaje exploratorio de un mes, tras la derrota ante Coria. Volvió fascinado. El dilema estaba planteado: “O me retiraba y me dedicaba a trabajar de profe o me iba a pelear por mi sueño”. Hizo un combate más en el país y tenía programado otro, pero se suspendió el mismo día del pesaje. “Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Ese día dije: ‘Me tengo que ir’”, sostiene. Entonces canceló el contrato con Lewkowicz, compró un pasaje a Miami, vendió su ropa, se despidió de Jorge Ochenduszka, el técnico que lo había acompañado durante casi toda su carrera, y partió. “Ahí empezó la aventura”, sintetiza.
Palmetta viajó con la propuesta de sumarse al equipo de boxeadores de Pedro Díaz, ex entrenador del seleccionado de Cuba, a quien había conocido en su primera excursión. Pero una semana antes de subirse al avión, el cubano dejó de responderle los llamados. Por eso al llegar debió recurrir a
Marcos Escudero, su ex compañero en la Selección, quien está radicado en West Palm Beach y lo alojó en su casa. Beto recuperó el contacto con Díaz, pero enseguida surgieron diferencias y fantasmas, pero también una nueva posibilidad a través de Gardner Payne, el manager de Escudero. “Fueron cinco semanas muy desgastantes. Me salieron manchas en la piel, me dolía mucho la cabeza. No aguantaba más. Encima mi inglés era muy malo y no entendía casi nada”, explica.
Finalmente se inclinó por la propuesta de Payne: acordó un lunes, el martes comenzó a entrenarse en el gimnasio Palm Beach Boxing y el miércoles su nuevo manager le ofreció un combate para el jueves de la semana siguiente. Aceptó y el 16 de agosto de 2018 noqueó en el segundo round a Najik Lewis. A esa le siguieron otras cinco peleas, cuatro en Estados Unidos y una en República Dominicana. Las ganó todas antes del límite. Esto no fue magia.
-¿En qué cambió tu forma de trabajar?
-La principal diferencia es el día a día. En Argentina estaba pensando que tenía que ir a dar una clase, que no me alcanzaba el dinero para pagar el alquiler o los gastos del auto. Esas preocupaciones influían en mi rendimiento. En Estados Unidos vivo sólo para ser atleta.
No es un dato menor. Desde que comenzó a boxear, a los 14 años, Palmetta combinó la actividad deportiva con el estudio (es profesor de Educación Física) y el trabajo: fue ayudante de albañil junto a su padre, dio clases como entrenador personal, trabajó en una empresa de seguros, en un restaurante y en una remisería.
También hubo cambios específicos en su boxeo a partir de que empezó a trabajar con Charles Mooney, su nuevo entrenador. “Me señaló que siempre iba para adelante, pero que eso no servía para el profesionalismo. Ningún boxeador se sostiene en la elite si no tiene una buena defensa”, cuenta. Y modificó la dinámica de entrenamiento. “A veces empezamos la preparación para una pelea y durante el primer mes no hago sparring. Después me pone sólo uno liviano y uno fuerte por semana. En Argentina hacía tres sparrings fuertes por semana. Los resultados que logré fueron tremendos”, destaca.
En simultáneo, debió abocarse a superar la barrera idiomática. El inglés se transformó en una necesidad urgente pues ni su entrenador ni su manager hablan castellano. “Las primera semanas miraba cursos en YouTube y trataba de practicar. Después empecé en un instituto. Rendí un examen de nivelación: me pusieron en el 4 sobre 7”, relata. En este aspecto, también el progreso fue notorio: ahora está en el nivel 7 y hasta se animó a dar entrevistas en inglés. Como refuerzo, en sus ratos libres mira la serie Friends sin subtítulos. “En el colegio no le daba bola y ahora estoy como loco: quiero estudiar y aprender”, enfatiza.
¿Todas fueron alegrías en estos meses?
No, ni mucho menos. “La soledad es terrible. De alguna manera, irme fue como volver a nacer”, sentencia. “Pienso mucho en mi familia y en mis amigos. Pero el tiempo pasa y tengo que aceptar que mi vida y mi trabajo están ahí. No puedo vivir en Estados Unidos y pensar todo el tiempo en Argentina, porque eso me haría mal y me impediría avanzar”, reflexiona.
Avanzar hacia su sueño, ese que decidió perseguir cuando puso en venta su ropa: el título mundial wélter. Ese que cada vez ve más cerca. “Este año me propongo ranquearme entre los mejores del mundo. Si sale una pelea por el título, bien; si no, saldrá el próximo”, se ilusiona. Si pudiera elegir, le gustaría que fuera ante el filipino Manny Pacquiao, aunque no se preocupa demasiado por el nombre del rival ni se obsesiona con el desenlace. Porque no quiere perder el goce del recorrido y así lo deja explícito: “El camino es el 90 por ciento y hay que disfrutarlo. El 10 por ciento es ese día en que vas a buscar eso que te propusiste. Pero lo más importante de la película es el día a día y no tanto el final”.
Luciano González/Clarín